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“Sexópolis”, entre sexo y relatos de una ciudad eterna

La escritora Ángela Falla presenta en “Sexópolis” (Calixta Editores) 40 relatos protagonizados por mujeres en torno al sexo, el erotismo y la sexualidad. La literatura como excusa para hablar de derechos sexuales y reproductivos, feminismo y activismo.

El Espectador

23 de abril de 2020 - 07:58 p. m.
Ángela Falla, abogada y autora de “Sexópolis”. / Cortesía.
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Le advirtieron que por ahí estaba el diablo. Que tuviera cuidado de no pisarle la cola a menos que quisiera conocer su furia, su olor a azufre y su maligno poder inconmensurable. No le importó. Ella, que son muchas ellas, llevaba años conviviendo con él y viendo cómo Belcebú arrebataba las vidas de cientos, de miles, de millones. El demonio le dejó ser testigo de todo, pero nunca lo juzgó a viva a voz. Eso sí, en silencio lo reprochaba, lo cuestionaba, lo odiaba, pero también lo amaba, y el amor fue más fuerte que el odio. Un día el amor se convirtió en acción.

Escribe Ángela Falla en Sexópolis: “No sé cuándo empecé a verlo bello, se me olvidó que su piel era roja, sus labios morados, sus piernas de carnero y su cola puntiaguda; olvidé que encarnaba el mal, que no podía rehabilitarlo, que nunca iba a cambiar.

Me acerqué sin contener la curiosidad que me causaban sus labios; lo besé como al primer amor, con duda, con emoción. Él metió su lengua en mi boca, sentí que besaba su miembro y, cuando lo hice, sentí como se humedecía mi sexo, tanto que ansié tenerlo dentro de mí. Ahí fue cuando me separó con un empujón, con una sonrisa burlona me hizo sentir culpable y miré hacia abajo arrepentida. Cuando me observó así, regodeado y excitado, entendí que todo había sido a propósito. Corrí sin mirar atrás”.

En Sexópolis (Calixta Editores), su primer libro de literatura, la abogada Ángela Falla eligió el sexo como excusa para poner sobre la mesa unos temas que, según dice, siguen siendo tabú: “el erotismo, la sensualidad, la sexualidad y la forma como las mujeres nos relacionamos con el sexo”, dice en entrevista para El Espectador.

“Que a nosotras no nos dan ganas de follar, que no nos masturbamos, que los hombres siempre tienen más ganas que las mujeres. Esos, y otra cantidad de paradigmas que sería bueno derrumbar, hacen parte de los relatos del libro en el que las protagonistas son mujeres”, dice.

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Volvamos a Belcebú. Antes de que el demonio la besara, la excitara y luego se le burlara, ella, que son muchas ellas, había sido testigo de la ira del diablo. Dice en Sexópolis que un día “sin querer, le pisé la cola. Se volvió con toda su ira, me gritó fuerte. Pude sentir el olor a azufre de su aliento y pequeñas gotas de su saliva que cuando cayeron en mi cara dejaron unas cuantas quemaduras. Me quedé ahí, impávida, con los ojos cerrados, no me agaché, no corrí, ni un milímetro de mi cuerpo se movió, pero no fue por valentía, fue por miedo; lo que fue interpretado como un indicio de sublevación”.

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Los 40 relatos que le dan forma al libro son experiencias vividas por la autora, pero también experiencias contadas por otras mujeres que se han sentido juzgadas por expresar abiertamente que, por ejemplo, nunca han tenido un orgasmo, o que perdieron la virginidad a los 40 años, o que su amante es un pésimo amante. “Algunas son experiencias mías, pero no voy a decir cuáles, porque los implicados me harían cuestionamientos”, dice Falla antes de carcajear.

Y de nuevo el diablo. Ella, que son muchas ellas, aunque se sintió burlada por aquella encarnación del mal, lo extrañó. Lo vio en los rostros de muchos y muchas. Lo olió en la fragancia de aquellos, lo escucho en los sonidos de los otros.

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Se lee en Sexópolis: “En un momento lo detesté, todo lo referente a él, su nombre, sus nombres, su pasado y su futuro. Me fui a verlo desde las nubes, donde está el bien y debo aceptar que repudiarlo desde ahí me llenó de aburrimiento. Entonces lo quise otra vez.

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Los dos vamos, tan cerca al deseo, a la pasión, pero también al pecado y a la culpa. Ahí vamos, siendo amigos con el derecho a acompañarlo, a no amarlo, a no odiarlo”.

¿Por qué Belcebú. Quién es Belcebú”, le pregunto a Ángela Falla. “No es una persona, es la sociedad. Es cómo las mujeres están cercanas a la sexualidad, pero también tienen miedo, pero también se aventura, pero también se culpan, pero también la pasan rico. Están en esa dualidad. Estoy en el infierno en el primer minuto del orgasmo, pero después voy al cielo. Es como un juego de ping pong y esa dinámica también repercute en cómo pensamos y cómo vemos la sexualidad. El diablo es una excusa para que la gente entienda que para nosotras es difícil vivir la sexualidad. Porque si la vivimos muy poco entonces somos morrongas, y si la vivimos mucho, entonces somos zorras o perras”, explica.

El diablo no se ha ido. Quizá nunca lo haga. Entonces ella, que son muchas ellas, dice en Sexópolis: “En esta lucha, debo decirlo con gallardía, yo soy la que va ganando. Mi libertad se da a trompicones con la culpa, batalla fuerte. Mi ser se engrandece cada vez que su voz se hace susurro, debo decir que esta lucha es diaria, que mis ojos son radares que no eliminan detalles, porque a la final él es el diablo y anda por San Cipriano”.

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En el libro, esta bestia está en San Cipriano, pero también en Bogotá, pero también Ovejas, Sucre, pero también Bahía Solano. El diablo está ahí asechando y disfrutando de esa danza sublime que puede significar el sexo.

Varios de los relatos de Sexopolis transcurren en una ciudad que parece ser Bogotá, también hay narraciones que se desarrollan en algún pueblo olvidado de Colombia, esos que están enclavados en lo que algunos periodistas llaman “regiones”. Entonces le pregunto a Falla si el sexo y la sexualidad se pueden entender de la misma forma en las ciudades y en las regiones.

“Hay algunas diferencias. Bogotá, como capital que tiene acceso a información y a un montón de vainas, es muy diferente a hablar, por ejemplo, de Bahía Solano, o de Ovejas en Sucre. Aquí el acceso a la información es más rápido. Las mujeres viven su sexualidad de manera diferente. Hablan de la masturbación con más libertad, en Ovejas no va a ser así porque la masturbación está ligada con el tema religioso y está prohibida. Es pecado para hombres y mujeres”. Lo invitamos a leer: Luis Sepúlveda, eterno

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Experimentar con el cuerpo en algunas partes no es tan fácil como en zonas donde la educación ha llegado más fácil. Allí los derechos sexuales y reproductivos incluyen conocimientos y las mujeres se empoderan de sus cuerpos de forma diferente, sin decir que en las ciudades se viva la panacea”.

Este sábado 25 de abril a las 8:00 p. m., Ángela Falla hablará de Sexópolis en el marco de Serendipia, el primer Festival Virtual del libro en Colombia.

Por El Espectador

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