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Resulta complicado escribir sobre las figuras importantes en la historia de la literatura. Más aún si se trata de una ficción sobre un período de sus vidas. ¿Se puede llegar a imaginar qué pensaban, sentían o soñaban estos maestros? Aparte de correr el riesgo de ganarse el odio de lectores y admiradores si el material no está a la altura de la figura que se ha creado en el imaginario, lo peor es profanar el descanso eterno de ese maestro mancillando su nombre y recuerdo. Es una tarea acojonante que no todos se van atrever a emprender.
Pablo Di Marco (Buenos Aires, 1972) se adentra en Cuando éramos tres (CLU Editores, 2025) en un período de la vida de Alejandra Pizarnik (1936–1972), cuando la poeta estudiaba en la facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y recién había publicado su primer poemario, La tierra más ajena (1955).
En el lanzamiento de dicho libro, en la librería Norte, Pizarnik se encuentra con dos compañeros de la facultad con los que inicia una estrecha amistad que va a cambiar la vida de todos, incluida la de un autor desconocido que terminará siendo una de las figuras más importantes del boom latinoamericano.
Entretejiendo y diluyendo las fronteras entre historia, poesía y ficción, Di Marco nos sumerge en las aventuras de este trío con hambre de experiencias y trascendencia, cuyos excesos y desenfreno les van a deparar varios contratiempos.
Di Marco es autor de las novelas Tríptico del desamparo, Las horas derramadas, Espiral y del libro de entrevistas Un café en Buenos Aires: conversaciones con escritores, lectores y libreros. Ha sido premiado con la XIII Bienal Internacional de Novela José Eustasio Rivera, y con el XXI Certamen Literario Ategua. Es corresponsal en Buenos Aires de la revista Libros & Letras.
¿Fue necesario investigar mucho sobre la vida de Alejandra Pizarnik antes de empezar a escribir?
Convivo con la obra de Pizarnik desde mi adolescencia, intuyo que eso me ayudó a inmiscuirme en sus dudas, miedos y deseos. En relación a la escritura de la novela investigué cuestiones puntuales, como la fecha de publicación de su primer poemario o sus años como estudiante universitaria. Pero desde un principio tuve en claro que no buscaba una biografía con retazos de ficción sino una ficción con retazos de verdad. No es azaroso el epígrafe: “¿Para qué resignarnos a la verdad si contamos con la imaginación?”. De todos modos, cada vez que escribía un pasaje que involucraba a Pizarnik, me preguntaba: “¿Ella hubiera hecho esto?, ¿habría respondido de tal manera?”. Inventé, imaginé y jugué, pero siempre dentro de un marco de verosimilitud.
Puede ser complicado tomar una figura tan importante en la historia de la literatura y escribir una ficción sobre un período de su vida. ¿Tuvo dudas o temores al encarar la escritura de Cuando éramos tres?
Los novelistas somos grandes irresponsables, no somos otra cosa más que mentirosos que inventamos historias sin preocuparnos por ninguna consecuencia más que entretener al lector. Sin embargo, en este caso sí sentí cierta responsabilidad, porque no estaba trabajando con personajes salidos de mi imaginación sino con un mito de la literatura latinoamericana. Y un mito particular, porque no solo es admirado sino también querido, incluso amado. A poco de comenzar la escritura de la novela noté que ese exceso de responsabilidad no le hacía bien ni al libro ni a mí. Me sentía atado, cohibido. Entonces me replanteé el enfoque: la novela se centra en una Alejandra de diecinueve años recién entrada a la universidad, por lo tanto, no debía darle forma a un mito sino tan solo a una chica talentosa pero repleta de dudas, complejos y temores. En fin, una chica muy parecida cualquiera de nosotros a esa edad. Y la novela juega con esa tensión: ¿quién es esta chica? ¿Una poeta que dejará huella en la literatura o una chica paralizada por los terrores? ¿Y si acaso es ambas cosas?
Como si no fuera lo suficientemente acojonante escribir sobre semejante personaje, en la novela, además, hacen aparición Julio Cortázar y otros escritores aún más importantes. Ya que tomó una figura tan relevante, por qué no incluir a dos o tres más...
Antes te dije que con esta novela busqué jugar, así que de eso mismo se trató: de jugar aún más, de brindarme todavía más libertades. Porque… si no somos libres cuando escribimos, ¿cuándo vamos a serlo? Por lo tanto, en algún momento me dije: “Ya que vas a jugar con Pizarnik, ¿por qué no incorporar también a Cortázar?”. Después de todo, ¿qué amante de los libros no soñó con estar presente durante alguna conversación entre escritores amigos como Pizarnik y Cortázar, Borges y Bioy, James Joyce e Italo Svevo, o Katherine Mansfield y Virginia Woolf? Con este libro me di ese gusto: imaginar el primer encuentro entre Alejandra y Julio, armarles un escenario acorde y otorgarles una voz creíble. Escribirlo fue regalarme la posibilidad de estar ahí, verlos, escucharlos, disfrutarlos. Ojalá que ese regalo se extienda a los lectores de Cuando éramos tres.
¿Cómo fue el mezclar historia, realidad, poesía y ficción en una sola historia?
Muy entretenido. Sufro bastante la escritura de mis libros. Disfruto la etapa de la corrección, pero la escritura por momentos la padezco, porque en esa instancia me siento en un barco en altamar que no sé si llegará a destino. Pero a diferencia de lo que me pasó con Las horas derramadas o con Tríptico del desamparo, a este libro lo disfruté. Y seguro que eso tiene que ver con lo que vos bien mencionás: la posibilidad de poder unir historia, poesía y ficción, la posibilidad de poder trabajar con personajes que quiero y admiro como Pizarnik y Cortázar.
En la novela se muestran varias entradas del diario de Pizarnik. ¿Pudo tomar estos fragmentos de sus diarios reales, o son producto de la imaginación?
No, ningún fragmento de esos diarios es real o textual. Pero como te dije antes: más allá de que esos pasajes no son verídicos, sí busqué que fueran verosímiles, que cada una de esas líneas bien pudiera provenir del tono y los modos de aquella Pizarnik de diecinueve años.
Hay otra poeta de nombre Alejandra que es muy importante para esta novela y su desarrollo. Es muy interesante la forma en que fusiona la poesía de Alejandra Lerma con lo que podría haber escrito Pizarnik de haber vivido los eventos de su novela. ¿Cómo se da esta simbiosis entre Lerma, Di Marco y Pizarnik?
Desde el minuto cero supe que esta historia debía enriquecerse con poemas, pero había un problema: yo estoy a mil años luz de escribir poesía, entonces… ¿qué hacer? Fue toda una felicidad el momento en el que se me ocurrió que los poemas de Alejandra Lerma cuajaban a la perfección con mi novela. Lerma es una de las mejores poetas de su generación. Me apena que buena parte de la poesía que hoy se publica sea tan ajena a lo que me conmueve, pero Lerma toca otra cuerda, y desde el instante en que comencé a leerla noté un hilo conductor entre ella y Pizarnik; hay mucha trágica y oscura belleza en lo que ambas escriben. El resto fue conversar mucho entre nosotros, seleccionar sus poesías, insertarlas en los pasajes adecuados de la novela. Cuando éramos tres no existiría sin el aporte de Alejandra Lerma.
¿Recuerda cómo llegó a su poesía?
Varios años atrás un periodista de un diario de Colombia me ofreció escribir la reseña de un libro. Le agradecí el ofrecimiento, pero me negué: por esos días estaba con mucho trabajo y no tenía un instante libre. A los pocos minutos llegó a mi mail (de un modo misterioso) un poemario titulado Oscuridad en luz alta de una tal Alejandra Lerma. Por ese tiempo yo venía algo peleado con la poesía, así que abrí el archivo y empecé a leer el primer poema con cierto desinterés y sucedió lo inesperado: me impactó de inmediato. Cuando algunas páginas después llegué a unos versos que decían: “Llevo una tumba conmigo, un ataúd diminuto atado al pecho” supe que me encontraba ante una artista. Leí el libro de un tirón, y enseguida llamé al periodista y le dije que aceptaba su propuesta, que al día siguiente le enviaría la reseña de un libro de la poeta Alejandra Lerma. A partir de allí iniciamos una amistad a la distancia que derivó en el aporte de su poesía en Cuando éramos tres.
Uno de los escenarios más importantes de la novela es la librería Norte. ¿Este lugar existe o está basado en algún espacio real?
No, no existe. Pero intuyo que Norte tiene un poco de todas las librerías que me cobijaron durante esas tardes en las que no tenía otra cosa que hacer más que refugiarme por horas en alguna de ellas a leer algún libro. Me gustaría que Norte sea un pequeño homenaje a todas esas librerías que me protegieron.
¿Qué tan importante puede ser la figura de un librero en la formación de un escritor?
Me gustaría que el librero fuera una figura importante en la vida del lector, pero por desgracia hay pocas profesiones más devaluadas y menospreciadas. El mundo moderno pareciera haber prescindido de los libreros, los hemos desechado como a un zapato agujereado, y a cambio nos quedamos con empleados grises que no distinguen un libro de una lata de gaseosa. Por fortuna hay excepciones, y a esas excepciones los lectores debemos cuidarlas y valorarlas como a tesoros. Te aseguro que aprendí más de un par de buenos libreros que de todos los maestros que tuve durante quince años de escuela.
¿Hubo alguna obra que sirviera de guía o inspiración durante el proceso de escritura de Cuando éramos tres?
Te cuento algo: muchos años atrás me enamoré de una película argentina titulada Roma, de uno de mis directores favoritos, Adolfo Aristarain. Algunos pasajes de la película transcurrían en una librería a la que acudían un grupo de jovencitos para leer, escuchar música y conversar con un viejo librero. Por ese tiempo yo aún no escribía, pero al salir del cine recuerdo haber pensado que, si algún día escribía una novela, transcurriría en un escenario semejante al de esa librería de la película. Pasaron muchos años de eso, y me parece que Cuando éramos tres fue mi intento de cumplir con aquella promesa.
¿Cuáles son los autores y autoras que más lo han influenciado?
Varios de esos autores aparecen en las páginas de Cuando éramos tres. A ellos le sumaré a aquellos fantásticos rusos que me tuvieron por años despierto hasta las cuatro de la mañana leyendo novelas de mil quinientas páginas. Y ya que estamos también sumo a Victor Hugo, Manzoni, Coetzee, Capote, Verne, Lampedusa, Márai, y tantos más. Si no fuera por esos locos hermosos vos y yo ahora no estaríamos acá conversando.
¿Qué viene ahora para Pablo Di Marco?
Hay muchas cuentas por pagar, así que intuyo que lo que me toca es seguir trabajando como corrector literario y escritor fantasma. Y en los ratos libres escribir la continuación de Cuando éramos tres. Los personajes de esta novela no me abandonan, me siguen rondando, creo que aún tienen mucho por contar.
Por Pablo Concha
