“Siempre quise pintar como los grandes”

Desde los ocho años, María Mónica Ruiz ha proyectado sus trazos para ilustrar algún acontecimiento propio o de los animales.

Aunque pasó mucho tiempo buscando realmente una técnica que la complaciera como artista, no desfalleció nunca en crear. Con carboncillo, marcador, lápiz o al pastel, construyó un mundo de arte que fue aprendido por los trazos que tenía su padre como arquitecto y su madre como dibujante. Ellos fueron su primer paso para descubrir el arte que tenían sus manos.

“Mi madre siempre me dijo que dibujaba muy bien, y como mi padre era arquitecto, creo que de ambos logré encontrar algo que me gustaba y que a la final me acompañaría el resto de mi vida. Hoy, en el cuarto de mis papás hay una pintura que yo quiero mucho. Son dos elefantes unidos; es el significado que veo de ellos. Es muy bello acompañarlos por medio del arte”.

Nunca fue a la academia para estudiar explícitamente arte. Estudió diseño industrial en Bucaramanga, después de discutir qué quería llegar a hacer de su vida. Algo que, aunque fuese productiva para la sociedad, no dejara a un lado el arte. Por eso eligió el diseño industrial. Esta carrera le propiciaba herramientas para pintar y expresarse gráficamente. Lo que siempre quiso.

“Siempre quería pintar como los grandes y veía que ellos pintaban con brocha y lienzo, con óleo o acrílico. Como el óleo se demora tanto en secar, y yo prefiero hacer mis obras más rápido, escogí el acrílico”.

Aunque lo abstracto la seduce, no la fascina. Por eso ha decidido que su trabajo siga encaminado hacia lo figurativo y no dejar a un lado la marca que ha creado con su obra, que, como ella afirma, es al fin de cuentas mostrar la realidad de las cosas desde el punto de vista de una artista.

La obra que está desarrollando es el resultado de la búsqueda que emprendió a los ocho años, cuando empezó a dibujar. Hoy va encaminada a pintar elefantes en acrílico.

Después de hacer un estudio sobre ellos, encontró una gran semejanza con el ser humano: desde su manera de amar hasta su comportamiento. Desde hace dos años, cuando decidió empezar a pintar en acrílico, ha realizado 14 elefantes que están en varias partes del mundo, pues su obra ha sido regalada a familiares o personas cercanas que no viven cerca de ella.

Sigue soñando con vivir sólo del arte, aunque reconoce que no es posible, no por la parte económica —que es quizás el mayor miedo de los artistas—, sino por las emociones de la misma obra.

El artista, según María Mónica Ruiz, necesita de la tristeza y el aislamiento para que se vean en el cuadro, para que produzcan el drama que para ella es esencial transmitir en todo lo que se pinta.

Por lo mismo, como artista ha desarrollado un espacio en su casa en el que pueda sentirse abstraída de la realidad, en donde los objetos y sus manos pueden llegar a la sinergia que necesitan sus cuadros. Ruiz siente que este espacio es sagrado y que ese aislamiento del que hablan los artistas es necesario para la creación de cualquier obra de arte.

El hecho de dedicarse a pintar elefantes la ha comprometido con ellos. No sólo ha querido retratarlos por medio de las pinturas, sino que ha querido llevar un mensaje que traspase los colores de los lienzos, en donde se muestre claramente su lucha contra los seres humanos para que no les quiten sus colmillos.

Ruiz ha tenido la oportunidad de mostrar su obra en varias partes del mundo, desde exposiciones individuales hasta espacios de sus familiares o amigos.

Hasta el 31 de julio, en la Biblioteca Pública Julio Mario Santo Domingo, uno de los elefantes de María Mónica Ruiz va a estar expuesto con las obras de otros artistas, como Adolfo Solarte e Isabel Cristina Chacón, en honor al pintor Ángel Loochkartt.

Desde los ocho años, María Mónica Ruiz ha proyectado sus trazos para ilustrar algún acontecimiento propio o de los animales.

Aunque pasó mucho tiempo buscando realmente una técnica que la complaciera como artista, no desfalleció nunca en crear. Con carboncillo, marcador, lápiz o al pastel, construyó un mundo de arte que fue aprendido por los trazos que tenía su padre como arquitecto y su madre como dibujante. Ellos fueron su primer paso para descubrir el arte que tenían sus manos.

“Mi madre siempre me dijo que dibujaba muy bien, y como mi padre era arquitecto, creo que de ambos logré encontrar algo que me gustaba y que a la final me acompañaría el resto de mi vida. Hoy, en el cuarto de mis papás hay una pintura que yo quiero mucho. Son dos elefantes unidos; es el significado que veo de ellos. Es muy bello acompañarlos por medio del arte”.

Nunca fue a la academia para estudiar explícitamente arte. Estudió diseño industrial en Bucaramanga, después de discutir qué quería llegar a hacer de su vida. Algo que, aunque fuese productiva para la sociedad, no dejara a un lado el arte. Por eso eligió el diseño industrial. Esta carrera le propiciaba herramientas para pintar y expresarse gráficamente. Lo que siempre quiso.

“Siempre quería pintar como los grandes y veía que ellos pintaban con brocha y lienzo, con óleo o acrílico. Como el óleo se demora tanto en secar, y yo prefiero hacer mis obras más rápido, escogí el acrílico”.

Aunque lo abstracto la seduce, no la fascina. Por eso ha decidido que su trabajo siga encaminado hacia lo figurativo y no dejar a un lado la marca que ha creado con su obra, que, como ella afirma, es al fin de cuentas mostrar la realidad de las cosas desde el punto de vista de una artista.

La obra que está desarrollando es el resultado de la búsqueda que emprendió a los ocho años, cuando empezó a dibujar. Hoy va encaminada a pintar elefantes en acrílico.

Después de hacer un estudio sobre ellos, encontró una gran semejanza con el ser humano: desde su manera de amar hasta su comportamiento. Desde hace dos años, cuando decidió empezar a pintar en acrílico, ha realizado 14 elefantes que están en varias partes del mundo, pues su obra ha sido regalada a familiares o personas cercanas que no viven cerca de ella.

Sigue soñando con vivir sólo del arte, aunque reconoce que no es posible, no por la parte económica —que es quizás el mayor miedo de los artistas—, sino por las emociones de la misma obra.

El artista, según María Mónica Ruiz, necesita de la tristeza y el aislamiento para que se vean en el cuadro, para que produzcan el drama que para ella es esencial transmitir en todo lo que se pinta.

Por lo mismo, como artista ha desarrollado un espacio en su casa en el que pueda sentirse abstraída de la realidad, en donde los objetos y sus manos pueden llegar a la sinergia que necesitan sus cuadros. Ruiz siente que este espacio es sagrado y que ese aislamiento del que hablan los artistas es necesario para la creación de cualquier obra de arte.

El hecho de dedicarse a pintar elefantes la ha comprometido con ellos. No sólo ha querido retratarlos por medio de las pinturas, sino que ha querido llevar un mensaje que traspase los colores de los lienzos, en donde se muestre claramente su lucha contra los seres humanos para que no les quiten sus colmillos.

Ruiz ha tenido la oportunidad de mostrar su obra en varias partes del mundo, desde exposiciones individuales hasta espacios de sus familiares o amigos.

Hasta el 31 de julio, en la Biblioteca Pública Julio Mario Santo Domingo, uno de los elefantes de María Mónica Ruiz va a estar expuesto con las obras de otros artistas, como Adolfo Solarte e Isabel Cristina Chacón, en honor al pintor Ángel Loochkartt.