El Magazín Cultural

“Siete cabezas”: la poesía del miedo

Este es el primer fin de semana de la película del director colombiano Jaime Osorio en las salas de cine del país. “Siete cabezas” retrata con astucia el miedo a un cuerpo desconocido.

Camila Builes / @CamilaLaBuiles
21 de octubre de 2017 - 02:00 a. m.
“Siete cabezas”: la poesía del miedo

Existe un trastorno de identidad que genera en quienes lo padecen un desajuste entre la imagen del cuerpo mental y el cuerpo físico. Las personas sienten que su imagen corporal no coincide con la forma que tienen mentalmente de su cuerpo.

El trastorno de identidad de integridad corporal (BIID, por sus siglas en inglés) es una enfermedad que hasta hace una década era secreta y todavía no tenía nombre. La única solución, según las personas con esta afección, es mutilarse el miembro que sienten que no hace parte de ellos mismos. “Mis miembros no se sienten como si me pertenecieran, y creo que no deberían estar allí”, reveló uno de los participantes del estudio Desorden de identidad de integridad corporal, realizado en abril de 2012 por médicos del departamento de psiquiatría del Academic Medical Center Amsterdam.

El resultado del estudio apunta a que la razón principal para su deseo de modificación corporal es sentirse completo o sentirse satisfecho por dentro.

El guionista español Ernesto Bedriñana y el director de cine colombiano Jaime Osorio conocieron esta enfermedad hace tres años. A los dos, la idea de un personaje que se viera al espejo y no reconociera parte de su cuerpo, les perforaba la mente. El trastorno de identidad de integridad corporal fue el germen de Siete cabezas, la segunda película de Osorio.

“Ernesto se fue, pero yo me quedé trabajando en esa idea: un cuerpo que es dos cuerpos en uno solo. Un ser que tiene dos cuerpos que están en lucha, un cuerpo que está en lucha contra sí mismo”. En medio de esa discusión mental, Osorio llegó a la pelea filosófica de ese cuerpo lesionado: la disputa entre el bien y el mal. Pensó en esa frase del Apocalipsis: “Y apareció en el cielo otra señal: he aquí un gran dragón del color del fuego que tenía siete cabezas y diez cuernos, y en sus cabezas siete diademas”.

Esa es la historia de Marcos, un hombre que vive en un páramo, en medio de una soledad apabullante en una casa enterrada en la montaña. Un ser escondido del mundo frente a Camila, una bióloga que investiga en el páramo la muerte inexplicable de los pájaros del sitio. Camila está en embarazo y Marcos es su guía en medio del bosque hasta que llega Leo, su esposo.

La película es silenciosa y lenta. Los diálogos aparecen cada tanto y de forma específica. El trabajo de Alexánder Betancur (Marcos), Valentina Gómez (Camila) y Philippe Legler (Leo) es bien logrado. Se notan los tres meses que trabajó Osorio con los actores antes de la grabación, las pausas, los movimientos pensados, la mirada de Marcos, el miedo de Camila y la ira de Leo. Se notan y, lo más importante, no se dicen.

“Con Alexánder no trabajamos desde un aspecto emocional, sino desde lo físico, desde la mirada: ¿cómo mira Marcos? Eso fue lo más importante, cómo mira, cuando es capaz de mirar a lo ojos, cómo se para él frente a las personas. había que tener claro que es un personaje que se avergüenza de su cuerpo porque no lo entiende por su desorden de personalidad”, dice Osorio. Marcos comenzó a surgir frente a la cámara arrastrando un pierna, debajo de la lluvia mirando los dedos de sus pies amputados, en medio del bosque espiando a Camila.

David Gallego, director de fotografía de El abrazo de la serpiente, fue el encargado del ambiente. La película se grabó en Chingaza, el páramo protagonista de la historia, el color, el frío, el sonido del agua cayendo entre los árboles. “David leyó el guion, que no es fácil de entender ni de apreciar. Me llamó, me dijo un par de cosas que era muy importante que él entendiera y ahí empezó todo”, cuenta Osorio.

La cámara en Siete cabezas es un elemento expresivo, refuerza la historia y hace visible la metáfora que cuenta la cinta. La intención de Osorio con esta película —igual que con El páramo (2011), su primera película— es hacer una exploración en torno al miedo. Ese sentimiento tan arraigado en nuestro país y al que no se le ha dado un espacio fundamental en el cine local. Siete cabezas retrata poéticamente el miedo a lo desconocido, pero, sobre todo, el miedo a sí mismo, la destrucción del yo a través del dolor. Más allá de una película de terror, esta pieza atraviesa los sentimientos más íntimos de cualquiera que pueda verla.

 

Por Camila Builes / @CamilaLaBuiles

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