Basta con observar la espectacular alfombra roja del pasado Festival de Cannes, en la que vestidos fantásticos de Armani Privé, Chanel y Dior protagonizaron la llegada de Cate Blanchett, Emily Blunt y Sienna Miller, entre muchas otras que se robaron los aplausos por sus elecciones de atavíos femeninos y glamurosos, y, para ser más precisos, por la excelente oda a aquellos diseños clásicos de la década de los cuarenta, la época de oro del viejo Hollywood.
Sin embargo, la alfombra roja no es el único espacio para disfrutar de la sencillez y elegancia de una era en la que las mujeres trascendieron en la sociedad. También las chicas actuales y trabajadoras han sabido aprovechar los roperos de sus abuelas para rescatar piezas invaluables.
Mujer trabajadora
Finalizando los años treinta y en plena Segunda Guerra Mundial, el rol de la mujer en la sociedad cambió drásticamente, pues su papel como ama de casa pasó a un segundo plano. El hogar fue reemplazado por grandes fábricas y los trastes por máquinas industriales. Poco a poco las mujeres ocuparon los puestos de los hombres que asistieron a la guerra.
Y así como el papel de mujer sumisa y dedicada al hogar fue cambiando, el vestuario también. Luego de venir de una década en la que el cuerpo era protagonista, gracias a delicadas piezas que estilizaban la figura, los cuarenta se iniciaron con looks versátiles como el sastre, que para ese momento dejó de “pertenecer” a una edad específica y se convirtió en el favorito de las mujeres de cualquier edad. Mujeres que poco a poco dejaron aflorar su poder e independencia frente a los estándares del machismo.
El sastre no dejó de resaltar el cuerpo de la mujer; por el contrario, realzó una figura delgada. La sobriedad y elegancia destacaron a las chicas universitarias y trabajadoras, quienes complementaron sus looks con sombreros, tocados, sobres de mano y guantes de cuero. Vestidos y faldas a la rodilla se caracterizaron por llevar un pedazo de tela curvilíneo cosido a la cintura, llamado péplum.
Lauren Bacall es el vivo ejemplo de cómo la moda de los cuarenta marcó la historia del vestido. Hacia el 45, la bella rubia era la ficha principal de la prensa por sus actuaciones en clásicas cintas como The Big Sleep y Dark Passage, pero fue su estilo femenino y con pizcas de sensualidad el que la convirtió en musa de Yves Saint-Laurent y Emanuel Ungaro. Atuendos de seda ceñidos al cuerpo, enterizos y pantalones a la cintura con delicadas camisas que dejaban al descubierto apenas una parte de su torso, hicieron de la actriz un ícono de estilo.
Y aunque costaba desprenderse del gris que dejaba la guerra, los modistos intentaban darle un vuelco al ropero femenino recurriendo a vestidos elegantes con múltiples gráficos y colores impresos. Fue entonces cuando en 1947 apareció Christian Dior proponiendo el new look, con faldas de mucho volumen, tipo campana, que resaltaban la cintura avispa y retomaban el lujo y el exceso. Allí comenzó un nuevo capítulo para el mundo del vestido.
Detalles cuidadosamente pensados en cada prenda marcaron la historia de la moda durante esta década. Cuellos con apliques, vestidos estampados, shorts a la cintura, guantes de cuero y sobres de mano en diferentes texturas fueron claves al momento de construir cualquier look.
Los cortes de las prendas, rectos y con caída natural, eran la tendencia imprescindible en el clóset de las chicas profesionales y ávidas de moda. Los sobres de mano se convirtieron en un agregado ideal para llevar a la oficina. Los vestidos estampados de puntos y colores vibrantes se fusionaron con aires deportivos, logrando outfits modernos, divertidos y ajustables a cualquier momento, demostrando que la moda nunca pasa de moda.
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