Se había quedado sin palabras. Esa tarde, un ave extendida parecía ir hacia algún lado. El viento daba círculos y movía insistente las hojas de los árboles. Cuando el ave avanzaba, el ciclón la hacia retroceder y entonces cambiaba el recorrido de una manera muy suave, sin terquedad. Una elipse y luego otra más… ¿Llega el ave a donde quiere ir? No solo el ave va, también va el viento. Y en ese baile se define el curso que tomará cada cual.
Ave y silencio tienen mucho que ver. En eso se detuvo al otro día, cuando salió al balcón en la mañana. Mientras observaba el monte exuberante, se quedó observándolas. Tomó la libretica y anotó, casi como si fuera un dictado:
Las aves escarban en el suelo
y picotean el silencio.
Ha venido trasplantado
por el viento alisio de la tarde.
Y amaneció ahí,
en el suelo.
Se ha dejado caer
para fecundar la tierra.
Recordó que el vocablo semilla se vincula a una raíz indoeuropea que tiene que ver con dejar caer, tirar, sembrar: sei. La misma raíz de la palabra silencio. Una vez mascullado esto, volvió a quedarse sin palabras.
Pasó así el resto del día. A la hora de la cena, la campana sonó para invitarlos a pasar a la mesa. Ella era una de las trece personas que comían en perfecto mutismo, en Villa Claver. Se había quedado sin palabras en un acto voluntario.
Conocía bien ese otro silencio, el de su propio miedo. El silencio que no elegimos sino el que nos asfixia. Pero esta vez había ido a la pausa como quien va a un pozo luego de días de intensa sed. En un mundo cada vez más ruidoso, la contemplación sigilosa le parecía una experiencia vital, trascendente.
¿Qué es eso que es incapaz de ser proyectado en cualquier lenguaje? Si lo que el silencio indica va más allá de las palabras que lo remplazan, como decía el filósofo Luis Villoro, ¿Qué es eso que nos está indicando? La contemplación no lo verbaliza, pero es una manera de percibirlo. Dicho esto, quiso gustar, olfatear, tocar, ver, oír. Así lo formuló Ignacio de Loyola en su método de mil quinientos. Así, en diálogo con algunas practicas meditativas de oriente y occidente. Vías o caminos que nos pueden llevar a recordar lo inefable. Eso que algunas traducciones llaman fuente, origen, divinidad, luz, creación…
El sol pegaba fuerte, tres días después. Debajo de un cenízaro, el aire estaba fresco. Tomó de nuevo la libreta y vino el dictado:
Resopla el árbol
con viento de cigarra.
Luego inspira, inspira
y lanza otra vez un sonido cíclico,
incesante,
envolvente esta mañana.
Expira el árbol
su viento de cigarra.
Anuncia que vuelve a nacer.