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Sobre el perfil de un dictador

“Prohíbo decir mi nombre” (Intermedio) es la novela en la que el psicoanalista y profesor de literatura, Jaime Echeverri, ahonda en el concepto de poder por medio de un personaje narcisista y autoproclamado como el salvador de la patria.

Andrés Osorio Guillott

01 de octubre de 2019 - 09:00 p. m.
Jaime Echeverri ha escrito libros como “Reina de Picas” y “Corte final”. / Gustavo Torrijos
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A Jaime Echeverri lo aprisionaron los carabineros que apoyaron el golpe de Estado del general Augusto Pinochet al Gobierno de Salvador Allende en 1973. La represión y las alarmas de una nueva dictadura en América Latina determinó una especie de fijación en el autor por las figuras de poder y los discursos de salvación de la Patria y del curso de la historia soberana.

La metamorfosis de Kafka y Psicopatología de la vida cotidiana de Sigmund Freud, influenciaron el pensamiento de Echeverri. Su pasado, su memoria, evocan esos días en que deambulaba en las bibliotecas de sus familiares y de los familiares de Humberto de La Calle, su amigo de la adolescencia que lo acompañó varias tardes a explorar en las viejas solapas que escondían epifanías.

Como lector voraz y como testigo de la génesis de un gobierno totalitario que mató y desapareció voces y versos de protesta, Echeverri ha logrado forjar una vida arraigada a los laberintos del psicoanálisis y a los mundos que yacen en la literatura que ha leído y que ha escrito. Y es por ese híbrido de experiencias, memorias y lecturas que surge una novela como Prohíbo decir mi nombre, un relato de un personaje sin nombre que, como afirma el autor, representa un comodín de los dictadores, de los que se autoproclaman salvadores y se convierten en enemigos de la justicia y de los valores más fundamentales de una democracia.

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“No hay tirano sin un narciso inmenso. El tirano es un ególatra, solo se ama a sí mismo con todas las contradicciones que implica el amor. Todos esos personajes tienen un cierto perfil común, una patología, no les interesa sino hacer su voluntad y tienen un profundo miedo a la muerte. Al personaje no le interesa hacer de los otros seres imprescindibles porque lo que le interesa es usarlos en su momento y desecharlos después, es completamente intimidante”, afirma Echeverri tras haber dialogado sobre los patrones que unen los comportamientos de dictadores como Hitler, Mussolini o Franco, tres estandartes de los totalitarismos del siglo XX que, como dijo Julio Sosa, fue “un despliegue de maldad insolente” y que reveló nuevos límites de nuestra naturaleza y algunas estrategias de manipulación de masas en pro de la realización de las voluntades supremas y malévolas.

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El personaje de la novela es en sí un análisis del discurso sobre el poder, el narcicismo y la egolatría de sujetos que construyen la paradoja de interesarse en el control de la comunidad sin propender por la trascendencia de sus vidas. Como figuras mesiánicas se visten y como refundadores de la patria se reconocen aquellos que buscan negar colectivos, que construyen una sociedad fragmentada en la que los individuos no son más que eso, individuos solitarios que dividen y entorpecen los sueños y el progreso comunitario.

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Postrado en una cama de un hospital, el personaje contiene otro elemento que atraviesa la literatura y que es, finalmente, el que permite que un sujeto o grupo reconstruya su sentido: la memoria.

“En el ejercicio psicoanalítico es fundamental la memoria, porque el psicoanálisis surge, en parte, de las ideas del romanticismo alemán, y en esas ideas finalmente hay un momento en el pasado en que se pudo torcer el destino. El psicoanálisis apela a la memoria precisamente para encontrar esos momentos, revivirlos y poder reparar nuestro destino”, cuenta Jaime Echeverri, apelando a su conocimiento como psicoanalista y como un pensador inagotable de las existencias ajenas, de esas que justamente se ven opacadas por personajes como los que construyó en su novela y que van haciendo de la democracia y la paz perpetua una quimera imposible de reconocer entre oratorias de promesas vacías y leyes que no hacen justicia, sino que van arrinconando al ser humano en libertades anulada por visiones universalizantes que niegan la pluralidad y, por ende, la creación de ideas y voces que manifiestan la añoranza de un tiempo alejado de la censura y la negación del principio de la vida y la diferencia.

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Por Andrés Osorio Guillott

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