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Sobre "Normal", la película de Adele Tulli

Presentamos el segundo texto del taller de crítica cinematográfica de la quinta versión del Bogotá International Film Festival. En esta oportunidad, hablamos de la película del director italiano, Adele Tulli.

Pablo Román

13 de octubre de 2019 - 07:32 p. m.
Imagen de una de las escenas de "Normal", película que hace parte del Bogotá International Film Festival y que se presentó inicialmente en junio del presente año en Rusia. / Cortesía
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En Argentina, en 1978, María Luisa Bemberg realizó el corto Juguetes, cuyos títulos iniciales declaran sin más la tesis del corto, que en términos generales coincide con la de Normal: “Desde la infancia las expectativas de género son distintas para cada sexo. Se educa a los hijos de manera específica para que actúen de manera específica”. A lo largo de Juguetes, una serie de imágenes de niños y publicidad en una feria de exposiciones hace un contrapunto con el discurso teórico, casi didáctico, de una voz en off, similar a la que pocos años antes usaron en Colombia Marta Rodríguez y Jorge Silva en Chircales. Pero en la película de Adele Tulli las imágenes no precisan sino de algunos diálogos y de una palabra, Normal, para plantear preguntas y articular ideas centrales del problema de las convenciones sociales y el género.

Tulli realizó la película como parte de su tesis de doctorado, pero la desarmante inmediatez de su torrente de imágenes impide en todo momento entrever la elaborada tramoya conceptual de aquella reflexión académica de cuatro años acerca de las convenciones de género en el medio fílmico. La película ensarta viñetas documentales filmadas en decenas de localizaciones de Italia. En su conjunto describen el arco que va de la infancia a la madurez y muestran -sólo muestran- los símbolos y prácticas sociales, más o menos tácitos, más o menos explícitos, a través de los cuales aprendemos a identificarnos y comportarnos como hombres o mujeres "normales".

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Una niña a la que le perforan las orejas: “¡Qué bella, qué valiente! Ya eres una niña con aretes, como mamá”; una fábrica de juguetes de plástico: rosado para el juego de cocina, azul para el juego de herramientas; un grupo de mujeres con ropa ajustada para deporte, haciendo ejercicios de gimnasia en un parque y usando su coche como apoyo; una carrera de motos para niños: “Eres todo corredor, no te debería asustar un poco de viento” le dice el padre a su hijo antes de comenzar la carrera, y durante la carrera: “¡Sí, ese es mi muchacho!”; una fiesta de adolescentes donde todas las mujeres llevan las piernas descubiertas, los hombres camisas con el primer botón abierto; un casting para un concurso de belleza en el que cada mujer se para en bikini ante la mesa del jurado y dice qué quiere estudiar; una fiesta de soltera en la que la torta y los decorados tienen forma de pene; un matrimonio homosexual en el que los novios, cogidos de la mano, no se inmutan ni se ven a los ojos cuando el juez sella los declara casados, sino que siguen saludando con la mano a los invitados.  

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La primera y la última viñeta (la niña a la que le perforan los oídos y el matrimonio homosexual) tienen un sentido especial que apunta a la película entera. Tal vez no sea una sorpresa, aunque sí una constatación conmovedora y dolorosa, el que los ojos y el rostro de una niña expresen con  la mayor fuerza y exactitud la mezcla de dolor y satisfacción que sentimos cuando hacemos propia una convención social, sin saber muy bien por qué y sin quererlo del todo, pero aliviados y adulados por ser normales. Desde el punto de vista en el que nos sitúa esta escena no olvidamos que cada uno de los individuos del desfile anónimo de la película es precisamente un individuo con un alma propia, por más que se parezca tanto a los que lo rodean. (En un instante milagroso, el doctor le dice a la niña: “Alma, abre los ojos… y sonríe”). La escena final, que al mostrar un matrimonio homosexual pone entre paréntesis las discusiones y luchas contemporáneas de género y apunta dolorosamente a un problema más amplio: los ritos de iniciación en nuestra sociedad han perdido todo valor y han sido sustituidos por la imitación. Llegar a ser un hombre, llegar a ser una mujer: esto ya no es posible, sino apenas ser normal.

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Por Pablo Román

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