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Sophia Vari y el juego de la paciencia en el arte

La artista griega que le hizo espacio a Colombia en su corazón, a través de su esposo Fernando Botero, falleció el pasado viernes 5 de mayo a los 83 años. Dejó un legado artístico y escultórico que, además de abarcar varias décadas, traspasó fronteras.

Andrea Jaramillo Caro
08 de mayo de 2023 - 02:00 a. m.
La artista griega Sophia Vari contrajo matrimonio con el artista colombiano Fernando Botero a finales de la década de 1970. / Getty Images
La artista griega Sophia Vari contrajo matrimonio con el artista colombiano Fernando Botero a finales de la década de 1970. / Getty Images

La relación más larga que sostuvo Sophia Vari fue con el arte. A los 17 años la ateniense, pero ciudadana del mundo desde niña, decidió que este campo cultural sería a lo que dedicaría su vida. Experimentó un tiempo con la pintura, pero luego encontró el medio que marcaría su carrera: la escultura. La monumentalidad y tridimensionalidad le permitieron explorar durante años la belleza de la forma humana entre lo abstracto.

De madre húngara y padre griego, con tres meses de vida, en 1940, fue llevada a Suiza junto a su familia en un intento por alejarse de la guerra que destruía a Europa. El apellido que por nacimiento le fue otorgado no es por el que se le conoce, pues el de su padre era Kanellopulos y con este inició su vida. Alejada de su tierra natal, la futura artista pasó sus primeros años en el exterior para regresar a Grecia con nueve años y un conocimiento nulo del idioma que hablan allí.

El regreso no fue una etapa fácil, pues atravesaba la separación de sus padres y su abuela materna fue la encargada de criarla durante esos años de adolescencia. Compartían el mismo nombre y terminaron disfrutando de los mismos gustos por las artes y la cultura. En una entrevista de 2011 para la revista Credencial, la ateniense comentó que “no había artistas en la familia. Por parte de mi padre eran industriales y políticos, pero yo me crié con mi abuela materna, a la que adoraba; se llamaba Sophia, como yo. Era una mujer muy especial, fanática de la música y de todas las artes y me inculcó todo su amor por la cultura. Al mismo tiempo era muy estricta; para ella el estudio y la disciplina eran lo primero, aunque también sabía ser afectuosa”.

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Durante esos años que pasó junto a su abuela, Vari intentó desarrollar algunos de los intereses que había heredado de su rama materna. “Muy joven, quise escribir, aprender ballet o piano… ¡Pero resulté un desastre! Lo que me salía medianamente bien era dibujar, de modo que volqué mi interés en la pintura”, dijo a la revista. Su educación comenzó en la escuela privada Philston de Atenas y luego, en 1957, fue enviada a estudiar inglés al Reino Unido.

Aprendió sobre mitología griega y terminó convirtiéndose en una políglota que tuvo que regresar a su país natal a los 18 años para contraer matrimonio con el hombre que su padre había elegido para ella. Sobre este período de su vida, recordó que en su momento se sintió feliz, con los años comenzó a cuestionar la felicidad que le dio esa tradición, que le había parecido tan común al inicio de su matrimonio. Sin embargo, de esa primera unión, Vari tuvo a su única hija: Ileana, quien fue uno de los ejes en su trayectoria.

Como todo en su vida, hasta el nombre artístico que eligió tiene una historia. Ella viene de una familia de empresarios y políticos griegos cuyo apellido era reconocido en el territorio. Ella, “guiada por el romanticismo y la terquedad de una adolescente, quería ganarse su reputación, no heredarla por el nombre”, según escribió Alexandra Koroxenidis en el diario griego Ekathimerini, cambió su apellido por el nombre del pueblo griego Vari. Allí se encontraba la mansión Varkiza, que su familia ocupó y que en 1945 fue el lugar donde se firmó el tratado que puso fin a una guerra civil.

Entre las reuniones que su padre sostenía con personajes influyentes del mundo de la política y la cultura fue que Vari conoció a personalidades como Winston Churchill y la diva de la ópera María Callas, cuyo incentivo fue el empujón final que llevó a la joven griega a las artes, de acuerdo con el libro de Justin Spring sobre ella.

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Cuando se casó ya sabía que dedicaría su vida al arte y por eso acabó mudándose a París junto a su esposo, quien “tuvo la inteligencia y la sensibilidad de permitirme ir a la École des Beaux-Arts. “En París tenía un taller donde me dedicaba a pintar al óleo, aunque recuerdo que dentro de mí sentía la necesidad del volumen y que las grandes influencias culturales me llevaban a la escultura, a la que llegué después de 10 años”, afirmó para Credencial.

Durante esos primeros años que se dedicó a la pintura no tuvo mucho éxito, pero en 2011 afirmó que se sentía feliz porque sabía que había encontrado su camino. La artista sabía que “los milagros en el arte no existen, lo que siguió de ahí en adelante fue lento, duro, a veces frustrante. Comprendí rápidamente que tenía que estudiar, aprender a través de los viajes, de ver mucha, muchísima pintura, y de ensayar una y otra vez. De perseverar. El camino del arte es el ejercicio de una larga paciencia y de saber observar con detalle todo lo que nos rodea”, contó a la revista.

Hacia 1976 sintió que necesitaba un cambio en su práctica artística y decidió alejarse de la pintura alegando que “la pintura es una ilusión, un trampantojo. Quiero tocar, quiero el volumen, quiero poder caminar alrededor de mi trabajo, quiero crear en un espacio, para demostrar que lo que creé realmente existe. Descubriendo estas cosas, comencé a sentir mi propia existencia”, según dijo ese mismo año.

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En 1978 se divorció del empresario griego que su padre había elegido. Un año más tarde conoció al hombre que se convertiría en su pareja y segundo esposo por 40 años: el maestro colombiano Fernando Botero. Los artistas se conocieron en una cena en casa de una amiga de Vari y, aunque no fue amor a primera vista, la artista griega contó que primero se enamoró del hombre y luego de su obra, “me enamoré de él dos veces”, le dijo a Credencial entre risas.

La monumentalidad vino después. “Hubo un momento, después de que empecé con la escultura igualmente figurativa y clásica, en que tuve mucho respeto por lo que se ha hecho a lo largo del tiempo y empecé con la abstracción, convencida de que da la libertad que no da la figuración. Para mí y mis convicciones del arte, la composición de los volúmenes y el espacio, la armonía entre ellos me hizo sentir esclava de la figuración porque no me permitía esa composición, esa melodía que yo quería con los volúmenes”, dijo la artista al diario El Colombiano en 2012. Para ella, no todas las esculturas podían ser monumentales, “Depende de la composición y de unas reglas determinadas. Una escultura chiquita puede contener en sí un concepto de monumentalidad en su composición, mientras una de cuatro metros puede resultar poco monumental. En el efecto final intervienen también aspectos como el entorno, si es una calle, un jardín, un campo abierto o un edificio”, dijo a Credencial.

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Al color regresó en la década de los 90, luego de haber creado esculturas de bronce y mármol durante 15 años, extrañaba los pigmentos que marcaron el inicio de su carrera. “A partir de 1994 decidí dedicar mis energías a una especie de montajes sobre lienzo. Esto me permitió fusionar la delicadeza de la pintura con el diseño. Ya no creaba con volumen, sino con color, conservando mi conciencia escultórica de la forma”, escribió. Experimentó también con la joyería, comenzó por una pequeña maqueta que estaba en su estudio y así creaba sus joyas. “cuando tengo la idea de una escultura la saco en pequeño, en dimensiones que yo pueda tocar, intervenir, corregir. Nunca he cambiado la manera de trabajar. Hago una maqueta chiquita. Y no son solo anillos, son prendedores, collares, todo. Los hago para mí, al momento que veo que me falta algo, un detalle. Luego las amigas se fueron antojando. Muchas de estas maquetas se han convertido en esculturas monumentales”, dijo a El Colombiano.

La obra de Vari fue expuesta en Colombia, Estados Unidos, Mónaco, Francia, Suiza, España, Grecia e Italia. Acompañó a su esposo en todos sus viajes y cuando se movían entre las casas que tienen alrededor del mundo, pues consideraba que “los viajes son excelentes para el proceso creativo”. Entre esos viajes continuaba creando y dejaba reposar sus obras, siguiendo el principio de regresar más tarde a ellas con un ojo crítico. “Es como tener un espejo en el que tú puedes mirar las cosas y verlas al revés. En ocasiones encuentro que no funcionan y las descarto. Poner distancia por un tiempo hace que la obra se decante y se mire como si no fuera tuya”, dijo en 2011.

Andrea Jaramillo Caro

Por Andrea Jaramillo Caro

Periodista y gestora editorial de la Pontificia Universidad Javeriana, con énfasis en temas de artes visuales e historia del arte. Se vinculó como practicante en septiembre de 2021 y en enero de 2022 fue contratada como periodista de la sección de Cultura.@Andreajc1406ajaramillo@elespectador.com

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Dionisio(cvtsc)09 de mayo de 2023 - 07:16 a. m.
Una noticia muy triste y apenas imaginable el dolor que debe sentir el maestro Botero. Nota al margen: Sophia nació en Vari, suburbio de Atenas, ubicado en una de las áreas más bellas de Ática. De ahí adoptó su apellido artístico.
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