“Soul” y la invitación a vivir a partir de la riqueza de lo cotidiano
Las preguntas sobre el sentido de la vida, sobre la existencia, son temas centrales en Soul, película de Pixar. Las respuestas ante estos interrogantes parecen estar en lo simple, en lo cotidiano.
María José Noriega Ramírez
En medio de la ciudad de Nueva York, en la que el caos se siente a través de los pitos de los carros, así como por medio de los pasos a destiempo que dan las personas al caminar, casi sin mirar a quien está al lado suyo, pues el celular acapara toda su atención, vive Joe Gardner, un músico y amante del jazz. Desde niño, cuando su papá lo llevó a uno de esos clubes subterráneos, en los que al bajar las escaleras se descubre un mundo en el que la música, por medio del saxofón, el piano, el contrabajo, entro otros instrumentos, une a las personas, aspiró a que su vida estuviera dedicada a ella, o más bien, a que la música fuera su vida. No tenía duda de ello. La gran pregunta era cómo lo iba a lograr.
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En medio de la ciudad de Nueva York, en la que el caos se siente a través de los pitos de los carros, así como por medio de los pasos a destiempo que dan las personas al caminar, casi sin mirar a quien está al lado suyo, pues el celular acapara toda su atención, vive Joe Gardner, un músico y amante del jazz. Desde niño, cuando su papá lo llevó a uno de esos clubes subterráneos, en los que al bajar las escaleras se descubre un mundo en el que la música, por medio del saxofón, el piano, el contrabajo, entro otros instrumentos, une a las personas, aspiró a que su vida estuviera dedicada a ella, o más bien, a que la música fuera su vida. No tenía duda de ello. La gran pregunta era cómo lo iba a lograr.
Pasando por trabajos informales, en los que no recibía pago de pensión o de seguridad social, pero con la convicción, a veces dudosa, de que algún día iba a debutar como músico, esperaba con ansias el momento en el que sobre un escenario se iba a sentir vivo. El ofrecimiento de un trabajo fijo, como profesor de banda en un colegio, le dio la impresión de que ese día no iba a llegar. Con cara de decepción, dudando entre si recibir o no su nuevo contrato, y rascándose la parte de atrás de su oreja, en señal de desconcierto, lo invadió la confusión, además de la decepción. En teoría, había alcanzado la meta bajo la cual lo habían educado, o más bien, el objetivo impuesto por una sociedad marcada por un modelo de tiempos de éxito: naces, estudias y trabajas, pero en un lugar oficial. Aun así, se sentía vacío.
“Solo piensa, el piano y la música serán finalmente una carrera real”, le dice su mamá. “Dirás que sí, ¿verdad?, agrega. “Sí, lo voy a hacer”, afirma Gardner invadido de miedo y de presión. En ese momento, su celular suena. Detrás de esa llamada, se esconden unos sucesos que marcarán un punto de no retorno en su vida, así como una serie de reflexiones sobre su existencia. La oportunidad que venía esperando desde niño estaba cerca: tocar con Dorothea Williams, su ídola del jazz. “Moriría como un hombre feliz si pudiera presentarme con ella”, afirma. En medio del éxtasis que invadió su cuerpo, tras haber tocado el piano para ella y haber sido aceptado como parte del grupo con el que empezaba una gira, Gardner quedó atrapado entre la vida y la muerte.
“No puedo morir hoy, no justo el día en el que tengo mi oportunidad. “No voy a morir hoy, justo cuando mi vida está empezando”, lamenta. Huyendo del ‘Gran Después’, como se conoce el lugar después de la muerte en la película, Gardner llega al ‘Gran Antes’, conocido como el Seminario del Yo, escenario en el que se le asignan las personalidades a quienes podrán habitar la Tierra, luego de encontrar ‘la chispa’. Pensó que aquello era sencillo: “Mi chispa es el piano”. En el afán por volver a su cuerpo, por retomar sus planes, por regresar a tiempo para presentarse en el escenario donde, según creía, iba a empezar por fin a vivir, no piensa en nada ni en nadie.
El alma Veintidós, su compañera en el ‘Gran Antes’, no ha encontrado algo por lo que valga la pena vivir. Para ella, la Tierra es el lugar donde se dañan las almas. Así, el dúo conformado por Gardner y Veintidós es de almas perdidas. Ninguno ha identificado una motivación real de vida. Por un lado, ella no ha tenido la oportunidad de experimentar sensaciones, de utilizar los sentidos para identificar qué le gusta y qué no. Por otro, Gardner tiene en su mente las veces que le dijeron no, las ocasiones en las que le cerraron las puertas en la música. Siente vacío y soledad.
Las preguntas sobre el sentido de la vida, sobre la existencia, son temas centrales en la película. Y las respuestas ante estos interrogantes parecen estar en lo simple, en lo cotidiano. Una vez Veintidós quedó atrapada en el cuerpo de Gardner, a partir del asombro y la sorpresa que se llevó al probar la pizza, al pasear en el metro, al ver las hojas de los árboles y la luz del sol, así como las mariposas, comprendió que llevaba tiempo privándose de esa riqueza. Pero más allá de ello, le dio una lección al músico: la importancia de ver más allá de uno mismo, en un mundo en el que la tendencia es hacer lo contrario. El barbero le dijo: “Te agradezco que al fin habláramos sobre algo más que no sea jazz”. Veintidós, en el cuerpo de Gardner, le preguntó: “¿Cómo es que nunca habíamos hablado de tu vida?”. “No preguntas, pero qué bueno que lo hiciste esta vez”, le respondió.
Joe Gardner, tras varios vaivenes, cumple su meta: debutar en el escenario con Dorothea Williams. Sin embargo, la sensación de plenitud y satisfacción, que pensó que iba a sentir el día en el que con la música iba a empezar a vivir, no llegó. El mismo vacío y la misma soledad persistían. Si Veintidós sentía que no merecía estar en la Tierra, pues consideraba que no era buena para eso, Gardner seguía sin identificar ‘su chispa’, y la verdad era que ya la tenía, escondida en su memoria, pero la tenía. Mientras tocaba tímidamente el piano, a su mente llegaron imágenes de lo que en los últimos días había vivido: el show de un músico en la estación subterránea del metro, el nuevo corte de pelo que le hizo el barbero y el regalo que su mamá le dio para su show: el traje de su padre. Sus pensamientos fueron cada vez más profundos y lo llevaron a recordar la sensación del viento sobre su cuerpo, la música de sus estudiantes, las noches en las que con su papá se sentaba enfrente de un vinilo a escuchar música, o los días en los que se encontraba con él frente al piano a escuchar las melodías que resultaban del roce de sus dedos y las teclas, la libertad que sentía al montar bicicleta entre los parques de la ciudad, así como la sensación de paz que le daba sentir el agua del mar y la arena en sus pies. Así, Joe Gardner entendió que ya había vivido, incluso antes de que llegara el día en el que él creía que iba empezar a vivir.