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Sueño en un cine

Presentamos una reseña del cortometraje Sueño con Ana del director chileno José Luis Torres Leiva.

Valentina Giraldo Sánchez
27 de septiembre de 2020 - 03:00 p. m.
En el cortometraje chileno, Ana ha escrito su sueño a detalle. Sin embargo, el tacto del recuerdo continua transformando las imágenes.
En el cortometraje chileno, Ana ha escrito su sueño a detalle. Sin embargo, el tacto del recuerdo continua transformando las imágenes.
Foto: Archivo Particular

Hace un tiempo soñé con mi bisabuela Maruja. Hace un tiempo soñé con mi bisabuela. Hace un tiempo soñé con mi. Hace un tiempo soñé con. Hace un tiempo soñé. Hace un tiempo. Hace un. Hace. Las imágenes en la memoria se desdibujan al igual que las palabras. Sueño con Ana es un cortometraje del director chileno José Luis Torres Leiva, en él recorremos el fragmento de memoria de una mujer que ha soñado con su compañera fallecida. Al igual que a Ana con su sueño, a mí me cuesta recordar el rostro de Maruja. Pensar en los rostros caídos y la incertidumbre actual es como recorrer un mismo sueño, un sueño que se escapa del lenguaje y de la memoria. Simplemente volvemos al punto de partida. Al cansancio, a la frustración y a la tristeza de soñar con gente muerta.

Pensar en la textura de un sueño es hundirse en la mutante textura de la memoria. En el cortometraje chileno, Ana ha escrito su sueño a detalle. Sin embargo, el tacto del recuerdo continua transformando las imágenes. Los colores. Los olores. Los momentos. Quizá una de las imágenes más llamativas del cortometraje, sea el rostro de Ana desenfocado. Como si se tratara de un cuerpo que constantemente es atravesado por el tiempo. En las salas de cine los rostros de las espectadoras suelen verse desenfocados por el juego de la luz reflejada de la pantalla, y la oscuridad del espacio. El cine quizá sea un pequeño momento para soñar, y el escribir sobre cine quizá sea un estado de memoria perpetuo. Siento todas estas cosas cuando recuerdo Sueño con Ana. Y uso el verbo recordar porque a este cortometraje lo camino sin mirar nota alguna escrita sobre la narrativa, o sobre la imagen, o quizá sobre el montaje. El rostro desenfocado de Ana en el sueño me devuelve la mirada a un rostro propio desenfocado en la pantalla. A rostros ajenos desenfocados en las calles y a tapabocas que no dejan ver si la gente se está riendo.

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El cortometraje nos invita a un juego entre certeza y confusión, verdades dislocadas y nostalgia fragmentada. Es corto y conciso. La sensación es más larga. Intento volver a las imágenes precisas sin la búsqueda de la repetición y reproducción de la obra. Recuerdo las miradas, los rostros y la nuca. Caminar sobre la memoria de una historia que trata de un sueño es doblemente engañoso. Siento que hablar de este cortometraje de José Luis Torres Leyva es como estar en la casa de espejos de algún parque de diversiones. El pliegue temporal que implica ver una película, junta al pasado y al presente. Las imágenes se encuentran, pero ambas son solo el reflejo especular. Esto y un poco más es Sueño con Ana. En este juego de reflejos borrosos, vuelvo constantemente al inicio: el sueño con mi abuela y el escribir sobre cine como un acto de recuerdo y estética de sueño. Al recordar el cortometraje recuerdo los rostros, el hablar con gente muerta y, como es casi inevitable, recuerdo el sueño eterno de los últimos días. Este sueño eterno quizá tenga que ver con mi abuela muerta pero, al mismo tiempo, quizá tenga que ver muy poco con el cortometraje de José Luis. En mi sueño, que creo es un sueño colectivo, las noticias se repiten: nos están matando. A veces el cine sirve de urdimbre para recordar que entre tramas y entramados, todo se une. O de pronto sea solo una excusa para justificar la necesidad de tejer el sueño de Ana con mi sueño y estos sueños, con el sueño del cine.

Escribo estas palabras en primera persona, con un devenir retórico y fragmentado, porque cuando hablo del cine, siento que estoy hablando de un sueño. Es un sueño de fantasmas y pasados repetidos. Y es un sueño que, vulnerable, espera poder volver a ser dormido y recordado en un cine, un cine con rostros borrosos, sonidos monumentales, filas, tapabocas, distancias y gel antibacterial para las manos. Como un tiempo contenido en las palabras o de pronto como un milagro secreto, un instante suspendido en una gran pausa que nos permita descubrir el rostro borroso para entenderlo como un rostro hermano; y así, el sueño del cine nos permita salir del repetido sueño colectivo, tan macabro, de estos días.

Por Valentina Giraldo Sánchez

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