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“Nosotras”: el cementerio bajo el agua que escribió Suzette Celaya

El libro de la mexicana le da vida a una protagonista que se aferra a sus muertas y a un pueblo condenado a desaparecer.

Paula Andrea Baracaldo Barón

03 de junio de 2025 - 05:05 p. m.
Suzette Celaya (1982) es escritora e investigadora mexicana.
Foto: Joel Garcia
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Suzette Celaya es oriunda de Sonora, un lugar situado en la frontera de México y Estados Unidos. Cuando escribió “Nosotras”, su primera novela, consideró, de alguna forma, hacerlo parte de su relato sin darle un nombre directo. “No quería que me asociaran con las historias del norte relacionadas con el narcotráfico, las drogas o la violencia. Claro, fantaseaba con la idea de que mi historia estuviera publicada, no quería caer en esos estereotipos,” dijo.

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Durante el proceso de escritura, Celaya —que no sabía si enfocarse en el agua, el río o el mar— buscaba algo que la conectara con Sonora. Entonces, encontró una fotografía en la que aparecía un paisaje con agua. Parecía un lago. En el centro de esa imagen, se distinguía una torre en ruinas que salía parcialmente del agua. “Era la iglesia de un pueblo que había sido cubierto por el agua”. Apareció esa idea. Su idea: si había sido un pueblo, debería haber un cementerio bajo el agua, con tumbas sumergidas. “Y ahí fue cuando me imaginé que esa historia podía estar relacionada con una hija perdida, con mujeres que estuvieran en ese cementerio sumergido”, explicó.

En un principio, cuando planeaba la historia, pensó: “¿Y si fuera una historia de fantasmas?” Esa idea del “aparecido” —como ella misma lo definió— estuvo rondando su mente, pero la desechó pronto. “Quería jugar con esa sensación sobre todo. Entonces pensando, pensando y pensando, digo: ‘Bueno, vamos a poner un espejito en la historia. Juguemos con esa idea de que, a lo mejor, algo aparece, algo se va a mostrar ahí, y que a la vez pueda ligarse con la identidad de Violeta’”.

Una vez conectados los elementos para construir la trama, dio vida a Violeta, su protagonista.

Construir a Violeta

El espejo en la historia se convirtió en la forma de la aparición de algo misterioso, sino también de la búsqueda de identidad de Violeta, una forma de ligar lo que ella era con lo que deseaba encontrar.

Sirvió para profundizar en el apego materno de Violeta, una mujer que, a pesar de no tener madre, sentía la necesidad de creer en ella (y en crearla). “Es algo que muchas mujeres en su vida experimentan, pero que Violeta lo siente de una manera profundamente solitaria”, señaló la autora. A través del reflejo, Violeta le hace frente a sus miedos, a su constante temor de ser atacada o vigilada.

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Respecto a la estructura del libro, la autora mencionó que el uso de saltos temporales y fragmentos al final de cada capítulo surgió como una forma de mostrar otros aspectos de la vida del pueblo sin necesidad de desarrollarlos formalmente. “No quería centrarme demasiado en personajes secundarios, solo mostrar sus vidas con pequeños destellos, sin desarrollar arcos narrativos completos”, explicó. En su novela, hay diferentes mundos que coexisten sin caer en la repetición o en la sobrecarga de detalles. Son fragmentos alternos ayudan a dar respiros al lector. En su visión, la historia de Violeta, contada en primera persona, podría resultar demasiado subjetiva o densa, por lo que se siente necesario intercalar momentos más ligeros.

Construir una novela histórica que abordara el tema de la misoginia y la relación de Violeta con las mujeres de su vida también fue un reto. Eligió a la abuela como figura clave para tratar este último tema: al no querer la responsabilidad de cuidar a su nieta, se convierte en un personaje cruel y desinteresado, que incluso culpa a Violeta de la muerte de su hija, su madre. “La abuela la odia porque siente que si Violeta no hubiera nacido, su hija aún estaría viva”. Una forma de maternidad distorsionada. La abuela, aunque mujer, no es capaz de ofrecer el amor o el apoyo emocional que Violeta necesita.

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En cuanto al estilo de escritura, la autora mencionó que su lenguaje tiende a ser poético, lo que no siempre es común en la literatura. “Este libro tiene algo especial en su lenguaje porque el entorno donde se desarrolla la historia me lo pedía. Es una zona rural, más reflexiva, que me llevó a utilizar un tono más pausado y detallado“. Pero también reconoció que, como escritora, siempre está buscando maneras diferentes de decir lo mismo, un reto que se le presenta en cada proyecto. “Me interesa que tanto un joven de 15 años como una mujer de 60 puedan leerme y entenderme. Quiero que mi escritura sea cercana para cualquier lector”, aseguró.

Para ella, escribir es como una constante reescritura, un proceso de volver sobre lo dicho, de pensar si lo que se está expresando puede decirse de otra manera. “Pienso mucho en imágenes. Cuando empecé a escribir, la idea de un cementerio bajo el agua me apareció de forma muy visual, y eso se convirtió en una parte importante de la historia”, añadió. De alguna manera, la poesía está presente en su escritura no solo en el lenguaje, sino también en las imágenes y las emociones que las acompañan, permitiendo que el lector vea lo que ella imagina.

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La escritora, con 42 años, habló desde la experiencia de haber sido moldeada por la literatura masculina, y de ver, ahora, cómo las historias de mujeres se sienten de una manera distinta.

Muchas veces, dijo, los personajes creados por los hombres le parecen poco realistas o superficiales. “Ya ni les creo. Es como si nos retrataran de una forma tan idealizada que resulta fantasiosa”, comentó con cierto humor.

“Tiene que consolidarse aún más y evitar decir que es una moda. No caer en el error de considerar la presencia de escritoras como una moda pasajera”. La visibilidad de las escritoras debe ser consolidada, y el esfuerzo y la dedicación detrás de sus obras no deben ser minimizados con etiquetas de “tendencia”.

Por Paula Andrea Baracaldo Barón

Comunicadora social y periodista de último semestre de la Universidad Externado de Colombia.@conbdebaracaldopbaracaldo@elespectador.com
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