¿En qué momento Fernando Botero donó parte de sus obras al Banco de la República?
Fue a inicios de 2000, casi que en ese lapso también realizó la donación al Museo Nacional y al final al Museo de Antioquia. Esas donaciones tienen, por una parte, una selección de obras de su autoría, que fueron hechas en las últimas décadas del siglo XX.
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Por otro lado, donó también parte de su colección internacional, que tiene una diversa selección de artistas, entre los que se destacan de las primeras vanguardias Picasso, Max Ernst y Giacometti, y la otra mitad eran de las vanguardias posteriores de la Segunda Guerra Mundial, como Tàpíes y Bacon. En términos generales, es una gran donación de arte moderno y contemporáneo.
Botero en sus inicios se mostraba influenciado de las vanguardias europeas, ¿a partir de qué época comenzó a impregnar su estilo?
Desde los finales de los años 50 hay algunas obras en las que Botero está reventando, está hinchando la figura, pero todavía está en ese momento, utiliza el color de una forma muy distinta, de una forma experimental, con colores que no necesariamente están bebiendo, como si lo hace posteriormente la tradición pictórica del Renacimiento. Esto lo empieza a desarrollar en las décadas de los 60 y 70.
¿Qué significado tiene la exuberancia en sus obras?
Usar la figura humana como soporte expresivo es uno de los elementos más explorados del arte moderno, el punto está en qué curso se le da. Lo que hace Botero, que es algo que todos hemos visto y que se ha simplificado, es engordar las figuras, y que lo hizo de una forma armónica y desproporcionada a la vez. Son muy hinchadas, y todo eso tiene un efecto sobre los rostros, las manos, el contorno.
Hay personas que han leído este engordamiento de la figura humana como una crítica social, pero es difícil que nosotros tomemos y cerremos el sentido de esa búsqueda a solo esa faceta. La idea de toda obra de arte es polisémica.
Uno de los argumentos más interesantes que he leído sobre esa decisión de empezar a engordar las figuras de Botero es de Carmen María Jaramillo, quien dice que eso está basado en una observación de cierto segmento del arte popular colombiano, por una parte, y por otra, de algunas esculturas precolombinas de América. Me parece que tiene una razón muy seductora, y es que en cierto sentido está convirtiendo los cuerpos de personas comunes y corrientes en estas figuras contundentes y casi que totémicas.
¿Cómo ve y cómo se relacionó Botero con la violencia en Colombia?
Diría que a través de toda su trayectoria, Botero se estuvo refiriendo a esa circunstancia de diferentes maneras, y es que durante toda su trayectoria artística Colombia siempre estuvo en guerra, por no decir que toda su vida. Si miramos la obra de los años 50, Los obispos muertos, es una clara referencia a la época de La Violencia, y el lugar que ocuparon ciertos sectores de la Iglesia católica en esa violencia.
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Con respecto a estas series que hacen referencia a las masacres, que empezaron a tomar tanto protagonismo a finales del siglo XX en nuestro país, creo que él se mantuvo fiel al punto de vista que mantuvo durante tantos años, y es mirarlo desde la posición popular, que los protagonistas, en la medida de lo posible, fueran las personas del común. Sí, también retrata a los cabecillas que protagonizaron estos hechos, pero principalmente lo que podemos ver es la presencia de un pueblo colombiano.