
Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Le gustaba escuchar el choque entre los cubiertos metálicos cuando los ratones se infiltraban en la cocina, le producía un placer casi imperceptible bajo la ansiedad de tener más cubiertos metálicos, y quizás, más ratones, para que los hicieran sonar.
Nunca fue suficiente. Sabía que había aceptado un trato con el mismísimo demonio cuando compró su tercera estufa porque con dos no se sentía bien. Un mes después de esa compra, ya necesitaba otra estufa, quizás más grande; quizás fuera esa gris que había visto en el almacén la última vez que había salido de su casa. La modorra continuó, mareándola mientras trataba de contar los casi quinientos cuchillos carniceros que se suspendían sobre el mesón de menos de un metro.
Rosie Betzler: “Bailar es para la gente que es libre”
Seguramente sus vecinos pensaban que en esa casa de locos había una escuela de cocina, porque no podía ser de otro modo; nadie necesitaba tantos utensilios de cocina en su casa.
Buscó en medio de su ensoñación el cigarrillo que había rodado bajo los cajones de la alacena, y lo alcanzó a sentir entre sus dedos curándole instantáneamente la necesidad de ir a comprar más cucharones de plástico. Movió la mano desganada encontrando milagrosamente el encendedor de la estufa, y apenas sintió la presión del fuego entre sus dedos cuando el infierno se desató entre las ochocientas treinta y seis ollas, los quinientos cuchillos carniceros, y el escape de gas de una de sus tres estufas.