Tras la pista de Sherlock Holmes

En 1887 nació el más célebre detective de ficción, ese monstruo petulante y engreído que se llama Sherlock Holmes. Su oficio lo llevó a conocer los más sofisticados ambientes de la época victoriana y la miseria y la humillación de los bajos fondos londinenses. Holmes resolvió sesenta casos de misterio, no entregó los culpables a la justicia, dejó escapar quince criminales por distintos motivos, tocaba el violín, era boxeador, esgrimista y se inyectaba cocaína. Una texto sobre Sherlock Holmes con motivo de sus cien años, escrita por el recientemente fallecido Pedro Claver Téllez, en 1987.

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Pedro Claver Téllez
19 de octubre de 2022 - 01:39 a. m.
Sherlock Holmes, personaje creado por Arthur Conan Doyle.
Sherlock Holmes, personaje creado por Arthur Conan Doyle.
Foto: Archivo particular
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En enero de 1887, un médico anónimo llamado Arthur Conan Doyle publicó una novela corta titulada “Estudio en escarlata”, protagonizada por un detective privado excéntrico y perspicaz de hombre Sherlock Holmes, quien andando el tiempo se convertiría en un héroe de ficción tan famoso como Ulises, Hamlet o Don Quijote de la Mancha.

Conan Doyle no fue el creador de la novela criminal inglesa y posiblemente al escribir su libro no tuvo esa pretensión. Pero su personaje fue tan bien caracterizado desde el principio que terminó por arrollar a sus competidores de entonces: Lococq y Auguste Dupin. El doctor Watson, biógrado de Holmes dice que “su persona y su aspecto físico era como para llamar la atención del menos dado a la observación. Su estatura sobrepasaba los seis pies, y era tan extraordinariamente enjuto que producía la impresión de ser aún más alto. Tenía la mirada aguda y penetrante... y su nariz, fina y aguileña, daba al conjunto de sus facciones un aire de viveza y de resolución. También su barbilla delataba al hombre de voluntad, por lo prominente y cuadrada”.

El carácter de Holmes es, sin duda, imponente. Watson, su inseparable compañero (una especie de Sancho Panza), lo califica de “engreído”. Y la verdad es que esta palabra se adecúa a su pedantería, a su presunción, a su megalomanía, a su egoísmo. “Yo me llamo Sherlock Holmes -dice en sus habituales presentaciones-. Mi oficio es saber lo que los demás no saben”. Y ciertamente tiene por qué ser un megalómano. Es consciente de que solo se acude a él cuando se han agotado todas las posibilidades de resolver misterios insolubles, cuando han fracasado los demás y él, indefectiblemente, triunfa. Este triunfo, esta infalibilidad que lo equipara a los restantes superhombres del detectivismo de ficción, se convierte, en Sherlock Holmes, en una nueva cualidad humana al ser consciente de ella y no pretender ocultarla bajo una capa de falsa humildad.

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Tocaba el violín y se inyectaba cocaína

Todos los críticos están de acuerdo en que los mayores atractivos de Holmes radican en sus costumbres, en sus excentricidades. Holmes vive en la habitaicón 221B de la famosa calle londinense Baker Street, comparte su apartamente con el doctor Watson, quien se convierte en su biógrafo; tiene dos servidores: la señora Hudson, ama de llaves y a la vez casera, y Billy, el botones. Visita con frecuencia a su hermano Mycroft Holmes en busca de consejo (Sherlock dice que Mycroft es más inteligente que él), pero nada más se sabe de su pasado, de su familia y de su vida anterior al momento en que entra a funcionar como un héroe de ficción.

Holmes es un solterón recalcitrante y apartado en absoluto del sexo femenino al que considera en muchos aspectos nefasto, pero vive con el doctor Watson, amistad en la que muchos sicoanalistas han visto algo de homosexual, pero que los lectores menos suspicaces estiman sana y semejante a la de Don Quijote y Sancho. El origen de esta convivencia hay que buscarlo en motivos económicos. Las habitaciones que arrendaba la señora Hudson eran demasiado caras para el bolsillo de Holmes, que las ocupa a su antojo, y que permite magnánimamente al doctor Watson que las comparta con él.

Con frecuencia se lo veía salir del apartamento elegantemente vestido con un saco de macfarlán de cuadros, sombrero de copa y bastón, un extraño bastón con incrustaciones. Cuando estaba en reposo, bien fuera escuchando a alguien o hablando, sacaba su enorme pipa que rellenaba con un pesado y pestilente tabaco negro. Hacia la noche, en la intimidad de su apartamento, víctima del cansancio y el nerviosismo (en caso de que estuviera resolviendo un enigma), Holmes se inyectaba cocaína en solución al 7 por ciento o tocaba el violín para calmarse.

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Boxeador y esgrimista

A pesar de su larga convivencia, las relaciones entre Holmes y Watson son superficiales. El doctor Watson se limita a anotar cuidadosamente en un cuaderno los hechos destacados de la vida de Holmes para publicar después sus hazañas de detective. Pero Holmes se niega a revelarle todo el misterio de su personalidad a Watson. Por eso tal vez éste tiene ligeras impresiones sobre la personalidad de Holmes que, por otra parte, el lector conoce a profundidad.

Una lectura atenta permite, por ejemplo, saber que Holmes no era el tonto que aparentaba ser. Tenía grandes conocimientos en muchas materias y conocía muchos oficios, algunos de ellos no menos excéntricos que el personaje que nos ocupa. Sabía de literatura, filosofía, astronomía, política, botánica, química (poseía un profundo conocimiento sobre venenos, por ejemplo), geología, anatomía, hechos sensacionalistas (no hay que olvidar que Conan Doyle vivió la época de Jack “el Destripador”), leyes, boxeo y esgrima.

Sin embargo, Watson se asombra de que Holmes no haya oído hablar de Carlyle y de que ignore el sistema copernicano y la composición del sistema solar, pero es ingenuidad del doctor Watson o la ironía del detective la que le hace responder: “... me asegura usted que giramos alrededor del Sol; aunque girásemos alrededor de la Luna ello no supondría para mí o para mi labor la más insignificante diferencia”. Pero la verdad es que el agudo detective no solo acude a citas de autores latinos y franceses, sino que además es autor de artículos periodísticos y de opúsculos sobre temas tan diversos como la vida de las abejas, la forma de la oreja, las diferencias entre las cenizas de las distintas clases de tabacos, los motetes polifónicos de Lassus o la influencia de los diversos oficios en la forma de la mano.

Holmes, un despiadado crítico literario

Como Don Quijote, lector voraz de libros de caballería, Holmes es también un lector impenitente de novelas policíacas. No desconoce los métodos y los resultados de sus antepasados de ficción, que le merecen una pobre consideración. Veamos lo que opina sobre Auguste Dupin y Lococq, tan alabado por Edgar Allan Poe.

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“En mi opinión -dice- Dupin era un ombre que valía muy poco. Aquel truco suyo de romper el curso de los pensamientos de sus amigos con una observación que venía como anillo al dedo, después de un cuarto de hora de silencio, resulta en verdad muy petulante y superficial. Sin duda que poseía un algo de genio analítico; pero no era, en modo alguno, un fenómeno, según parece imaginárselo Poe”.

“Lecocq era un chapucero indecoroso que sólo tenía una cualidad: su energía. El tal libro me ocasionó una verdadera enfermedad. Se trataba del problema de cómo identificar a un preso desconocido. Yo habría sido capaz de conseguirlo en veinticuatro horas. A Lecocq le llevó seis meses. Podría servir de texto para enseñar a los detectives qué es lo que no deben hacer”.

Y añade: “¿De qué sirve en nuestra profesión al tener talento? Yo sé bien que lo poseo dentro de mí como para hacerme famoso. Ni existe ni ha existido jamás un hombre que haya aportado al descubrimiento del crimen una suma de estudio y de talento natural con los míos”. Y efectivamente, el estudio y el talento, la observación y el raciocinio, son los ingredientes fundamentales del método de trabajo seguido por Sherlock Holmes.

Se ha dicho que Sherlock Holmes representa el conservadurismo de la sociedad victoriana, que es un justiciero. Si en términos generales el conservadurismo y el respeto del orden establecido pueden caracterizar un período de la novela criminal, el de la clásica novela enigma. Sherlock Holmes está muy por encima de éste y otros principios. No se olvide que Holmes florece en la época de folletín en el fondo representaba una aparente protesta de los humildes contra los poderosos.

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Sherlock Holmes afirma frecuentemente que la resolución de misterios le produce una satisfacción personal y es eso, la resolución del misterio, lo que Holmes persigue y no la captura del culpable o el cumplimiento de la ley. De los 60 casos relatados por Watson, solamente en 25 ocasiones ha entregado al culpable a la justicia. De los 35 restantes, 9 veces el criminal escapó, en 11 ocasiones el supuesto crimen no era tal y en los restante 15 casos Holmes dejó escapar al culpable por distintos motivos (según un recuento del especialista Lacassin).

En este punto, Sherlock Holmes se anticipó a sus colegas de la serie negra americana tipo Philip Marlowe. El orden social, la justicia, interesaban a Sherlock Holmes únicamente en cuanto concordaban con su ética individual; su colaboración con la autoridad tenía que ser solicitada. Su egoísmo y su petulancia reclamaban una satisfacción personal al margen de la sociedad.

Uno de los valores esenciales de las novelas de Sherlock Holmes es el de reflejar fielmente la sociedad victoriana. Como muestra del esteticismo finisecular, los relatos del doctor Watson captan con finura e ironía los ambientes de los distintos estratos sociales de la Inglaterra de la época: desde el refinamiento de las clases elevadas hasta la miseria y humillación de los bajos fondos londinenses. Porque todos los ha recorrido este monstruo del detectivismo en un intento de comprensión del espíritu humano.

Por Pedro Claver Téllez

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