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“The Phoenician Scheme”: el regreso de Wes Anderson (Reseña)

Aunque continuamos viendo un séquito de estrellas, esta vez la historia está menos diluida entre los que la personifican.

Juan Carlos Lemus Polanía
22 de mayo de 2025 - 09:43 p. m.
(De der. a izq.) El director Wes Anderson, Michael Cera, Mia Threapleton y Benicio del Toro estuvieron presentes en el estreno de 'The Phoenician Scheme' durante el Festival de Cine de Cannes.
(De der. a izq.) El director Wes Anderson, Michael Cera, Mia Threapleton y Benicio del Toro estuvieron presentes en el estreno de 'The Phoenician Scheme' durante el Festival de Cine de Cannes.
Foto: EFE - CLEMENS BILAN
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La película arranca con una explosión aérea —rara vez se ve tanta acción al inicio de una cinta de este director— y sigue con una serie de maniobras económicas que tienen menos de Wall Street y más de Monopoly en cámara lenta. Las negociaciones se hacen en canchas de baloncesto, los contratos se firman con lápices HB y las traiciones se anuncian con un leve parpadeo. Quienes la vean podrán sentir que Wes Anderson nunca se fue, más bien se estuvo refinando en sus dos entregas previas.

The Phoenician Scheme es una película construida con escuadra, compás y un toque de ironía, marca de la casa, donde volvemos a su mundo cuadrado, simétrico, coloreado como una maqueta vintage, y donde los personajes hablan como si leyeran telegramas en clave. Pero también hay una historia centrada en la relación de un padre con su descendencia.

Esta vez, Benicio del Toro —el artista loco encarcelado en The French Dispatch— encarna a Zsa-Zsa Korda, un plutócrata de traje doble faz y con el mismo espíritu y familia rota de otras historias de Anderson. Del Toro encarna una mezcla de dignidad y melancolía, típica de otros protagonistas masculinos en el universo del director estadounidense. El actor asciende ahora al panteón central de los personajes de Wes Anderson: un padre ausente con vocación de legado y ganas de hacer en la adultez de su prole lo que no hizo cuando esta era niña.

Con traje impecable y mirada levemente esquiva, Korda es una mezcla de Royal Tenenbaum, Steve Zissou y Charles Foster Kane, pasado por un filtro de whisky y desaliento. Anderson le presta a Del Toro, a través de Korda, el ritmo que antes era de Bill Murray: frases medidas, ironía resignada, momentos místicos en blanco y negro al estilo Parajanov, donde Dios aparece con la cara de Murray para recordarle que la muerte viene, sí, pero también —y antes— la contabilidad pendiente.

¿De qué trata The Phoenician Scheme?

¿De qué va esta intriga titulada con pretensiones geopolíticas? De todo y de nada. De un plan empresarial delirante en una república imaginaria llamada Gran Fenicia Independiente Moderna y de un hombre que quiere, a toda costa, hacer las paces con su hija Leisl (Mia Threapleton, la hija de Kate Winslet), una monja en formación que no quiere saber nada del legado millonario y corrupto de su padre.

El “esquema fenicio” consiste en una tríada de megaproyectos de infraestructura con nombres que harían bostezar a cualquier tecnócrata: un túnel transmontañoso, un canal transdesértico y una represa transbásica. Para concretarlos, Korda debe convencer a su fauna de inversionistas: primos sospechosos, tíos homicidas (Benedict Cumberbatch con barba de Rasputín y ojos delineados), asesores gélidos (Scarlett Johansson en piloto automático) y viejos camaradas que lo odian tanto como aman el dinero.

Cada encuentro de Korda y su equipo con los inversores es una postal donde la simetría, los colores otoñales y los planos cenitales de cajas de zapatos llenas de documentos, granadas y mapas nos recuerdan que lo malo del cielo podría ser tanta perfección. Pero, en cada puesta en escena —tanto de la película como del empresario— asistimos a algo parecido a una redención: el intento patético y entrañable de un magnate por reconciliarse con su hija antes de que alguna bomba —literal o metafísica— lo borre del mapa. Porque a Korda le gusta sacar a bailar a la muerte, pero ya la edad pesa y él siente que pronto ella le agarrará el paso.

Leisl, por su parte, acompaña a su papá y a Bjorn (Michael Cera, en el papel de hombre-niño con acento), un tutor sueco devenido asistente circunstancial de su padre. A ella no le interesa el dinero, pero sí quiere entender de qué está hecho su progenitor. Korda intenta explicárselo con metáforas empresariales y gráficos de pastel dibujados a mano. Ella lo escucha como si leyera los salmos: con paciencia, pero sin fe.

El reparto, como es costumbre, es el álbum de chocolatinas Jet de Hollywood: Tom Hanks, Rupert Friend, Jeffrey Wright, Charlotte Gainsbourg, Willem Dafoe y Scarlett Johansson, entre otros, aparecen por segundos, apenas para decir una línea. Es como si Anderson les diera esas líneas solo para mostrarnos que son parte de su colección personal. Y, sin embargo, debajo del artificio y las estrellas, The Phoenician Scheme esconde la que podría ser la pregunta más seria de esta filmografía: ¿de qué sirve amasar una fortuna si con ello se pierde una familia?

Anderson se asoma a esa pregunta con la misma delicadeza con la que filma una taza de porcelana rota. La sensación de pérdida que recorre este conjunto de trabajo sugiere una respuesta. Y acá el público llega a entender que, para Korda, todo su imperio no vale un abrazo de Leisl, aunque también sabe que tal vez ya es tarde.

En su forma, la película es menos densa que Asteroid City, más lineal pero también más melancólica. La sátira empresarial es apenas una excusa para hablar de la muerte, el arrepentimiento y la imposibilidad de empezar de cero. Las visiones de Korda —entre surrealismo soviético y sueños de opio— nos recuerdan que ni los grandes empresarios pueden negociar con el destino.

¿Es esta una de las grandes obras de Anderson? No. Le falta el fuego de The Royal Tenenbaums, la ternura de Moonrise Kingdom o la épica de The Grand Budapest Hotel. Pero tiene algo que esas quizás no tienen: una honestidad cansada, una meditación íntima sobre el legado y la culpa. Es como una carta de despedida escrita con tipografía Helvética y firmada con las lágrimas que nadie quiere dejar ver.

Zsa-Zsa Korda es un personaje mayor en el cine de Anderson, no porque sea más excéntrico, sino porque es más humano. En él confluyen los millonarios reales —de Getty a Carvajal—, el fantasma del padre ausente y la mirada del propio Anderson sobre su lugar en el mundo del arte. “No compren cuadros buenos, compren obras maestras”, dice en un momento la película. Es una frase que podría ser lema de museo o epitafio de coleccionista. Pero también podría ser la confesión de un director que sabe que no todo lo que hace será eterno, aunque cada plano lo intente.

The Phoenician Scheme es, en última instancia, un ejercicio de contención emocional en tanto exceso estético. Una sátira con fondo trágico, una maqueta de lo que queda cuando los imperios se desmoronan y solo queda el deseo, por tardío que sea, de pedir perdón.

Juan Carlos Lemus Polanía

Por Juan Carlos Lemus Polanía

Fundador, productor, director y editor del pódcast Cine Con Acento.
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