A mis amigos de infancia y, por supuesto, al Titán
"Tú, la nueva, puedes hacerte con nosotros para el trabajo en grupo". Moví tímidamente la silla hacia atrás en el salón. Había dejado mi vida y mis amigos en otro colegio y no lograba terminar de acomodarme en ese espacio tres veces más grande del que venía.
Nunca hicimos el taller de matemáticas para el que nos habíamos juntado, un pequeño tráfico de casetes se inició en el último rincón del aula. No, ese ya lo tengo, deje de ser tramposo. Uy, le cambio ese de Kraken por este de Rata Blanca. ¿Cómo me va a cambiar uno de Kraken por ese? ¿Qué es Kraken? Pregunté con algo de vergüenza ante el círculo de niños que voltearon a verme, incrédulos de mi ignorancia.
Tenía 12 años y por pura caridad mi amigo Diego Ruiz, ese muchachito delgado, de ojos oscuros y profundos, mucho más alto que los demás, me dijo que me prestaba el casete y que hasta me daba permiso de grabarlo en otro.
Cuando llegué a casa encendí el equipo. En la portada con letra poco legible para mí, alcancé a entender: Kraken I. Una sola frase me dejó quieta en la mitad de mi habitación: Si soy el eco y no el grito, no soy real. Escuché todo el disco con esfuerzo, porque mi mamá estaba preocupada por esa música que había llevado a la casa y no paraba de regañar. No, no, esa música te aleja de Dios.
En una edad en la que me estaba haciendo muchas preguntas sobre el sentido de mi vida, obtuve el alivio de otro que, rasgando la voz y cantando con fuerza, también estaba lleno de dudas sobre sí mismo y el mundo que lo rodeaba.
Era el primer álbum de la banda, lanzado en 1987. La primera canción del disco se titula Todo hombre es una historia, un recorrido autobiográfico de Elkin Ramírez. Así emergió de las aguas para ser un ícono del rock nacional: Kraken, El Titán. Cuentan los que saben que para poder lanzar el disco la primera disquera que los acompañó les pidió más de mil firmas de personas que aseguraban que iban a comprarlo, de lo contrario no arriesgarían la inversión.
Seguí frecuentando a los chicos raros del colegio que parecían traficantes de música prohibida, fue el inicio de una amistad que me transformó, que me llevó a libros, música, conciertos, noches enteras de beber cervezas y cantar a todo grito cualquier canción de rock que pasara en la lista de reproducción. Kraken le enseñó a Colombia que aquí se podía hacer rock real, que ser metalero era tener también un sentido de la vida distinto, pero real.
El legado es más grande que la aparente victoria de la muerte en un día como hoy. Elkin Ramírez convirtió su sed en un mar intenso de amor por sus sueños, me regaló ganas de luchar cuando estuve derrotada, me regaló a amigos que recuerdo y amo con mi corazón, me regaló las ganas de pensar diferente, de tener voz propia y morir en libertad.