Tragedia en dos poemas
La trágica historia de Osip Mandelstam.
Alberto Medina López
A los oídos de Stalin llegaron los dieciséis versos de un poema que denunciaba el horror de la dictadura de un hombre de “dedos grasientos” y “bigotes de cucaracha”. Lo paradójico es que, años después, el autor de ese epigrama contra el tirano escribió una oda para glorificarlo.
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A los oídos de Stalin llegaron los dieciséis versos de un poema que denunciaba el horror de la dictadura de un hombre de “dedos grasientos” y “bigotes de cucaracha”. Lo paradójico es que, años después, el autor de ese epigrama contra el tirano escribió una oda para glorificarlo.
La trágica historia de Osip Mandelstam se empezó a escribir en 1934 cuando recitaba en las reuniones sociales un poema suyo que solo estaba escrito en su memoria.
“Vivimos sin sentir el país a nuestros pies, / nuestras palabras no se escuchan a diez pasos. / La más breve de las pláticas / gravita, quejosa, al montañés del Kremlim.”
Esa sociedad, que hablaba en voz baja, vivía sometida al terror de la muerte sembrada por Stalin.
“Como herradura forja un decreto tras otro: / A uno al bajo vientre, al otro en la frente, al tercero en la ceja, al cuarto en el ojo. / Toda ejecución es para él un festejo / que alegra su amplio pecho de oseta.”
Stalin fue informado del poema y Mandelstam fue arrestado y obligado a escribirlo porque no encontraron copia alguna. Desterrado, enfermo y pobre, cuenta el nobel J.M. Coetze en sus ensayos Contra la censura, Osip escribe en 1937, bajo presión, los versos que ensalzaban al dictador.
¿La oda o la vida? Esa parece ser la disyuntiva que le planteó el régimen al poeta. Mandelstam optó por la vida y escribió contra su voluntad el poema que alimentaría el ego del hombre más poderoso de la Unión Soviética.
“/ él nació en las montañas y conoció la amargura de la cárcel, / quiero llamarlo no Stalin, sino Dzhugashvili.”
Los versos, en los que recurrió al nombre de niño del tirano para humanizarlo, no lo salvaron de su destino trágico. El poeta fue detenido de nuevo como enemigo del régimen y enviado a un campo de trabajos forzados en Siberia, donde murió en 1938.
En el ensayo de Coetze que se centró en la Oda a Stalin, el nobel trae a colación las palabras de Nadiezhda, la esposa de Osip, en las que afirma que su marido no era él cuando escribió ese texto. Como muchos poetas de su tiempo, dice, “se les cortó la lengua y se los obligó a glorificar al tirano con el muñón que les quedaba”.
Dicho de otro modo, afirma Coetze, la alabanza a Stalin no fue sincera, pero si lo pareciera “es porque no procedía del poeta Mandelstam sino de otra voz (una voz de locura, la voz de un pueblo empujado por la locura) que hablaba a través de él”.
La gran proeza de Nadiezhda consistió en burlar la tiranía de Stalin al memorizar los poemas de su esposo para que la humanidad no se perdiera sus líneas memorables.