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Tragedias clásicas y lectores actuales: la versión novelada de “Romeo y Julieta”

El autor, Maikel Rodríguez, reflexionó sobre los temas que atraviesan la obra y cómo la reescritura de un clásico puede aportar nuevos significados y perspectivas en la literatura contemporánea.

Paula Andrea Baracaldo Barón

15 de mayo de 2025 - 07:00 a. m.
"Luz en Verona", escrita por Maikel Rodríguez, es la versión novelada de "Romeo y Julieta" de Shakespeare para lectores jóvenes./ Ilustración de Pablo García Posse
Foto: Pablo García Posse
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Maikel Rodríguez cree que las obras de teatro no están hechas para ser leídas. Excepto, claro, cuando se es un actor que necesita memorizar sus parlamentos o, en todo caso, un estudioso del tema.

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Para escribir “Luz en Verona”, la versión novelada de “Romeo y Julieta”, su proceso de documentación incluyó al menos cuatro biografías de Shakespeare, distintas versiones de la obra y ensayos al respecto. Estudió la arquitectura, la historia y el arte de Verona, y ubicó la historia dentro del Manierismo, la etapa final del Renacimiento.

La elección de reescribir un clásico, como esta obra de Shakespeare, surgió principalmente de los recuerdos de su época en el bachillerato, en Cuba.

“La leí cuando estaba en décimo grado. Me fascinó. Incluso llegamos a hacer una versión teatral, pero, como no cumplía con los estándares de belleza propios de la época, no pude interpretar a Romeo. Me tocó el personaje de Fray Lorenzo, porque además yo era muy gordito en aquella época”, contó Rodríguez entre risas.

Lo que vino después de la obra fue una larga lista de preguntas. ¿Cuál era el verdadero origen del conflicto entre los Montesco y los Capuleto? Shakespeare nos dice que ambas familias están en pugna, que la disputa tiene raíces políticas, pero nunca explica a ciencia cierta el porqué de la enemistad.

“O las intenciones del conde de París al querer casarse con Julieta, una niña de apenas 13, casi 14 años. ¿Qué motivaba a un hombre viudo y mayor a pedir la mano de una jovencita? ¿Qué pasaba con Fray Lorenzo una vez que la historia llegaba a su fin? ¿Y la madre de Julieta? ¿La madre de Romeo? Son nombres que Shakespeare nunca menciona. La nodriza, esa figura tan cercana a Julieta, ¿qué pasa con ella después?”.

Recordaba haber leído en alguna ocasión a un crítico que afirmaba que la dramaturgia era una especie de protonovela, y que la novela, a su vez, era protocinema. “Si nos guiamos por esa línea de pensamiento, toda obra de teatro es una novela que debió ser escrita”.

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Narrar a Shakespeare: el reto de escribir “Luz en Verona”

En Shakespeare, explica el libro del cubano, incluso aquellos personajes que podrían considerarse “buenos” terminan cayendo en desgracia, y lo hacen no a pesar de sus virtudes, sino a causa de ellas. En lugar de redimirlos, los empujan al abismo. En sus obras casi nadie escapa del destino trágico y, tal vez, algo de eso ocurre también con Romeo y Julieta. No son víctimas del mal ajeno, sino del exceso. Aman con tanta entrega, con tanta urgencia, que terminan pagándolo con la vida.

“Las obras shakesperianas están llenas de anacronismos y disparates geográficos e históricos. Shakespeare hace zarpar un barco de Milán… y Milán no tiene costas. Escribió dos obras de teatro que ocurren en Venecia y no menciona los canales por ninguna parte. ¡Shakespeare hace que los antiguos egipcios jueguen billar!”.

A Shakespeare, tal vez, no le preocupaba la veracidad histórica. No era historiador ni geógrafo. Lo que realmente le interesaba —lo que parecía obsesionarlo— era la naturaleza humana. Y eso, cree Rodríguez, es lo más valioso de su obra.

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“Yo escribo básicamente para entretener, como lo hacía Shakespeare. Cuando me preguntan qué creería él si se encontrara conmigo, creo que se pondría contento. Antes de él, hubo muchos autores que ya habían escrito la historia de Romeo y Julieta. Fue todo un reto, pero como equipo –Miguel Nova, el editor; Pablo Arcia, ilustrador; y todos los que participaron en la construcción del libro–, nos preocupamos más por el lector y su experiencia que por satisfacer nuestros egos”, argumentó.

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Romeo y Julieta: dos adolescentes en crisis

Todos sabemos cómo termina la obra: Julieta duerme profunda, Romeo llega a verla, cree que está muerta y se envenena. Julieta despierta, lo ve muerto y ella se suicida.

Rodríguez decidió agregar un segundo final a la novela. Uno propio, sin alterar el desenlace original, pero abriendo otra posibilidad. Para entender realmente qué sucede, el lector debe llegar hasta ese punto y, en última instancia, decidir qué pasó. La obra no impone una sola verdad: sugiere, propone, y deja abierta la puerta a la interpretación.

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Para el autor, el arte es un reservorio de identidad: contiene lo que somos, lo que hemos sido y muchas de ellas contienen lo que posiblemente llegaremos a ser.

“Por eso se comportan como se comportan: porque son adolescentes. Reaccionan contra los valores aprendidos en sus familias, cuestionan sus apellidos, se meten en problemas de adultos que no saben cómo resolver… y después buscan un adulto para que lo resuelva. Asumen la vida desde una perspectiva del todo o nada: ‘¿No puedo estar contigo? Me mato’”.

Uno de sus objetivos al escribir el libro era hacerle entender a los jóvenes que los dilemas que enfrentan hoy no son exclusivos de su época. Hasta el propio Shakespeare pudo haber tenido problemas serios con su padre, como me lo explicó Rodríguez.

“Claro, porque él debió haberse dedicado a la fabricación de guantes. En la época isabelina los oficios se heredaban, y John Shakespeare era fabricante de guantes. Yo me imagino que en el momento en que Shakespeare le dijo a su papá ‘quiero ser poeta’, el hombre debió haber puesto el grito en el cielo”. Abandonar el lugar de origen y cambiar de ocupación no era una decisión menor: podía significar ser perseguido por la justicia y ser forzado a regresar a Stratford-upon-Avon para ocupar el rol que le correspondía por tradición familiar.

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Por eso, se podría imaginar el coraje que debió reunir Shakespeare para marcharse a Londres, decidido a ser dramaturgo y actor; o el de Romeo y Julieta para “amarse” bajo condiciones apresuradas.

Cuando los clásicos dialogan con las historias del presente

Él, como historiador del arte, defiende el entender las obras dentro de su contexto. Se opone rotundamente a modificar o censurar, como ha sucedido con la reciente reedición de los libros de Roald Dahl –con el caso de “Charlie y la Fábrica de Chocolates”, por ejemplo– que han sido alterados para eliminar ciertos elementos de su obra.

“Debemos entender las obras en el contexto en que fueron creadas”, afirmó. “Lovecraft, por ejemplo, era misógino, racista y sexista, pero eso no significa que debamos borrar esos elementos de su obra. Debemos explicar el contexto que los generó y permitir que los lectores asuman una postura crítica”.

Cree que Shakespeare merece el lugar que se le da en la historia. “Uno tiene que analizar su producción literaria en el contexto en el que la escribió, en un estrecho vínculo con su propia vida: con sus propios miedos, anhelos, frustraciones, logros, triunfos y sueños. Porque entendemos que gran parte de lo que él fue como ser humano está disuelto en las obras de teatro que escribió”.

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En “Romeo y Julieta”, Shakespeare no deja de insistir en dos temas cruciales para su tiempo: la virginidad como un bien intercambiable dentro del matrimonio y el matrimonio como una institución basada en la conveniencia. En la época isabelina, las mujeres se veían condenadas a un destino muy limitado; no podían trabajar y su único objetivo era asegurar un buen matrimonio. La esposa no recibía el sustento directo de su marido: era la dote la que le otorgaba esa seguridad.

“Luz en Verona” recoge la fidelidad de la obra original en el conflicto. No hay mutilaciones ni limpiezas de lo incómodo. Todo lo que Shakespeare quiso mostrar, está. Como dice el propio autor: “todas las obras son hijas de su tiempo”. Y es desde allí que deben ser leídas.

¿Qué sucede con los clásicos que se reescriben? Que alimentan preguntas que no han dejado de perseguirnos desde hace siglos. Hoy, esa visión de Shakespeare nos parece distante, casi ajena, aunque puede seguir siendo un punto de partida para entendernos como sociedad.

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Rodríguez buscaba dar a los lectores, especialmente a los jóvenes, la oportunidad de pensar el cómo sus propios derechos y libertades actuales han sido ganados a lo largo del tiempo. Lo que hoy parece un derecho natural, en el pasado no lo era.

“La reflexión sobre ese trágico final de ‘Romeo y Julieta’ es, justamente, si todo eso es producto de las decisiones apresuradas que toman en apenas tres, cuatro o cinco días. Si es un acto de rebeldía propio. Y yo creo que, como lo decía Alice Walker, si para algo nos sirven el arte y la literatura es para convertirnos en mejores personas. Para cuestionarnos sobre lo que somos y para imaginar todo aquello que pudiéramos ser”, concluyó.

Por Paula Andrea Baracaldo Barón

Comunicadora social y periodista de último semestre de la Universidad Externado de Colombia.@conbdebaracaldopbaracaldo@elespectador.com
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