El Magazín Cultural

Tres poemas para este fin de año

Les presentamos poemas de Rudyard Kipling, Julio Cortázar y Kim Addonizio para que este fin de año sus palabras no estén plagadas de frases ya dichas. Tres poemas que, tal vez, podrán darle las palabras justas para estos días.

REDACCIÓN CULTURA
27 de diciembre de 2017 - 09:55 p. m.
Kim Addonizio, Rudyard Kipling y Julio Cortázar. / Archivo
Kim Addonizio, Rudyard Kipling y Julio Cortázar. / Archivo

Alguna vez la periodista argentina Leila Guerriero escribió: “A fin de año, más que nunca, la vida no es la vida sino una patética declamación de buenas intenciones, una renovación del permiso de postergarlo todo, una fe idiota en que nunca será demasiado tarde para nada”. Cuando escribió eso, justo a continuación de esas frases puso una parte de Veneno de escorpión azul, un poema del chileno Gonzalo Millán. “Toda la inmortalidad que puedes desear está presente / aquí y ahora” y remató con, la uruguaya Idea Vilariño que dijo, mejor que nadie, peor que nunca: “Alguno de estos días / se acabarán las bromas y todo eso / esa farsa / esa juguetería / las marionetas sucias / los payasos / habrán sido la vida”.

Por eso, porque a fin de año las promesas insulsas se vuelven epidémicas y saltan por las redes y las tarjetas, traemos tres poemas dedicados a esta fecha especial. A esta declaración de que todo puede cambiar (aunque no sea así, aunque sea mentira). Tres poemas que, tal vez, podrán darle las palabras justas para estos días.

Rudyard Kipling

Propósitos de año nuevo:

1.
He decidido que durante todo el año
aparcaré mis vicios en el estante.
Seguiré un camino más piadoso y sobrio
y amaré a mis vecinos como a mí mismo,
excepto los dos o tres de siempre
a los que detesto tanto como ellos me odian.

2.
He decidido que jugar a los naipes es malo,
sobre todo con cartas como las que me suelen tocar.
Puede desplumar una cuenta bancaria sana,
así que renuncio a estos placeres terrenales
excepto —y aquí no veo pecado alguno—
cuando otros reclamen ‘mi presencia’.

3.
He decidido que votos como estos, aunque
formulados con ligereza, son difíciles de mantener.
Por tanto los acometeré poco a poco,
no sea que mis recaídas acaben por hundirme.
Un voto al año me sacará del paso
y comenzaré con el Número Dos.

Julio Cortázar

Happy New Year

 Mira, no pido mucho,
solamente tu mano, tenerla
como un sapito que duerme así contento.
Necesito esa puerta que me dabas
para entrar a tu mundo, ese trocito
de azúcar verde, de redondo alegre.
¿No me prestas tu mano en esta noche
de fin de año de lechuzas roncas?
No puedes, por razones técnicas.
Entonces la tramo en el aire, urdiendo cada dedo,
el durazno sedoso de la palma
y el dorso, ese país de azules árboles.
Así la tomo y la sostengo,
como si de ello dependiera
muchísimo del mundo,
la sucesión de las cuatro estaciones,
el canto de los gallos, el amor de los hombres.

 La poeta norteamericana Kim Addonizio describe en este Día de Año Nuevo un paseo bajo la lluvia un primero de enero en el que decide que lo más necesita es vivir el instante, aquí y ahora:

Esta mañana la lluvia cae
sobre la última nieve

y la limpiará. Huelo otra vez
la hierba y las hojas caídas

que se mezclan con el barro.
Los pocos amores que pude

conservar duermen aún
en la Costa Oeste. Aquí en Virginia

camino por los campos con la única
compañía de unas pocas vacas jóvenes.

De hueso ancho y tímidas,
son como las chicas que recuerdo

de Secundaria, las que nunca
hablaban, las que tenían la cabeza

agachada y los brazos cruzados sobre
sus pechos nuevos. Esas chicas

tienen ya casi cuarenta años. Como yo,
seguro que a veces se detienen

de noche ante una ventana, a mirar
el patio silencioso, una

silla oxidada y los muros
de las casas de otra gente.

Habrá tardes en que se acuesten
y lloren amargamente por quien

las hiciera más felices,
y se pregunten cómo sus vidas

las han llevado
tan lejos sin jamás

explicar nada. No sé
por qué estoy aquí fuera

con mi abrigo cada vez más oscuro
y mis botas que se hunden y se levantan

con un leve ruido de ventosa
que me gusta escuchar. Me da igual

dónde estén ahora esas chicas.
Sea lo que sea lo que hayan logrado,

que se lo queden. Hoy no quiero
solucionar nada.

Sólo quiero caminar
un rato más bajo la fría

bendición de la lluvia,
y alzar mi rostro hacia ella.

Por REDACCIÓN CULTURA

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