13 de noviembre de 1985 de Gonzalo Mallarino
El domingo los niños cazaban perdices en el monte.
Perseguían a las aves pardas y veloces entre los dedos de madera de los arbustos bañados de polvo.
En la tarde mansa de las haciendas escucharon el mugido del ganado acalorado y sediento. El lunes sintieron el murmullo del agua corriendo por los canales de riego.
Iban al colegio en la mañana tersa de las hojas, y entre las manos cogían los granos vivos del sorgo y los mojaban en la saliva de la boca.
El martes les llevaron el almuerzo a los hombres que trabajaban en los cultivos. Vieron los arrozales verdes del agua. Los campos de millo. El viento oblicuo refrescando las espigas y los brotes resecos. El sol alto parecía hundir en los tameros las cabezas de los labriegos.
Y el miércoles volvieron a la casa de las mujeres después de la misa de seis. El alumbrado eléctrico aclaraba ya la avenida desde la estación de servicio hasta el manicomio. En la casa empezaron a adormecerse bajo la luz metálica de la pantalla del televisor.
Los despertó el ruido enorme de las montañas. Los gritos de la gente en la oscuridad. Ya bajaba el brazo grande del agua levantando las paredes de barro y de piedra congelada. Salgan, niños ! Corran hacia el cerro ! Salgan en la noche desnudos y encarámense en el cerro !
No pierdan un minuto, niños, miren cómo el lodo lo sepulta todo bajo sus mantas espesas !
Corran, niños, corran hacia el cerro con la brisa y la grama dulce que les quede de recuerdo entre los ojos !
Albedrío de Hernando Guerra Tovar
De los escombros elige el que te guste
Hay azules cielo despejado
para aquellos que sueñan paraísos
donde la luz no alcanza
Hay verdes, como el vientre del bosque
colmados de hojas y de alas
Los hay rojos como la espina
la gota de polvo o de fuego en todo vino
De los escombros elige el que te guste
Hay variedad de grises olor a bruma
El negro escondido en algún lugar de la tiniebla
El blanco páramo
El que inventa el calor de la canícula
Puedes llevar los colores del sol y de la flor
acaso el lila, el magenta, el rosa
Puedes llevar los colores de la luna y la semilla
los oscuros colores de la tierra
Puedes llevar el amarillo dorado
como el alba o la tarde
como fruto maduro
como ese viento que danza en los trigales
De los escombros elige el que te guste
Sólo tú sabes el color de tu miseria.
Armero de Gabriela Santa Arciniegas
(A Soledad Santa, a Omaira y a los 8.000 durmientes)
Yo te llamo, Soledad
bella estatua de lava, de barro y de llanto
escondida bajo 10 metros de río inexistente
tráeme a Omaira, la niña de ojos de enigma
que una mañana fue llamada a sentarse
en un pupitre de escombros
rodeada de niños mudos
entre las lágrimas hondas de la montaña
ven con los dedos arrugados
con el aliento quemado por una madrugada que se derramaba
leche roja
oro derretido
por la teta febril
de la tierra
vengan montadas sobre los caballos
que brotan de la tierra entre las nieblas nocturnas
urdidos lentamente por el canto de los grillos
para pastar una hierba que ya no acaricia el viento
traigan a la muñeca que no despertó del sueño
vengan con los 8.000 durmientes
acallen los gemidos de los mutilados
habitantes de esta Pompeya
de esa ciudad sarcófaga
salgan del vientre de la bestia
salgan del gran caldero
Estoy esperando
que un día
como dijo el sabio
el fuego las devuelva
con ojos recién nacidos
mirada antigua
y boca hechicera
como en los cuentos de los abuelos
pero no salen
sino por entre mis lágrimas ardientes.