Jesús Franco tiene 96 años. El acuarelista más longevo del país es un espectáculo, no solo por sus obras, sino por su vitalidad. En el segundo día del encuentro tuvo a cargo el cierre de la jornada. En la programación decía: “Demostración a cargo del acuarelista colombiano Jesús Franco”. Cuando fue su turno, se levantó y comenzó a contarles a los asistentes por qué la acuarela inmortalizaba. La emoción que salía de sus palabras era contagiosa. Sus gestos indicaban que la pasión por el arte lo ha hecho respirar con fuerza desde que es joven, pero la gran prueba de su afecto a la pintura son sus obras. A veces, con la muestra de algún cuadro, se creería que el objetivo de la técnica es replicar de forma exacta una imagen, en el caso del paisajismo o el retrato, pero no. Con el pincel de Franco se entiende que la función de la acuarela es la capacidad de inquietar al espectador, no solo por la similitud con la realidad, sino con la vida propia que ahora adquiere ese pedacito del mundo plasmado en un lienzo.
Después de la intervención que introdujo al público a su trayectoria, se proyectó un video en el que se explicaban los objetivos del artista en diferentes disciplinas, como el abstraccionismo, el paisajismo o el surrealismo. Cada una de sus representaciones es un viaje. Para Jesús Franco, pintar es todo un ritual que merece de tiempo, dedicación y, sobre todo, concentración.
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Se sumerge y sólo cuando el cuadro está listo, permite que se tenga acceso a él. Por eso, cuando tuvo que comenzar a pintar en el encuentro fue evidente su incomodidad. La acuarela se convirtió en su más recóndito encuentro con él mismo, en su mayor goce y en el florecer más íntimo de sus pulsiones. De todas formas, lo hizo. Hacía mucho calor y la gente lo acechaba para ver de cerca los detalles de cada pincelada. Con sudor, un poco de molestia y muchas preguntas, en más o menos una hora y media resultó una imagen con un color azul profundo que seguramente reflejó su presente. Hipnotizó a cada asistente y él, de nuevo, sumó acciones que le demuestran al mundo que es posible pasar la vida entera consagrado a lo realmente esencial de la existencia humana.
La Trienal de Acuarelistas se comenzó a gestar en la mente de la directora del Museo Bolivariano y, por suerte, se materializó cuando compartió su sueño con el maestro mexicano Alfredo Guati Rojo, quien tenía uno de los pocos museos dedicados a la milenaria técnica. Las instalaciones del Bolivariano eran ideales y el peso histórico de la Quinta de San Pedro Alejandrino, última morada de Simón Bolívar, hacía el proyecto mucho más atractivo. A la primera trienal se invitó un solo país que, por supuesto, fue México, hasta la sexta edición, que se celebró el pasado 25 de mayo, a la que asistieron 137 artistas de países tan lejanos como Taiwán o Ghana. Una reunión de pintores que han mantenido esta técnica vigente y que pretende que las fronteras invisibles que nos separan puedan atravesarse para explorar otros territorios. El museo es autosostenible y financia la mayor parte de la Trienal de la mano del Ministerio de cultura, la alcaldía de Santa Marta y la Gobernación del Magdalena.
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Con la mixtura de dos culturas, la bogotana y la costeña, la curadora, Stefannia Doria, con un acento único y sonoro, habló para El Espectador de los referentes de la acuarela que tiene el país. “El maestro Roberto Angulo es barranquillero y es muy reconocido. Húbert Guardiola y la misma Zarita Abelló. Es maravilloso lo que está ocurriendo en Bogotá, ciudad en la que hay muchos chicos interesados en mantener ese tipo de técnicas y trabajar el tema gráfico, tal vez no como una producción artística, sino en la parte editorial, más hacia la ilustración”. Esta alusión a los representantes la hizo respondiendo a la pregunta de quiénes eran las figuras que estaban luchando por sostener una técnica clásica que se ha ido desvaneciendo con el arte contemporáneo. En el Caribe se sienten muy identificados, a pesar de que los jóvenes piden rapidez y digitalización. En Santa Marta, por ejemplo, no hay una facultad de Bellas Artes, lo que limita la formación de públicos que reclamen las obras.
La ventaja es que la acuarela da herramientas que te acercan con facilidad. “Si llegas a una instalación de arte contemporáneo, es mucho más provechoso si cuentas con conocimientos previos y la suma personal a raíz de la experiencia no está garantizada. Se depende mucho de la sensibilidad y disposición del espectador, con las técnicas tradicionales no pasa eso, te encuentras con el color, con algo que te quiere decir el artista, la ficha técnica también te da otras pistas”, menciona Doria, quien también rescata que los rasgos culturales del país han sido una de las formas con las que los acuarelistas logran conectarse con el público lejano.
La acuarela es una de las primeras manifestaciones artísticas del hombre, de las que se tiene registro con las pinturas rupestres de animales encontradas en cavernas en Francia, hace 31.000 años. Corresponden al período paleolítico. En la actualidad se pinta en papel húmedo o seco, diluyendo los colores en agua. Exige de un rigor mayor al óleo, ya que no da lugar al error. Por esta, y muchas razones más, la técnica es reconocida a nivel mundial, y la Trienal es uno de los eventos más importantes del mundo dedicados a rescatar esta forma de producir arte.
Durante el encuentro de acuarelistas también pintó en vivo la artista japonesa Kieko Tanabe, quien en una hora recreó un paisaje de la ciudad de Santa Marta que dejó a todo el público extasiado. Fiel a la realidad, pero con un valor mágico que les da a sus pinceladas fantasía y mucho encanto. Las jurados, Margarita Gómez de Rengifo, Yolanda Mesa, Astrid de Guerrero y Magdalena Pabón, escogieron al ganador: Juan Isasi, con la obra Sin título, e hicieron menciones especiales a varios participantes de los países que asistieron. Los comentarios de los espectadores que iban recorriendo la exposición coincidían en que no entendían cómo se podía escoger la mejor de todas las obras. Se demostró una vez más que el arte hace un trabajo particular con cada mente y su universo. Unos se inclinaban por los retratos y otros por los paisajes.
La Trienal Internacional de Acuarelistas de Santa Marta es una joya que tiene muchas utilidades que no se planearon, y es que la ciudad, el mar, la gente, la Quinta de San Pedro, el museo y el arte, son el conjunto perfecto para conquistar ojos desenfocados. El agua y la pintura logran elevar el valor del paisaje, los gestos de las personas, el devenir de las sensaciones y la complejidad del inconsciente. Sea cual sea el enfoque, los pinceles dedicados a esta técnica hacen magia.