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Solaz en la sala de don Luis (Reverberaciones)

Magnífico recital el del trío de Óscar Acevedo el pasado 13 de agosto en la Sala de conciertos de la Biblioteca Luis Ángel Arango.

Esteban Bernal Carrasquilla
22 de agosto de 2023 - 12:11 p. m.
Óscar Acevedo pasa por la etapa madura de su carrera, lo que le permite hacer con total confianza su oficio: escribir canciones bonitas.
Óscar Acevedo pasa por la etapa madura de su carrera, lo que le permite hacer con total confianza su oficio: escribir canciones bonitas.
Foto: Javier Egas Otero
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Esta presentación me recordó la esencia primaria de la “música de cámara”, concepto tanto moderno como contemporáneo que hace referencia a formatos y escenarios pequeños y medianos en los que se respira un aire de intimidad, cercanía y familiaridad (como en la sala de un hogar). Y al tratarse, en este caso, de un concierto de jazz, un elemento de informalidad hizo que la experiencia fuera aún más grata en todo sentido: del disfrute musical al del lugar y la compañía.

La amplificación del ensamble fue sutil, apenas para que se lograra escuchar el contrabajo de Kike Harker, pues el piano y la batería mantuvieron su cualidad acústica. Preciso y percutivo, el sonido gordo de Harker ensambló muy bien con la batería de Pedro Acosta, en ocasiones dialogando con el bombo y, en otras, sirviendo de base para los creativos y audaces fills del percusionista. También dio piso armónico para que Óscar Acevedo se concentrara en los registros medio y agudo de su instrumento de tecla, logrando así el balance ideal del formato de trío con piano, que, cuando es bien logrado, no requiere de un instrumento melódico que complemente. Pero Harker también tuvo espacios para la improvisación y en ellos demostró lucidez en la creación de melodías que recorrieron todo el largo del diapasón.

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Pedro Acosta se lució. No son muchos los bateristas que explotan la riqueza tímbrica del set de percusión. Y en ello Acosta hizo gala (aunque siempre muy modesto en actitud) de gran cantidad de recursos. Resulta impresionante ver de cerca cómo logra una buena variedad de sonidos sobre la misma pieza, como lo hizo constantemente en el hi-hat, al mejor estilo de Max Roach. Confieso que nunca había visto en vivo a un baterista de jazz que le diera tanta importancia a esta pieza. También me llamó la atención cómo cambiaba con total tranquilidad el tipo de baquetas en medio de una misma canción, pasando de las de punta de nylon a las mazas y a las escobillas, tocando con la punta o la base y logrando sonidos de características muy diferentes, saliéndose así de la casilla de que el baterista acompaña y, más bien, siendo de cuando en cuando una voz protagónica. Y me pareció llamativo su entendimiento de la importancia del espacio físico en una sala de conciertos, pues sacudía distintos sonajeros alrededor del instrumento o incluso sobre él, para generar un sonido envolvente.

Frente a la inclusión de Acosta en el ensamble, aplaudo un detalle quizás pasado por alto: el hecho, por descuido o negligencia –da igual cuando el resultado es positivo–, de que el programa de mano tuviera dos errores. En la foto de la portada del librillo aparece Juan Camilo Anzola y al interior se anuncia a Jacobo Vélez, ambos bateristas. Lo cierto es que cualquier elección para la sección de percusión en el trío habría dado resultados igual de buenos. Pero para alguien como yo, que tiene una cierta noción de cómo es el sonido de las principales figuras de cada instrumento en el entorno del jazz en Colombia, poder contrastar a este trío con Acosta en la percusión fue de inmenso valor. No me quedan dudas de que Pedro Acosta ocupa un lugar privilegiado entre los bateristas nacionales.

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Y llegamos a Óscar Acevedo. Para qué redundar en lo que ha aportado al jazz en Colombia desde finales de la década de 1980. Mejor decir que es un tipo que pasa por la etapa madura de su carrera, lo que le permite hacer con total confianza su oficio: escribir canciones bonitas. Los musicólogos se horrorizarán, pues las canciones son cantadas, mientras que las composiciones de Acevedo son instrumentales. Pero es que las suyas son piezas que se dejan tararear fácilmente, que permiten el goce, que no le exigen a uno total atención para entender qué diantres está haciendo armónica, melódica o rítmicamente. Y con algunas explicaciones que dio en el micrófono entre pieza y pieza, se permite entender que algo de su motivación en la composición es la contemplación y el recuerdo, así como lo hacían los impresionistas sobre el lienzo hace más de cien años. Las canciones del recital hablan de lugares y experiencias: la ciclovía en Bogotá, Mompox, Mavecure, el aula de clases. Su música se disfruta porque es graciosa y juguetona, elegante y refinada, con mucho swing y mucho blues, con chachachá y cumbia. Es música que tiende puentes y que se entiende sin grandes esfuerzos. Sin que esto signifique que sus composiciones sean simplonas o poco innovadoras. Esa actitud despreocupada de Acevedo en tarima y sentado frente al piano me hizo sentir como en la sala de una casa departiendo con amigos. En esta ocasión, en la Sala de don Luis.

Por Esteban Bernal Carrasquilla

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