Trotski y Siqueiros en el México de los años 40
En 1937, el presidente Lázaro Cárdenas le otorgó a León Trotski asilo político en México. El muralista y comunista David Alfaro Siqueiros lideró el ataque a Trotski de mayo de 1940.
María Paula Lizarazo
León Trotski pisó la Ciudad de México en enero de 1937, junto a su esposa, Natalia Sedova. Al comienzo de su asilo político, la pareja se hospedó en la Casa Azul de Frida Kahlo, en donde la pintora vivía con Diego Rivera. Luego, los exiliados pasarían sus días en una casa cercana, en Coyoacán, entre las calles Viena, Morelos y Churubusco.
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León Trotski pisó la Ciudad de México en enero de 1937, junto a su esposa, Natalia Sedova. Al comienzo de su asilo político, la pareja se hospedó en la Casa Azul de Frida Kahlo, en donde la pintora vivía con Diego Rivera. Luego, los exiliados pasarían sus días en una casa cercana, en Coyoacán, entre las calles Viena, Morelos y Churubusco.
Trotski arribó a México y lejos de Europa, con la posibilidad de opinar, expresó públicamente: “Stalin tiene mucho en juego. Sus cálculos primitivos basados en la sorpresa y la rapidez sólo se cumplieron a medias. Mi traslado a México altera súbitamente la relación de fuerzas en detrimento del Kremlin. Obtuve la posibilidad de apelar a la opinión pública mundial. ¿A dónde llegará esto?”.
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Estaba en un país sumido en tiempos pos-revolucionarios, de pensamiento marxista y en el que repercutían las consecuencias migratorias del ascenso de los totalitarismos en Europa. El soviético ya había buscado asilo en Turquía y Francia: ninguno de esos países aceptó refugiarlo.
Fue expulsado por Stalin del Partido en 1927. Antes de ir a México estuvo en Noruega; pero Stalin no hacía sino ejercer una presión diplomática para que lo mantuvieran en detención domiciliaria, esperando que lo extraditaran a la URSS.
Cuando se conoció de su asilo en México, los servicios secretos soviéticos enviaron pistoleros con la orden de dispararle hasta que muriera, bajo el mando del muralista David Alfaro Siqueiros y el apoyo del Partido Comunista de México. Durante casi seis meses, estuvieron planificando “la acción directa” contra Trotski.
En esos meses, Natalia Sedova escribía sobre su vida en México. Sabía que Trotski lucharía hasta que “Stalin los dejara vivir”. Decía que su esposo se sabía un símbolo, “el último combatiente de una legión aniquilada”.
Trotski pasaba alrededor de catorce horas diarias en su estudio, una habitación con un escritorio grande y estantes para libros. Allí redactó cartas, estudió América Latina y escribió su último libro: la biografía Stalin.
Entre tantas horas de escritura y poco sueño, algunos sicarios soviéticos fueron llegando a México. Uno de ellos, Pavel Sudoplatov, tenía clara en su cabeza la consigna que le dijo Stalin: “Aparte de Trotski, no hay ninguna otra figura importante en el movimiento trotskista. Si eliminamos a Trotski, todo peligro desaparecerá”.
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Sudoplatov reclutó excombatientes de guerrilla de la Guerra Civil Española, según lo narró en sus memorias. Tenía la orden de escribir a mano sus informes desde México a la URSS.
Cuando los sicarios llegaron a México, cuenta Sudoplatov, formaron un “equipo que pusimos bajo la dirección de David Alfaro Siqueiros, un pintor mexicano que Stalin conocía personalmente. Después de haber combatido durante la guerra de España, él se había regresado a México, donde se había convertido en uno de los organizadores del Partido Comunista mexicano”.
Siqueiros enfrentó el fascismo en España. Creía que Trotski era un traidor, una ferviente amenaza para las causas revolucionarias. En la madrugada del 24 de mayo de 1940, un subgrupo de sicarios del grupo que lideraba Siqueiros amedrentó a los policías que custodiaban la casa de Trotski y Sedova y soltaron doscientos disparos. Trotski lo describió así: “El ataque fue de madrugada, alrededor de las cuatro. Yo estaba profundamente dormido, ya que había tomado un somnífero después de un día de trabajo duro. Me despertó el tableteo de una ametralladora. Pero me sentía muy soñoliento: primero pensé que estaban prendiendo fuegos artificiales frente a mi casa, celebrando alguna fiesta nacional. Pero las explosiones estaban muy cerca, las sentía dentro de la habitación al lado y por encima mío. El olor de la pólvora se hizo más fuerte, más penetrante. Era evidente; sucedía lo que habíamos esperado siempre; nos atacaban”.
Luego del tiroteo, entre el afán de no ser reconocido y la convicción de que lo había logrado, Siqueiros escapó hacia Michoacán. Y poco tiempo después, Pablo Neruda, que era cónsul en México, le concedió el exilio en Chile.
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Tras el fallido intento de asesinar a Trotski, Sudoplatov escribió en su informe que el error de Siqueiros fue que en el grupo de esa noche no había asesinos profesionales sino campesinos comprometidos.
Los planes de Stalin no se apaciguaron. Siguieron los meses de escritura. Los meses de espionaje. Los meses de desvelo. Los meses de planificación. “León Trotski ha sido objeto de un atentado que ha causado gran sensación. […] Según las últimas noticias no confirmadas, los médicos consideran imposible que se salve”, redactaba el diario ABC el 20 de agosto de 1940. Veintiséis horas después, Trotski moriría en un hospital de Ciudad de México.