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Umbrales de la crítica: reflexiones entre filosofía y literatura

Reseña sobre ‘Umbrales de crítica’, libro publicado por Cuadernos Negros que se presentará hoy en el marco de la Feria del Libro de Bogotá, en la Biblioteca de los Fundadores a las 7:00 pm.

Juan José Patiño Arenas
25 de abril de 2022 - 09:43 p. m.
En el lanzamiento del libro 'Umbrales de la crítica' con la participación de Juan Manuel Acevedo, Carlos Mario Fisgativa, Edwin Vargas Bonilla y Bibiana Bernal.
En el lanzamiento del libro 'Umbrales de la crítica' con la participación de Juan Manuel Acevedo, Carlos Mario Fisgativa, Edwin Vargas Bonilla y Bibiana Bernal.
Foto: Cuadernos Negros Editorial

Reunidos ensayísticamente en la materialidad del libro Umbrales de la crítica: reflexiones entre filosofía y literatura, publicado por la editorial Cuadernos Negros, y entrelazadas las ideas mediante sus particulares formas de expresión, los escritores y académicos Juan Manuel Acevedo Carvajal, Carlos Mario Fisgativa y Edwin Alonso Vargas Bonilla comparten la transformación de los idearios de la subjetividad, construida en el empleo de la facultad crítica, desplegando sendas búsquedas a través de la palabra escrita, en la espacialidad de la página, que deriva en continente de posibilidades estéticas y filosóficas, para transmitir fragmentos, pensamientos, llamados de atención, a quienes lean, de su proceso dialógico entre dichas disciplinas, con algunas de las obras de Deleuze, Witkin, Mallarmé, Guattari, Blanchot, Wittgenstein, Platón, Steiner.

Juan Manuel Acevedo Carvajal encuentra, sobre las mesas de autopsias, dos tipos de cuerpo: a un lado, está aquel estudiado por la medicina, la economía, las técnicas y tecnologías, además de las múltiples logías. El regido por la Norma, recorrido y marcado en cada detalle por una coacción calculada, que se extiende paulatinamente en silencio, albergándose en forma de hábitos. Un cuerpo dócil… maleable, en el que se inscriben los mandatos de la sociedad, las normas de lo aceptable y las determinaciones biológicas de la especie. Es hombre o mujer. Negro o amerindio. El cuerpo normal, adherido a la cultura, aceptado por la normativa social, en armonía con la naturaleza, abomina y se opone a los cuerpos cuya forma contraría y contraviene los parámetros de inclusión social vigentes y aceptables. Es una máquina a la que se le deben acrecentar las fuerzas mediante el estudio y las prácticas incesantes, reducir a su vez, las capacidades críticas, corregir las posibles desviaciones, para así integrarlo en el circuito productivo, y enmarcarlo en la “única realidad” que ha sido hipostasiada desde una sola perspectiva. Este cuerpo, no es más que un componente, un elemento, una célula del gran organismo social en el que actúan un conjunto de prohibiciones y normativas de carácter represivo.

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Al otro lado, se encuentra el cuerpo buscado de forma experimental que contraría los mandatos de la sociedad, las normas de lo aceptable, las determinaciones biológicas de la especie, para luchar contra la concepción capitalista occidental del cuerpo, y resaltar la poca autonomía que el ser humano tiene sobre el suyo. Este es el Cuerpo sin Órganos, propuesto por Deleuze, una forma material en la que se plantea y ejecuta una profunda transgresión, que vive cuando el cuerpo está harto de los órganos, lo que significa llegar al límite de la tolerancia de las normas sociales, y disolver negativamente las categorías mentales creadas por la racionalidad, para forzar las concepciones establecidas del YO mediante una renovación experimental que subvierte la idea y funcionalidad del cuerpo.

La racionalidad, la moral religiosa y la normativa social buscan preservar el cuerpo como una máquina coaccionada para engranar en el sistema de relaciones propuesto por el poder, de modo que debe conservarse en buen estado, sin lesiones, ni limitaciones que le impidan servir como pieza del sistema social productivo, del avance de la razón o del proyecto político de perfeccionamiento moral-religioso. El CsO se distancia de la homogenización normativa con el fin de romper los límites impuestos, y conseguir la subjetividad movida por las intensidades, que da lugar no a la funcionalidad sino a la resistencia individual contra los fines sociales.

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Como acompañante inmerso, Carlos Mario Fisgativa Sabogal se enfrenta a la página en blanco, a la nada casi mística, de la que habla Mallarmé en su meditación sobre la escritura y que retoma Blanchot. Quien intente sumergirse en el ejercicio de la escritura se enfrenta a los abismos de la angustia, si y solo si, el rigor meditado de los versos conduce a ello. Una atmósfera oscura y estéril envuelve la búsqueda ascética escritural marcada por los sufrimientos de una perfección imperante, y una tortura exigentemente reflexiva en la que se impone el horror del silencio, la imposibilidad de escribir, la página en blanco. Circunda el acto el ser del lenguaje literario, y Mallarmé presiente una decisión que no depende de la iniciativa de quien escribe; la ausencia y aniquilación propia de la experiencia de la escritura le desplazan al punto de dejarle sin lugar, encarando el vacío de la sustancia y la ausencia. Su autonomía, basada en el creer saber para qué escribe y en las razones para hacerlo, es cuestionada y paralizada; la espontaneidad con que la escritura parecía obedecer a sus ideas e intenciones se lleva a la pasividad extrema, a la incapacidad de escribir, a la inacción. Ello se debe a que, el cuestionamiento no proviene de la subjetividad, sino que la escritura literaria cuestiona la posición de quien escribe y se convierte en pregunta sobre sí misma, valiéndose de la materialidad de la persona ahora pasiva.

¿Qué se pone en juego cuando se escribe?, ¿qué se pierde?, ¿quién se arriesga? La escritura literaria es un ejercicio impersonal en el que no se expresa una subjetividad creadora, ni se reflejan sus vivencias, dado que en lo impersonal se pone en juego lo que excede a quien escribe, ocurre una despersonalización en el solo acto de escribir.

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Eyectado al mundo, Edwin Alonso Vargas Bonilla extiende las raíces de su pensamiento a la tierra de la existencia, abriéndose paso por algunas de las distintas maneras de comprender-se, mediante la literatura y la filosofía, que han sido gestadas en la historia humana. Del terreno fértil surgen perspectivas para concebir la realidad, para entender el misterio de la naturaleza humana y su relación con el mundo, para dotarle de sentido con el fin de alimentar en las personas la esperanza de sobrellevar el peso de una existencia cargada de imposiciones que configuran el entorno que, azarosamente, les correspondió. Entre las posibilidades de entendimiento, como formas de vida y resistencia, han germinado la filosofía y la literatura, encargadas de afrontar lo que significa ser en la humanidad, en su entorno, además de las consecuencias del estar arrojadas al mundo. ¿Qué es el mundo?, ¿qué somos?, ¿qué soy? Son preguntas que han direccionado la historia humana, pese a las perspectivas cientificistas y economicistas portadoras de una “diáfana verdad”, que han trascendido los diversos intentos de respuesta mediante las variaciones materiales del pensamiento, sean, de forma oral o escrita, acompañadas necesariamente de la escucha y la lectura, y de un proceso reflexivo que amplía la interrelación de los conocimientos, actuando conjuntamente la tradición con lo moderno, lo lejano con lo cercano, lo propio con lo impropio. Quien se entrega a la tarea del pensar, se precipita en la búsqueda de formas de escritura que le permitan dar cuerpo a sus ideas. Participan de la alfarería del lenguaje y confluyen quienes quieran en el pensamiento de la existencia.

Por Juan José Patiño Arenas

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