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Un amor literario por la ciencia

Oliver Wolf Sacks, comendador de la Orden del Imperio Británico, nació en Londres el 9 de julio de 1933 y falleció en Nueva York el 30 de agosto de 2015. Sus libros son tratados de enfermedades neurológicas.

Isabel Cristina Arenas
23 de marzo de 2016 - 03:29 a. m.
El escritor británico Oliver Sacks, autor, entre otras obras, de “Despertares”, llevada al cine en un filme protagonizado por Robin Williams y Robert de Niro. / leemage
El escritor británico Oliver Sacks, autor, entre otras obras, de “Despertares”, llevada al cine en un filme protagonizado por Robin Williams y Robert de Niro. / leemage

Oliver Sacks comenzó a escribir diarios a los catorce años; al revisarlos para su autobiografía, publicada en 2015, había llegado casi a los mil. En sus últimos años, el fuerte dolor producido por la ciática, además de otras enfermedades, le dificultaba su trabajo como neurólogo. Estar sentado era una tortura, pero necesitaba escribir, y para hacerlo ponía diez diccionarios de Oxford uno encima de otro sobre su escritorio y así, de pie, controlaba el dolor. Escribir fue para él una pulsión que en ocasiones no le permitía oír un concierto en vivo, pues debía tomar notas mientras tanto, o nadar tranquilamente en un lago, porque debía salir y empapar la libreta de turno con alguna consideración, por ejemplo, de las formas geográficas en las alucinaciones de las migrañas. Otras veces estaba obligado a permanecer acostado como en la fotografía. Durante muchos años se desempeñó como profesor de neurología en la Escuela de Medicina de la Universidad de Nueva York y profesor de neurología y psiquiatría en el Centro Médico de la Universidad de Columbia.

No sólo trabajó en las historias de sus pacientes retratados en libros como Despertares (1973), El hombre que confundió a su mujer con un sombrero (1985), La isla de los ciegos al color (1997) y Alucinaciones (2012), entre otros. También lo entusiasmaban los invertebrados, las cigarras, las ondas gravitatorias, los helechos, la luz, los volcanes, los números, los colores, los arrecifes de coral, las motocicletas, la música, la tabla periódica. Poco antes de morir estaba ilusionado con visitar el centro de investigación sobre lémures de la Universidad de Duke, en Carolina del Norte. Lo apasionaba aprender. Su vida parece ser la de por lo menos cinco personas, alguien que, a pesar de haber tenido tantas experiencias, se fue con ganas de seguir aprendiendo y, por qué no, de escribir más libros.

Permaneció solo la mayor parte de su vida, aunque se enamoró en tres ocasiones durante su juventud. Volvió a hacerlo a los 77 años del escritor Bill Hayes, a quien dedicó En movimiento, una vida (2015). Cuando su madre se enteró de su homosexualidad le dijo: “Eres una abominación, ojalá no hubieras nacido”. Sacks la juzgó de acuerdo con el medio y el tiempo al que ella pertenecía: una sociedad judía ortodoxa y unos años cincuenta en Inglaterra en donde era delito el sexo entre dos hombres. Hacía poco tiempo, por este motivo, habían castrado químicamente a Alan Turing, héroe inglés de la derrota al sistema de encriptación alemán durante la Segunda Guerra Mundial. Una lección póstuma de Sacks en estos tiempos del #YoPerdono.

“Nuestro amor por la ciencia es totalmente literario”, le escribió un amigo de la infancia. A Sacks le había costado reconocerlo y después de dos intentos fallidos como científico de laboratorio concluyó que necesitaba el contacto directo de los pacientes, además de retratarlos de alguna forma. En su autobiografía se describe como impreciso, impulsivo, lleno de extrañas asociaciones y recovecos mentales. Y agradece a quienes leyeron sus libros antes de ser publicados, pues lo salvaron de cometer errores. Amigos como los poetas Thom Gunn y W.H. Auden o el científico Francis Crick, uno de los descubridores de la configuración del ADN.

Desde 1990 se unieron al grupo Robin Williams y Robert de Niro, pues compartieron largas horas con él al preparar los papeles que interpretarían en Despertares, película basada en su libro del mismo nombre y en donde cuenta el regreso a la realidad de algunos de sus pacientes por medio de L-dopa, una medicina para enfermos de párkinson que él utilizó en las víctimas de encefalitis letárgica.

En Gratitud (2015), libro póstumo, revisó su vida en cuatro ensayos sabiendo que el cáncer ya había hecho metástasis irremediable. Uno de estos textos se llama Mi tabla periódica y puede leerse libremente en internet. Oliver Sacks, quien falleció el 30 de agosto de 2015, intuía que no alcanzaría a recibir el mensaje: “Feliz cumpleaños de bismuto”, por sus 83 años, como el que le habían dado a sus 81 pero a nombre del talio.

Al final de su vida dejó de interesarse en el calentamiento global y en la política, como lo expresó en The New York Times, y no porque carecieran de importancia, sino porque pertenecían al futuro, y ahora, en su presente, el tiempo lo dedicaría a los amigos, a sus textos, a las plantas, a la música y al amor, que había llegado hacía poco tiempo. A leer, hablar y escribir.

Por Isabel Cristina Arenas

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