El Magazín Cultural
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Un año de mandato: piden al presidente Petro “enderezar” su política cultural

El director de la Maestría de Escrituras Creativas de la Universidad Nacional asume la vocería de los gestores culturales y advierte que el “proyecto se encuentra fracturado y que eso está generando un malestar”.

Carlos Satizábal * / Especial para El Espectador
31 de julio de 2023 - 05:21 p. m.
A Gustavo Petro le reconocen sus gestiones en favor de las culturas indígenas, pero no a favor de quienes producen cultura a través de las manifestaciones artísticas. Aquí el presidente con un mamo de la etnia arhuaca durante su posesión simbólica ancestral en la Sierra Nevada de Santa Marta hace un año.
A Gustavo Petro le reconocen sus gestiones en favor de las culturas indígenas, pero no a favor de quienes producen cultura a través de las manifestaciones artísticas. Aquí el presidente con un mamo de la etnia arhuaca durante su posesión simbólica ancestral en la Sierra Nevada de Santa Marta hace un año.
Foto: EFE/Prensa Gustavo Petro - Prensa Gustavo Petro

CULTURAS, LAS ARTES Y LAS LOS SABERES EN EL CAMBIO SOCIAL

Nunca el movimiento cultural había estado tan unificado y entusiasmado alrededor de un proyecto político y de una candidatura como en el caso del Pacto Histórico y del presidente Gustavo Petro y la vicepresidenta Francia Márquez. Sus propuestas recogieron el estallido social que, en un profundo estallido cultural, reclamó los cambios en marchas y acciones performáticas callejeras, en batucadas, en teatro, en grafitis, en murales y carteles, en canciones, en danzas, en ollas comunitarias: un estallido poético en todas las voces y todos los lenguajes que pedía paz y cambios democráticos y culturales: educación y universidad gratuitas, impuestos a los más ricos, el fin del racismo, del clasismo, de la exclusión, de la extrema desigualdad, de la destrucción de la naturaleza y de la vida. Un estallido social que ya nos revelaba en el estallido cultural en que se expresó que en Colombia es posible el profundo cambio cultural que necesitamos para convertir la paz y el cuidado de la vida en cultura, en costumbre. Pero hoy es necesario reconocer que el formidable movimiento cultural que acompañó este proyecto se encuentra fracturado y que eso está generando un malestar en la cultura. (Le puede interesar: ¿Por qué se cambió el nombre del Ministerio de Cultura?).

Antes de continuar, quiero decir que desde que conformamos los colectivos de artistas e intelectuales del Pacto Histórico de Cultura, uno de los alimentos de esa red de sueños e ideas fueron los debates sobre el lugar de las artes y de la riqueza de nuestras culturas en el cambio. Este texto invita a continuar ese diálogo. Aclaro que esta reflexión no es en contra del gobierno. Es sí, un llamado legítimo de atención al presidente por quien voté (por quien votamos) y a quien muchos de nosotros, de nosotras, de nosotres, seguimos respaldando sin otro interés que el deseo de que se logren los cambios sociales y culturales que necesita Colombia. Pero es también un llamado a las y los colegas a las compañeras y compañeros, a artistas, intelectuales, sabedoras y sabedores, para que continuemos el debate de la manera más serena, amplia y propositiva posible: para que sigamos trabajando por hacer realidad el cambio, el salto histórico.

Quien escribe este texto quizás sea visto en conflicto de intereses, ya que soy el compañero de la maestra y exministra Patricia Ariza, quien salió del Ministerio de las culturas, las artes y los saberes por voluntad del presidente. Y, a pesar de la inadecuada forma como se dio su salida, ella sigue manifestando su lealtad. No es, por lo tanto, de ella de quien voy a hablar, porque creo que los cambios que alcanzó a realizar en el Ministerio en tan poco tiempo, hablan por sí solos, y gozan del reconocimiento público del país cultural y artístico.

De lo que se trata ahora es de insistir en la urgente necesidad de que cambie la mirada sobre la cultura y las artes y el rumbo en la institucionalidad nacional. Y, para ello, es necesario que se asuma desde el gobierno del cambio una revaloración de la cultura como fundamento de la nación (tal como lo dice la Constitución del 91).

Algunos artistas y medios reducen el problema a los cargos directivos que se mantienen en el Ministerio en calidad de encargo. Claro que eso puede ser un problema, puede hacer desfallecer la pasión necesaria para la acción, estimular el letargo burocrático, por ejemplo. Pero eso, en verdad, no es lo fundamental.

Lo fundamental del debate es preguntarnos qué política cultural necesita Colombia, un país tan hondamente desgarrado por la guerra, pero que ha decidido elegir la paz y restaurar el contrato social y cultural: dar un salto histórico para cuidar de la vida. Lo fundamental es preguntarnos cómo se concibe la participación del movimiento cultural en este proceso. Cuál es el papel de artistas, académicos, intelectuales, creadores, creadoras, sabedores y sabedoras en esta creación colectiva.

La Cultura no solo es el modo de ser y de sentir de los pueblos. De ella depende la voluntad de actuar y de decidir de la sociedad y de las personas. La Cultura no es tampoco un don sobrenatural ni un atributo de personalidades ilustradas o de países llamados “desarrollados”. Es una creación histórica y social que se forja en el tiempo y que, muchas veces, se vuelve costumbre y termina determinando el destino de la sociedad. La Cultura está determinada por los sistemas y poderes dominantes, pero también por las resistencias políticas y contraculturales que los fracturan. Es un territorio en disputa.

Cuando escuchamos al presidente Petro hablar como un pensador y un filósofo del tiempo crítico que nos ha tocado como humanidad habitar, el tiempo del fin posible de la especie humana, comprendemos que el gobierno del cambio que él lidera, aquí, en este territorio, es un gobierno que reconoce que el cambio social y ambiental es también un cambio cultural, un cambio de mentalidad, un cambio que contribuya a re-sensibilizar la sociedad frente a la necesidad de acabar la guerra y la violencia y de preservar la humanidad y la naturaleza, la vida. Pero pareciera que hay una inexplicable contradicción que impide que el gobierno actúe bajo la comprensión de que necesitamos de la Cultura para la Paz y para despertar la pasión colectiva por el cuidado de la vida. Que es necesario terminar con la vieja y caduca mentalidad de resolverlo todo con el autoritarismo patriarcal.

Y ese cambio no puede referirse exclusivamente a lo tangible y lo cuantificable. Por supuesto que tenemos que acabar con el hambre, garantizar la salud y la educación gratuita y de calidad, desde el jardín de infancia hasta los doctorados (al respecto: es necesario que en la universidad pública los posgrados no sigan siendo privados). Y necesitamos repartir la tierra. Pero, para eso, para demoler las viejas ideas incrustadas en el alma de la nación y para construir la Paz, necesitamos del movimiento cultural y de los sabedores y las sabedoras.

Este país se debate entre un viejo modelo patriarcal dominante que se niega a dar el paso a un lado y un necesario y urgente cambio social y cultural que no logra todavía colocarse en el alma de la nación.

Estamos hoy, como nunca antes, enfrentadas y enfrentados a guerras culturales que, muchas veces, en alianza con ciertos poderes mediáticos y también con ciertas iglesias e intereses políticos y económicos, deslegitiman causas, gobiernos, movimientos sociales y políticos, presidentes, líderes y lideresas. Y, una vez la causa y la persona o el movimiento son deslegitimados, es, relativamente fácil, reemplazarles, bien sea con el aniquilamiento físico o con el ostracismo y el olvido. En América Latina existen ejemplos paradigmáticos recientes de esas guerras culturales para impedir cualquier cambio, para impedir la democracia. Uno de ellos, en Brasil: es el caso de Lula da Silva quien fue acusado de corrupción y llevado, no sólo a los tribunales, sino condenado a dos años de injusta prisión. Hoy, por fortuna, Lula salió libre e inocente y es, de nuevo, el presidente de Brasil. Pero no había derecho a que este hombre extraordinario y amable perdiera dos años en la cárcel y tres defendiéndose de los detractores, de esa máquina mediática, religiosa y política.

En Colombia hemos vivido un caso grave de guerra cultural: la pérdida del plebiscito del 2016 por la Paz: el NO a la paz. El gobierno del presidente Santos creyó que bastaba con que él, como jefe de Estado, decretara el plebiscito. Pero se olvidó de la guerra cultural. No se dio cuenta que en los púlpitos de poderosas iglesias cristianas y en algunos medios y discursos políticos se satanizó la paz con argumentos fantasiosos. Esa satanización fue una construcción cultural que fue directamente a la mentalidad de los colombianos con monsergas supuestamente “moralizadoras”. Se decía que, si se suscribía la paz, las mujeres iban a ser obligadas a abortar y los niños iban a devenir en homosexuales. Con esas falacias patriarcales y homofóbicas se construyó un miedo que culminó en el NO a la paz. Un NO que nos rompió el corazón y que permitió el retraso flagrante en la implementación de los Acuerdos, con las dolorosas consecuencias que padecemos todavía, el asesinato de líderes y lideresas, el regreso de una parte de la insurgencia a la guerra y el retorno de los enemigos de la paz al gobierno.

El mismo presidente Petro está padeciendo una guerra cultural. Muchas de las obras y de las reformas que está proponiendo el gobierno del cambio son distorsionadas a mitad de camino: le sacan frases fuera de contexto y lo atacan en una guerra sucia cultural usando armas que van directo a la mentalidad de las viejas costumbres políticas que yacen incrustadas en la cultura, en las mentes y corazones de la ciudadanía.

Quizás el señor presidente, que es un político sagaz, pueda finalmente lidiar con los guerreros y avanzar en la, tan deseada como esquiva, paz total, no lo dudo. Pero le será difícil lidiar con las guerras culturales si no atiende las voces del movimiento cultural. Es que, a pesar de expresarlo en las reflexiones políticas y filosóficas, el presidente se empeña en no valorar el papel de la cultura en el cambio, en el cuidado de la vida y en esta época definitiva. Basta un poco de voluntad política para convocar a los diversos movimientos culturales, artísticos y de sabedores y sabedoras a que se sumen para que nos sumemos al cambio. Estoy seguro que será masiva la participación para que el cambio social sea también un cambio cultural.

Es que la cultura no es solo un asunto político, es el asunto político por excelencia, porque tiene que ver con los modos de ser, de desear y de decidir de la sociedad y de las personas, de las comunidades.

Tal vez el presidente Petro no lea este escrito, pero, si lo lee, aquí desde el corazón, o mejor, desde la contracultura, y escuchando las miles de voces que se han pronunciado, pedimos, enderezar el rumbo del lugar de las culturas, de los saberes y las artes en la política cultural nacional, en este momento único de nuestra historia en que el país está intentando dar el salto para colocar la vida en el centro.

No es entendible por qué no se propone debatir de cara al país, a la amplia ciudadanía, la necesidad del cambio cultural, de un salto cultural, pero sí se discuten públicamente, en las organizaciones ciudadanas y en el Congreso, las reformas de la salud y del trabajo y la reforma a la ley de educación superior (que, insisto, esperamos incluya la gratuidad también en los posgrados, que hoy en la universidad pública están privatizados, con matrículas altísimas).

Artistas, sabedoras y sabedores son una población sumida, la mayoría de las veces, en condiciones de precariedad. Una gran cantidad no tiene seguro social ni pensión, aunque gocen en sus comunidades del reconocimiento de sus artes, de su maestría. Con la pandemia, y después de la pandemia, esta precariedad creció de manera exponencial. Atenderles es una deuda pendiente que tiene que ver con los Ministerios de las Culturas y del Trabajo y con los proyectos productivos. Ojalá se hiciera lo más pronto posible una investigación para que la sociedad y el gobierno vean cómo y de qué modo viven los y las artistas y las sabedoras y sabedores de las tradiciones culturales y artísticas en Colombia. Y ojalá muy pronto el gobierno del cambio convoque a sus saberes y a su creatividad para acelerar el cambio.

Para terminar, la enseñanza musical, (que parece hoy predominar sobre todas las otras artes en las políticas y en los presupuestos). Enseñar le compete, sobre todo, al Ministerio de Educación, que tiene los recursos para ello. Aunque en el caso de las artes, es importante que lo haga en alianza con el Ministerio de las culturas, las artes y los saberes, para promover la formación artística vinculada a la creación y a la circulación, a las presentaciones públicas, y a los y las artistas, sabedores y sabedoras las artes y saberes de nuestra diversidad cultural, como se propone en el diseño del Sistema nacional de educación y formación artística y cultural y en la Ley de la enseñanza artística, recientemente aprobada. (En una especie de reconocimiento tácito de que el ejercicio de las artes es un ejercicio de la libertad, que la práctica de las artes estimula el pensamiento independiente y el espíritu inventivo y crítico, una de las misiones del Banco Mundial, hace unos años, recomendó y consiguió, en muy buena medida, sacar la enseñanza y las prácticas artísticas del pensum de escuelas y colegios públicos, ahora, con el gobierno del cambio vuelven las artes y la creación artística a la escuela pública. Y eso lo saludamos).

Le hemos escuchado al presidente hablar públicamente del tema: sobre la necesidad de que los niños y niñas aprendan a interpretar la música clásica. Y, desde luego, compartimos la importancia de que niños, niñas y jóvenes reciban enseñanza musical desde edades tempranas. Pero, sin duda, en esa enseñanza, deben estar todas las artes, todas. A Claudia Calderón, una muy querida pianista, notable compositora y maestra, le escuché un lema muy bello para la formación de la niñez: que cada niño y cada niña cante y cante a varias voces, en coro, toque un instrumento musical, practique un arte, se interese por una ciencia, por la escritura, por nombrar las estrellas, por cultivar el jardín y la huerta, por cocinar los alimentos, por los rudimentos de una artesanía, por un deporte.

Las prácticas artísticas son un ejercicio de la libertad y de la sensibilidad. Un niño o una niña que actúe en una obra de teatro, que toque el tambor en una chirimía o el cuatro en un joropo o la gaita en una cumbia, y que cante en un coro con sus compañeros y compañeras, no olvidará jamás esos momentos. Querrá siempre, como todo lo feliz, volver a hacerlo. Las prácticas artísticas, todas, desarrollan la sensibilidad. Y si se enseñan y se practican a edades tempranas, el futuro con seguridad, será mejor para todos y todas. Y, ojalá, también en esa formación se incluyan los saberes y la creación, la invitación a la invención artística. Maravilloso que los niños toquen violín y piano, si lo desean, pero también que compongan canciones y que reconozcan los sonidos de la diversidad y los saberes que nos habitan en la cotidianidad: cultivar, cocinar, tejer, construir, trabajar creativamente con las propias manos.

Nos debe importar también que los niños, niñas y jóvenes aprendan la Historia de Colombia (que fue también, como las artes, excluida de la escuela pública) para que desarrollen el sentido de pertenencia al país de las bellezas, como lo llama el presidente Petro. En muchos países los niños cantan y aprenden numerosas canciones que les mueven la emoción por las batallas relatadas, por las historias de vida de los héroes y heroínas que lucharon por la independencia y por la libertad, valoran y cantan la vida de los animales, el paisaje, las montañas, y aprenden el placer de la solidaridad y de compartir. La belleza está en el territorio, en los ríos y en el viento, en la poesía, en las artes y las letras, en los saberes, en las músicas populares y urbanas, en el rap y en el bullerengue, en el currulao y en el jazz, y en sus mestizajes que los nombran en poemas y canciones que cantan la vida personal y la vida colectiva compartida en el territorio. Como ha dicho el poeta: poéticamente habita el ser humano entre cielo y tierra, y cuando no es así, apenas si vive.

La cultura, las artes y los saberes pueden ser los grandes aliados para la Paz. No basta que se use la palabra Paz para nombrar un programa como se hace con frecuencia. Se trata de incidir en el alma de la nación: de otorgarle a la Paz la dimensión cultural y artística y de convertir la Paz en una leyenda compartida, en el Gran Relato de Nación que necesita Colombia. No bastan los acuerdos, no bastan las leyes, no bastan los cambios si no se convierten en cultura, si no se colocan en el corazón de la gente.

Nos preocupa también la actual decisión de hacer el arte desde el Estado: de organizar agrupaciones artísticas oficiales: la Banda Nacional, el Coro Nacional, el Ballet Nacional, el Teatro Nacional, el Arte Nacional. Recientemente, vimos publicada la convocatoria a un “Coro Nacional” que pide cantantes líricos que tengan “conocimiento básico de dicción en italiano, francés, alemán e inglés” y canten a Scarlatti, Mozart y otros notables europeos. No se nombra siquiera a un solo compositor colombiano o latinoamericano. Se nos ha dicho que la inversión en este Coro Nacional es de ocho mil millones de pesos. Suma que contrasta con los cinco mil millones que se dice decidió el Ministerio invertir en el programa de Cultura de Paz. Contrasta también con esta decisión del “Coro Nacional” estatal, la propuesta de la Mesa del movimiento de coros del país que proyecta desarrollar un movimiento nacional de coros que estimule el deseo de cantar en coro y la creación de coros por todo el país, como lo hace, por ejemplo, Julián Rodríguez con sus coros masivos de niños y niñas que le cantan a la vida: que “Colombia sea un país que cante a varias voces”. El Estado no debería estar para hacer el arte, eso parece más una herencia de las aristocracias coloniales que asumen los funcionarios culturales para decidir ellos en su soledad qué arte se debe hacer. Eso no es algo propio de una democracia cultural y artística y de un país con una diversidad cultural tan impresionante como el nuestro. El Estado debería cuidar, con los recursos de nuestros impuestos, la diversidad de culturas, (que debe ser protegida como lo dice la Unesco); estimular la creación independiente en el arte; ocuparse del bienestar social de los y las artistas; garantizar las condiciones para la creación artística y para la difusión y el acceso de la ciudadanía a las artes, las letras y los saberes. Y, en este momento histórico de nuestra nación, contar con toda la gran diversidad de saberes y de movimientos y grupos culturales y artísticos del país para la Paz y para el Cambio.

Criticar un río es construir un puente, como decía Bertolt Brecht. Por eso se propone aquí que continúe el debate de ideas sobre las culturas, las artes y los saberes en el contexto del cambio social, del salto histórico que está intentado Colombia, del cambio cultural.

Gracias.

* Profesor asociado Facultad de Artes. Escuela de Cine y TV. Investigador CREA: Centro de Pensamiento y Acción para las Artes. Poeta, dramaturgo, escritor. Actor y director teatral colombiano. Corporación Colombiana de Teatro. Tramaluna Teatro. cesatizabala@unal.edu.co

Por Carlos Satizábal * / Especial para El Espectador

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Alberto(3788)31 de julio de 2023 - 05:56 p. m.
Excelente. Ha lugar.
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