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“La enfermedad nos conecta con el miedo a morir”

El doctor David Mayo, uno de los pocos coloproctólogos en Colombia, habló de su especialidad, el miedo de los pacientes a nombrar el cuerpo y los retos de ejercer en un sistema de salud como el nuestro.

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Paula Andrea Baracaldo Barón
05 de julio de 2025 - 02:00 p. m.
Mayo ejerce en clínicas especializadas como Selika./ Cortesía.
Mayo ejerce en clínicas especializadas como Selika./ Cortesía.
Foto: Cortesía
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¿Por qué eligió esta especialidad médica?

En Colombia, una parte muy importante de lo que hacemos los coloproctólogos es tratar el cáncer, especialmente cáncer de colon, recto y ano, que son enfermedades cada vez más frecuentes y relevantes en nuestra población.

La incidencia del cáncer de colon y recto en el país es de aproximadamente 4.000 casos nuevos al año. La prevalencia, es decir, el número total de personas que viven con esta enfermedad, ronda las 50.000. Y nosotros, los especialistas en coloproctología, somos alrededor de 70 en todo el país, lo que significa que hay mucho por hacer desde diferentes frentes.

¿Cómo maneja usted el miedo o la vergüenza que sienten los pacientes al consultar? ¿Qué le ha enseñado eso sobre la empatía?

Tristemente, esa vergüenza hace que muchos pacientes se demoren en consultar, y eso puede significar perder una ventana de oportunidad para detectar a tiempo enfermedades importantes como el cáncer. A muchas personas les cuesta mucho hablar de sus genitales, del ano o del funcionamiento intestinal. Incluso después de vencer la pena de contárselo a un familiar, de pedir la cita y llegar a la consulta, al momento del examen físico muchas veces se paralizan. Me dicen: “Doctor, ¿será que podemos evitar el examen?”. Y uno entiende que es difícil.

Cualquier enfermedad vuelve al paciente vulnerable. Y cuando esa enfermedad compromete zonas íntimas, o cuando su tratamiento implica riesgos para la calidad de vida —como puede ser una colostomía o problemas de continencia—, hay que tener aún más consideración.

Hay que explicar bien lo que va a pasar. Hay pacientes a quienes les salvamos la vida, pero eso puede implicar cambios importantes en su cuerpo.

¿Qué momento del día lo conecta más con el lado humano de su profesión?

Diría que el final de cada bloque del día. Al terminar la mañana de consulta o al terminar una larga jornada de cirugía en la noche. Cuando ya estás cansado, con hambre, con las piernas adoloridas. Es en esos momentos cuando uno tiene que hacer un esfuerzo consciente para tratar al paciente número 30 con la misma dedicación que al primero. Para recordar que, aunque uno esté agotado, cada paciente merece lo mejor. Porque cada uno es distinto, tiene sus propias preocupaciones y necesita sentirse escuchado.

¿Qué le ha enseñado su trabajo sobre cómo funcionamos los seres humanos más allá del cuerpo?

Que todos, sin importar quiénes seamos, somos vulnerables. Cuando alguien enfrenta una enfermedad, se vuelve sensible, frágil, humano. He escuchado a muchas personas decirme lo mismo, sin importar su edad, carácter o situación: “Doctor, ¿usted cree que me voy a salvar? ¿Cree que voy a poder ver crecer a mis hijos?” En esos momentos, todos somos iguales. La enfermedad nos conecta con lo esencial: con el miedo a morir y con el deseo de estar con quienes amamos.

¿Cree usted que el estilo de vida denominado como “moderno” influye en los problemas que atiende un coloproctólogo?

Sí, claro. Eso aplica desde muchas perspectivas. Cada vez se entiende más la importancia de la dieta y del ejercicio. Por ejemplo, algo muy elemental, que aunque todo el mundo tiene mucha conciencia de ello, no necesariamente lo aplica: una dieta que le permita tener una función intestinal estable —es decir, evitar el estreñimiento—. Le evita, también, problemas como la enfermedad diverticular. Eso es producto del paso del tiempo, pero se exacerba y se acelera cuando uno tiene estreñimiento y muchos problemas digestivos.

Nosotros como coloproctólogos somos cada vez más conscientes de eso y le hemos puesto, en los últimos años, mucho interés a la educación de los pacientes.

¿Qué cree usted que ha aprendido sobre sí mismo a lo largo del tiempo que lleva ejerciendo esta profesión?

Yo diría que he aprendido sobre la perseverancia y sobre esa capacidad de aferrarse a lo que uno quiere e ir detrás de los objetivos, por más difíciles que sean. En Colombia, yo creo que no es un secreto para nadie que especializarse es súper difícil.

Somos muchos médicos. Entrar a una especialidad médica es un embudo, o sea, filtra muchísima gente. La competencia y la exigencia son súper altas. Estamos, además, en uno de los pocos países donde a los médicos graduados que se van a especializar no se les paga. Eso es algo muy raro. Pero más raro aún es que, además de que no se les paga, les toca pagar matrícula. En el mundo entero, los médicos que se van a especializar reciben un sueldo, un sueldo por lo menos aceptable para vivir.

Después de todo eso, uno tiene que hacer una segunda especialidad. Cuando la hice yo, por ejemplo, estaba casado, tenía dos hijos y tuve que dejar de trabajar y empezar a pagar matrículas semestrales de 25 millones. Eso plantea muchos retos personales, familiares, de pareja… Y aferrarse a lo que uno quiere, estar consciente de las decisiones que toma y creer que a futuro esas decisiones van a dar resultados, es lo que más me ha hecho ser consciente de mí mismo. Todo esto porque, en realidad, es difícil.

¿Quién es el doctor Mayo cuando nadie lo está viendo, pero sigue siendo médico fuera del ejercicio profesional?

Soy una persona sensible, empática y dedicada. Trato de ser la misma persona cuando me ven y cuando no me ven. No siento que tenga que desahogarme ni gritar en silencio para liberar el estrés de lo que hago. Por el contrario, me levanto muy feliz todos los días. Y más importante que eso, me acuesto muy tranquilo todas las noches. Le decía a mi esposa: “A pesar del estrés y de lo difícil que es lo que hago, me siento muy tranquilo, porque me acuesto en paz, con la satisfacción del deber cumplido.” Entonces, con gente o sin gente, siento que soy consciente de mi entorno y dedicado a lo que hago.

Uno está pensando siempre: “Bueno, ya terminé una cirugía de ocho horas. ¿Qué tal pasará la noche este señor? ¿Cómo estará? ¿Será que amanece con dolor? ¿Será que ese punto que cogí lo va a sentir al otro día?”. Pero lo hago en una justa medida, en una proporción sana que me permite tener a mi familia, a mi esposa, a mis hijos, y disfrutarlos.

Nosotros no tenemos un horario que cierra y abre. Nadie dice a las cinco de la tarde: “Bueno, se acabó y me desconecto hasta el otro día”. No. A mis pacientes les doy mi número y les digo: “Bueno, si algo pasa, me llama”. Y los residentes que nos ayudan en los hospitales —que son los médicos en formación— o los fellows saben que, si pasa algo, ahí está el teléfono las 24 horas.

Paula Andrea Baracaldo Barón

Por Paula Andrea Baracaldo Barón

Comunicadora social y periodista de último semestre de la Universidad Externado de Colombia.@conbdebaracaldopbaracaldo@elespectador.com
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Carlos Andrés Botero Girón(74366)06 de julio de 2025 - 10:44 a. m.
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