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Un corazón que late bajo la superficie de la historia: entrevista a Fernanda Trías

La ganadora del Premio Sor Juana Inés de la Cruz, de la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara, en 2021, reedita su libro de cuentos No soñarás flores (2024), producto de un ejercicio pulsional que narra la muerte, la oscuridad, los secretos y la escritura misma.

Juan Camilo Rincón

31 de agosto de 2024 - 11:00 a. m.
La escritora y traductora uruguaya, Fernanda Frías, es la ganadora del Premio Sor Juana Inés de la Cruz.
Foto: Fernanda Montoro
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Lograr el equilibrio cuando se estructura un libro de cuentos no es tarea fácil. Para la escritora uruguaya Fernanda Trías, además de buscar la diversidad formal, también hay que saber dosificar la información, decidiendo dónde y cómo se dice algo pero, sobre todo, qué y dónde se oculta: el lugar de los silencios. Su nuevo libro No soñarás flores (Penguin Random House, 2024) juega perfectamente estas cartas entre un poco de angustia, unos cuantos secretos y las maniobras narrativas de cada texto, con la genialidad de ese balance y el diálogo de la autora con sus lectores para construir juntos cada trama.

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Así nos conmovemos con esos que usan un olor particular para recordar obsesivamente a los seres queridos que han perdido; una escritora en quien se traducen las complejidades de cada relación que establecemos; dos amigas de paseo en un pequeño pueblo en Francia y su viaje lleno de intenciones ocultas; un sepulturero “tranquilo con la muerte”. Los cuentos de Trías se permiten un sabio lenguaje que no lo dice todo, las metáforas de una escritura juiciosa y profunda como sus personajes.

Con No soñarás flores la autora nos recuerda que somos fisura y herida, capaces del amor más sublime y el dolor más hondo, que somos pregunta y secreto, estallido y fractura, y que, al final, alojamos una oscuridad que convive con fulgores de luz.

¿Cómo fue el reencuentro con No soñarás flores ocho años después de su primera publicación?

No leía estos cuentos desde hacía muchos años, prácticamente desde su publicación inicial en 2016. Fue muy interesante volver a conectar con las emociones que motivaron su escritura y poder verlas con otra distancia, una mirada un poco más externa. Eso fue lo que me permitió abordar la corrección de los cuentos para esta edición definitiva. El tiempo es un gran editor.

En el cuento que da título al libro usted habla de las diferentes ceremonias o rituales que hacemos cuando perdemos a alguien. ¿De qué manera la muerte como tema y como concepto ha nutrido su escritura?

La muerte es un miedo atávico, una experiencia común al cien por ciento de los seres vivos (y de la que, sin embargo, sabemos muy poco) y por supuesto, ha sido un tema central en la literatura universal, pero más que la muerte lo que a mí me interesa es el duelo. Porque la muerte es una experiencia metafísica y misteriosa que nos conecta con lo divino, pero el duelo es algo completamente terrenal. Perder a alguien o perder un vínculo es una experiencia común a todos, y no por ello menos dolorosa…

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Y nadie nos enseña a perder...

La poeta Elizabeth Bishop tiene un poema en el que dice: The art of losing isn’t hard to master (El arte de perder no es un arte difícil). Claro, no es difícil porque no hay que hacer nada para que la pérdida ocurra, y porque casi siempre la pérdida es inevitable. La pregunta es qué hacemos o qué podemos hacer nosotros con la ausencia que queda; es decir, qué podemos hacer para procesar esa pérdida. A mí siempre me obsesionaron los personajes que están incapacitados para procesar la pérdida. Es el caso de la protagonista de La azotea, por ejemplo. Los rituales y las ceremonias sirven, desde el inicio de los tiempos para eso, para que el cerebro logre comprender la ausencia. Entonces yo quería pensar en un grupo de dolientes que se sentían incapaces de hacer el duelo, e incluso que se negaban a dejar ir el dolor de la pérdida y que decidían juntarse para mantener viva la memoria de sus seres queridos. Este cuento lo escribí casi enseguida después de la muerte de mi padre, y deposité en él una cantidad de emociones personales que me ayudaron a escribirlo.

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Varios de los personajes escriben o tienen alguna relación con la literatura. ¿Cómo aborda su construcción, siendo usted misma una escritora?

Si hay otro tema que me interesa es el de la escritura misma, el de la persona que escribe. Pero no se trata de esa literatura “de escritores” en la que el que escribe es un gran autor, atormentado por su talento, etc. No, a mí me interesa la persona común que escribe o la persona que necesita hacerlo para dejar testimonio de su pequeña existencia. Como escritora me he enfrentado a muchas dificultades vinculadas a eso, desde la imposibilidad de plasmar lo que quería, las dificultades técnicas, hasta la lucha con la página en blanco, el miedo a abrazar esta vocación, las frustraciones que trae escribir al no ser una tarea reconocida como una “profesión seria” ante el grueso de la sociedad, y luego enfrentarse a la propia resistencia, las ganas de escribir pero no hacerlo, la falta de tiempo. Todo esto se cuela una y otra vez en mis personajes. También supongo que es en parte por deformación profesional, porque llevo muchos años dedicándome a acompañar a jóvenes escritores en sus propios procesos creativos y entonces pensar el proceso creativo es algo que me fascina.

Las relaciones de amor y de amistad guardan mucho más de lo que muestran. ¿Cómo trabajó narrativamente ese aspecto en cuentos como “Anatomía de un cuento” o “Último verano”?

Como lectora siempre me han encantado los cuentos de personajes, los cuentos largos, muchos de ellos de la tradición norteamericana, aunque no exclusivamente; escritores como John Cheever, Carson McCullers, Raymond Carver, Deborah Eisenberg, Amy Hempel, entre muchos otros. Las relaciones afectivas, ya sean eróticas o de amistad (que a veces también tienen algo erótico solapado) son muy interesantes porque permiten ahondar en la psicología de los personajes y pensar esas sutilezas y contradicciones que ocurren en las relaciones afectivas. Creo que en esas situaciones tan simples se esconden muchísimas cosas que se pueden explorar a fondo. Al final se trata de una exploración de mi propia psique, porque aunque los cuentos no son autobiográficos, todas las emociones del rango humano habitan en mí; es solo cuestión de atraverse a mirar adentro. En “Último verano” quería abordar esas oscuridades que a veces se van acumulando en una relación de amistad que viene desde la infancia: las envidias, el deseo solapado, la competencia, los resentimientos. “Anatomía de un cuento” al fin de cuentas es un relato sobre el fracaso; por eso me interesaba mezclar ahí también el tema de la escritura, el fracaso de la relación y la imposibilidad de terminar un cuento como metáfora.

Cada cuento de este libro tiene una forma y una estructura narrativa muy diferente al anterior. ¿Cómo decide qué narrador le permite contar de la mejor manera cada historia?

Para mí es muy importante la diversidad formal. No existe una fórmula para el cuento que se pueda repetir de manera automática, pero a veces leyendo ciertos libros de cuentos da la sensación de que la forma es siempre la misma y lo único que cambia es la anécdota. En mi opinión, fondo y forma son inseparables, y, por lo tanto, la forma de un cuento va a depender de lo que se esté contando. A veces no es fácil llegar a ella: justamente ahí radica la dificultad del cuento como género, pero es mi obligación como escritora buscar la forma adecuada. Encontrar el narrador es parte del desafío. Tengo que estar atenta a lo que la historia requiere, y dependiendo de lo que necesite contar y de lo que necesite ocultar, voy a elegir el narrador. El narrador no puede ser una elección caprichosa que se da porque fue lo primero que se me vino a la cabeza. No, el narrador debe ser aquel que le convenga a la historia y mi tarea como escritora es identificarlo.

Por Juan Camilo Rincón

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