El Magazín Cultural
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Un elogio al disenso

Si no hubiera sido por los contradictores y por el disenso aún estaríamos convencidos de que la Tierra es plana, de que el Sol es un dios y gira alrededor de la Tierra, de que los 10 mandamientos son órdenes divinas y de que hay que enviar a la hoguera a todos los médicos y alquimistas que en el mundo han sido.

Fernando Araújo Vélez
21 de julio de 2020 - 01:06 p. m.
Elogio al disenso. Ilustración de Tania Bernal.
Elogio al disenso. Ilustración de Tania Bernal.
Foto: Ilustración de Tania Bernal

Habríamos tenido que crucificar a Nietzsche porque dijo que Dios había muerto, quemar algunas pinturas de Leonardo da Vinci, pues la mayoría no las entendía, e incluso condenar al olvido a Jesucristo porque promulgó comportamientos que hasta él, nadie había expresado, o si alguno lo expresó, lo tuvo muy en secreto. Los grandes personajes de la historia fueron, precisamente, los más profundos contradictores de su tiempo y de los preceptos de su época, desde Sócrates, Platón, Aristóteles y Alejandro Magno hasta Jesús, desde Buda hasta Miguel Ángel, desde Confucio hasta Giordano Bruno y Copérnico, desde Dante Alighieri hasta Goethe, pasando por San Agustín, Kant, Shakespeare, Cervantes, Newton, Einstein, Beethoven, Mozart, Bach y todos los que queramos añadir a la lista.

El disenso lleva a la confrontación, y la confrontación, a poner en duda todo lo que nos dijeron, las verdades y los absolutos con los que nos bombardearon. El disenso es una cuchillada al prejuicio, al dogma, al “porque sí” o al “porque yo lo digo”. A la imposición, a la tiranía y a los tiranos. Por el disenso murieron en la hoguera o en la horca o acribillados o en un calabozo Giordano Bruno, Juana de Arco, Oscar Wilde, Tomás Moro, Federico García Lorca, Miguel Hernández, Rodolfo Walsh, Víctor Jara, Pier Paolo Pasolini, para no mencionar sino a unos pocos de tantos que dieron la vida por sus ideas e ideales. Somos consecuencia del disenso y de los contradictores, de la exquisita obstinación de quienes no quisieron seguir creyendo en lo dado, de los no acomodados e incómodos para sus contemporáneos, y aunque cada vez más y más tiranos de las nuevas modas y del totalitarismo nos quieran hacer creer que el mundo comenzó en 2000, la humanidad es mucho más añeja que eso, y todo aquello que puede hacernos sentir orgullosos de ser humanos se debió a algún rebelde que pasó y tuvo que pasar por encima de lo “políticamente correcto”.

Por los contradictores hubo revoluciones, cambios. Por los contradictores se transformaron las leyes. Surgieron la “libertad, igualdad y fraternidad” de los franceses en 1789, y la caída de los zares en la Rusia de 1917. Por los contradictores los muros de París se llenaron de carteles que decían “Prohibido prohibir” en mayo del 68, y por los contradictores el hombre llegó a la Luna un año más tarde. Algunos eran contradictores de oficio, como los que tenían asiento permanente en las reuniones de los bolcheviques, y otros, contradictores por convicción, como Martin Luther King, George Orwell, Rosa Park, Mohamed Alí o Allen Ginsberg. Si cualquiera de ellos se hubiera plegado a las leyes de lo políticamente correcto, los derechos de varias minorías se habrían aplazado y, tal vez, cancelado. Sería todo un gesto que hoy aquellos que pretenden hacer leyes, legislar y condenar lo diferente, porque alguien miró de una manera, dijo de otra o defendió lo que no era de sus gustos, miraran hacia atrás y comprendieran que precisamente fue el disenso el que les permitió alzar sus voces y querer arrasar con lo que no es de Su gusto.

Porque en el fondo el asunto del debate tiene que ver más con individualidades y gustos personales, o grupales, y conveniencias, que con una ideología o una filosofía. Es lo que a alguien no le agrada, o le molesta, y lo que considera justo según sus preferencias, dadas por su pasado y sus vivencias, contra el gusto o la justicia, generalmente establecidos y entendidos. Es el bien de unos pocos, contra el bien de la gran mayoría. Es pretender arrasar con la historia, borrarla, sin admitir siquiera que ellos son consecuencia de esa historia y de las luchas de sus propios antepasados. Es eliminar todo lo que ocurrió, o lo que no les agradó de lo que ocurrió, sin tener en consideración contextos, detalles, razones y motivaciones, y es, por lo mismo, abrir la puerta para que se repitan esos hechos. Sin contradictores, terminaremos abocados a una sola verdad, la verdad de quienes pretenden instaurar a sangre y fuego, y caiga quien caiga, el régimen de lo “políticamente correcto”, convirtiéndonos en simples robots que vamos marchando todos al mismo paso, a un solo clic de la muerte y hacia el paraíso del hastío.

Fernando Araújo Vélez

Por Fernando Araújo Vélez

De su paso por los diarios “La Prensa” y “El Tiempo”, El Espectador, del cual fue editor de Cultura y de El Magazín, y las revistas “Cromos” y “Calle 22”, aprendió a observar y a comprender lo que significan las letras para una sociedad y a inventar una forma distinta de difundirlas.Faraujo@elespectador.com

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