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Tal vez antes de plasmar manos y dejar huellas pictográficas en diferentes rincones del globo, ya el “homo” en todas sus dimensiones, quizá había tenido conciencia de su propio mundo, de tal forma que los rituales sagrados estaban cargados de histrionismo, tanto para agradar a los dioses como para convocar a los propios congéneres humanos.
Pese a ello, muchos crecimos creyendo que fueron los griegos quienes “inventaron el teatro”, y que un grupo de viejos barbones competían cada cierto tiempo para ser declarados los mejores dentro de su mundo conocido, además, crecimos creyendo que se valoraba mucho más las tragedias y que las comedias eran obras menores para entretener a mujeres y a niños, excluidos de la no tan perfecta democracia griega.
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Creímos que fueron los españoles y portugueses los que trajeron el teatro a nuestro territorio, que mientras los militares “descubrían y conquistaban el Nuevo Mundo”, así lo llamaban, los curas doctrineros montaban obras teatrales sacras para catequizar a los indígenas, como si estos no tuviesen nada de humanidad. Así se fue imponiendo la razón occidental, y con ella la modernidad, en donde el hombre no blanco debe ser racionalizado para que pueda así mismo ser moderno, de tal manera que el teatro también se fue complejizando y pareciera que por mucho tiempo los niños, quienes supuestamente no entendían este mundo, fueron dejados a un lado.
Hoy, gracias a la valoración de un pensamiento propio existente en nuestro continente mucho antes de la llegada de los europeos, gracias a la concreción de un pensamiento no necesariamente blanco-occidental, tenemos la facultad de reconocer que artes como el teatro existieron en diferentes escenarios y desde diferentes propuestas, que Mayas, Aztecas, Incas, Muiscas, Pastos, Quillacingas, Telembíes, y la mayoría de pueblos originarios celebraban no solamente rituales sagrados relacionados con la agricultura con el Teatro, sino también eran formas de divertimento para toda la comunidad, así como obras con un marcado interés estatal, tal y como sucedió con los Incas, obras pensadas por los amautas.
Así, el espectro del arte teatral es mucho más amplio, entendemos que el teatro moderno no podría ser sin la herencia oriental, o que la música y la danza africanas contribuyeron profundamente a desarrollar el teatro europeo y americano, donde la raza cósmica converge alrededor de diferentes expresiones culturales que hablan positivamente de nuestro mestizaje.
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Lo anterior nos permite entender también que en muchas culturas el papel de los niños fue fundamental para el desarrollo del teatro, a tal punto que los investigadores han encontrado obras dirigidas exclusivamente para niños mucho antes de lo que occidente consideraba, que en el África y el Oriente estos jugaban un papel fundamental dentro de los procesos creativos, tanto ceremoniales como de divertimento, y que inclusive hay posibles rastros en donde los niños también participaban en la composición de las obras.
Hay que reconocer, sin embargo, que fueron españoles, franceses y alemanes quienes popularizaron a partir del siglo XVIII el teatro dirigido para niños, inicialmente para entretener a los hijos de la nobleza, ampliando luego al aspecto burgués, quienes fueron principales promotores, como mecenas de artistas y dramaturgos, logrando un desarrollo holístico si se quiere, ya que contemplaban tanto el espacio para el montaje, los vestuarios y los escenarios específicos para el teatro infantil.
En Colombia el teatro infantil está estrechamente relacionado con la vida escolar, fue en los colegios en donde se montaban obras, tanto infantiles como adaptaciones de obras clásicas, aclarando que en nuestro país no hubo realmente un desarrollo del teatro estatal o de compañía, como si lo hubo en otros países hispanoamericanos, de tal manera que esas obras quedaban enmarcadas dentro de contextos muy reducidos, a la comunidad escolar muchas veces, cuando no al contexto municipal o local cuando las obras eran representadas en parques o teatros abiertos al público.
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De ahí la amplia importancia que tiene el libro que nos presenta hoy Julio César Luna Silva, ya que este se enmarca desde dos procesos estrechamente unidos: la explicación de lo que es el teatro como una herramienta, anota el autor: “Esta Cartilla, perteneciente a la serie Seamos niños, seamos teatro”, tiene como objeto iniciar al niño en esa agradable búsqueda de la comunicación a través del juego dramático. No pretende formar actores, sino, más bien, ser una herramienta-guía para que el maestro pueda orientar de manera clara y directa a los niños y llevar a feliz término el montaje de la obra escogida”, pero quizá la obra sobrepasa la intención del autor, ya que al dar la explicación detenida y en un lenguaje capaz de ser comprendido y asimilado por los niños, de como montar una obra -desde luego en una diada donde profesor-alumno se complementan mutuamente; como también hay una creación inmersa, son cinco obras de Luna Silva que acompañan el libro, que deja de ser mero texto para convertirse también en una muestra del teatro infantil colombiano.
Enhorabuena para el teatro colombiano, libros como el que hoy se presenta, pero también en hora buena para el país y para el mundo, personas buenas y comprometidas con el arte nacional, con el teatro nacional como Julio César Luna Silva, y que vengan muchos libros más y muchas obras más. ¡Mucha mierda!