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Un presagio, una tragedia...

La escritora argentina Liliana Bodoc se aventura en esta novela en el fatídico destino de un boliviano durante los días de carnaval.

Angélica Gallón Salazar
25 de febrero de 2010 - 10:27 p. m.
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“No hay tragedias ajenas. Cada tragedia habla de todos los hombres”, y la de Sabino Colque es una tragedia que habla del amor incómodo, equivocado en tiempo, en lugar, en mujer. Es una historia que habla de la tristeza de los que huyen de su destino sabiendo que en la huida cumplen todos los fatídicos presagios.

Sabino Colque es el protagonista de Presagio de carnaval, la más reciente novela de la escritora argentina, celebrada por su literatura fantástica, Liliana Bodoc. Es un boliviano que un día se va de Tarabuco a vivir a Argentina huyendo de sus antepasados, unos sanadores que aceptaron comerciar con el dolor y que firmaron su condena asegurándole a la gente que recobrarían la salud si votaban por un político, corrupto, por supuesto.

Este hombre de piel coloreada, que se santigua cada vez que el sol cae y que vende en una plaza plantas medicinales, es una especie de Santiago Nasar, que sabe que la muerte se le está anunciando. Pero Sabino decide no correr tras los presentimientos, más bien al revés, espera a que los presentimientos “lo tiren de la ropa hasta demostrarle que son atendibles”.

Esta vez Bodoc, la escritora a la que la maestra de la fantasía Úrsula K. Le Guin alabó por llevarla a viajes profundos, ha decidido caminar por las páginas del realismo. Alentada por la imagen de esos miles de bolivianos que van a trabajar en las plantaciones de uvas en la provincia de Mendoza, Bodoc quiso contar una historia que tuviera como protagonista a uno de esos “trabajadores gaviotas” con quienes a duras penas los argentinos saludan y se cruzan en las verdulerías.

“Mi trabajo más que sobre fantasía o el realismo tiene mucho que ver con la cultura latinoamericana, y si se quiere con la aborigen, y tiene que ver con algo que está bastante cerca, con la marginalidad. En todas mis obras, aun en las de literatura infantil, los personajes andan en general por los márgenes, andan por los lugares más apartados, abandonados por alguna razón, y no sé por qué ellos son los que me conmueven”, confiesa Bodoc.

Esta novela está de alguna manera trabajada desde el molde de la tragedia clásica. Tiene, por ejemplo, la aparición de una especie de coro que va cortando la narración y que va dándole otro nivel de trascendencia a lo que les pasa a las pequeñas criaturas de la historia. “¡Ea, dígnate venir, madre mía! Destino oscuro, destino blanco. Excremento blanco, excremento amarillo”. Está también el destino absolutamente fatal del que todos sabemos nadie en la historia se va a salvar. Y, finalmente, cuenta con la unidad de tiempo y de lugar, porque aunque hay retrospectiva y un inteligente juego con el tiempo, todo sucede en un día y en un lugar: en esa plaza popular y en el momento en el que Sabino camina hacia su último momento.

Los lectores tendrán la oportunidad de adentrarse en la vida de Sabino en una tarde extraña, precedida por un acto equivocado: el boliviano ha invitado a bailar con desenfreno en el carnaval boliviano a la bella Ángela, la jovencita que a fuerza de no comer está a punto de transparentar su real belleza, la novia de Renzo que trabaja en el almacén de ropa femenina popular del frente.

Los lectores entrarán a la vida de Sabino Colque —para no querer despegarse de él a lo largo de 127 páginas— cuando él escucha por primera vez el retintín de la desgracia. “La muerte usa cencerro, eso lo sabía Sabino. Cosa de cada quien hacerse el sordo”.

Por Angélica Gallón Salazar

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