La noticia del pasado 28 de mayo fue replicada por algunos medios y en un escueto cable de prensa de una agencia internacional: “El colombiano Sebastián Pineda Buitrago ganó Premio Juan Andrés de Ensayo e Investigación”, decían los titulares que daban cuenta de la información en la que además se indicaba que esta era la primera vez que dicho reconocimiento, otorgado por Universidad de Alicante en España, se le entregaba a un académico nacido en América.
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
El libro “La crítica literaria hispanoamericana (una introducción histórica”) (2016), por el que Pineda recibió el premio, es un ensayo crítico de cinco capítulos en el que se reconstruye la historia de la crítica literaria de este lado del continente con base en el estudio de las obras de autores como José Lezama Lima, sor Juana Inés de la Cruz y Pedro Henríquez Ureña. “La primera crítica literaria [de la época] es la de Antonio de Montesinos, un español que en la actual República Dominicana lanza un memorial en contra de los maltratos de los indígenas”, recuerda Sebastián Pineda, quien actualmente es el Coordinador de la Maestría en Literatura Aplicada de Universidad Iberoamericana Puebla, en México.
Alguna victoria o derrota de la Selección de Colombia, las repercusiones del paro nacional, aquel escandalete protagonizado por un influencer, algo de eso o todo al mismo tiempo, tanto ruido que esta noticia no llegó a las primeras planas de los medios de comunicación en Colombia. no fue así en España, por ejemplo.
Pineda, además de hablar para El Espectador, comparte con los lectores de El Magazín Cultural, el discurso que leyó el día que le entregaron el premio.
¿Cuál es (o debería ser) el objetivo de la crítica literaria?
Podría decirse que el objetivo de la crítica es la subjetividad: el comentario, el análisis y la interpretación personal de una obra literaria y por extensión artística o incluso política. Tener como objetivo manifestar la subjetividad de algo suena algo raro, ¿no es así? Sucede que la tecnocracia contemporánea nos ha hecho creer que todo tiene un objetivo, como si los sujetos humanos fuéramos cohetes o misiles de guerra. Este símil entre el sujeto humano y el misil teledirigido ya lo criticó en su momento Thomas Pynchon en El arcoiris de la gravedad (Gravity’s Rainbow), una de las mejores novelas angloamericanas del siglo XX, al tratar el nivel de paranoia entre los Aliados por el constante estallido en Londres del misil teledirigido desde Alemania en 1944, el Uv 2 o «arma de represalia» (en alemán, «Vergerltunswaffe»), que dio comienzo a la cibernética actual. La novela de Pynchon es sumamente difícil de leer, y para entenderla a plenitud es recomendable acudir a los comentaristas, exégetas y críticos. Ese es el objetivo de la crítica literaria: ayudarnos a entender, a comprender algo con la ayuda de otros, para desplazarnos a otra perspectiva. El universo (que Borges comparaba con una biblioteca) está lleno de mensajes ocultos o que no se ven en una primera lectura. Le invitamos a leer: Miguel de Cervantes y “El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha”
Hábleme de sus primeros acercamientos a la literatura y/o a la crítica literaria. ¿Cuáles son sus referentes?
Podría decir que mis primeros acercamientos a la literatura, luego de la desintoxicación televisiva, estuvieron relacionados con un especial interés hacia los géneros ensayísticos. Mis primeras lecturas fueron los libros de divulgación científica. El primer libro que leí en serio fue el último de Carl Sagan, El mundo y sus demonios (1996), que me ayudó a desintoxicarme de los miedos y fantasmas audiovisuales (que en otros tiempos provenían de la Iglesia). Cada vez es más difícil adentrarse en el mundo literario o intelectual, pues implica despojarse de las supersticiones ópticas (del bombardeo televisivo). De la divulgación científica pronto di con la tradición ensayística latinoamericana. Me encontré con un pequeño libro del teórico mexicano Alfonso Reyes, La experiencia literaria, en en el que encontré varios pasos para poner en práctica la crítica: la impresión (manifestar asombro o admiración por algo), el impresionismo (dejar constancia del efecto que tal obra ha causado en nuestra visión del mundo) y la exégesis (el análisis y la interpretación a la luz de un contexto determinado). Más tarde advertí que el Ensayo es la Crítica. O dicho de otro modo, que el crítico como el ensayista hablan de sí mismos al comentar e interpretar otras obras y otros autores. Esa es la auténtica subjetividad. La auténtica subjetividad nada tiene que ver con el narcisismo contemporáneo.
¿Qué significa y qué implicaciones tiene ser crítico?
Ser crítico implica y significa, valga la redundancia, admitir que nuestro mundo tiene algún significado que merece ser descifrado y explicado. No es fácil, pues nos hemos conformado con la mera información. Informar no es lo mismo que narrar (contar algo con base en nuestra experiencia) ni mucho menos que criticar. Un ejemplo reciente es el de la pandemia actual. El nihilista lo niega todo, salvo el cientificismo más vulgar: en la pandemia no ve otra cosa que cifras. Datos. Estadísticas. Muertos e infectados. Ser crítico significa proponer alternativas razonables o verosímiles, es decir, un espacio para la subjetividad. Pero dar lugar a la subjetividad (a la crítica) implica abrir la puerta a las posibles conspiraciones y a las rebeldías. La «bomba informática» (1998) de la que hablaba el crítico y urbanista francés Paul Virilio justamente estalló en 2020 con la pandemia.
¿Qué análisis hace de la crítica literaria que se hace en Colombia?
Aunque se nota muy enflaquecida en comparación con otras épocas, Colombia ha intentado estudiar y analizar su crítica literaria. El profesor de la Universidad Nacional David Jiménez hizo un libro al respecto que va desde finales del siglo XIX hasta mediados del XX. El recientemente fallecido Carlos Rincón, profesor emérito en la Universidad Libre de Berlín, analizó y compiló en tres tomos la crítica literaria de Hernando Téllez, uno de los proto-fundadores de la revista Semana. Ahí el profesor Rincón comparó la importancia de la crítica literaria con la de la opinión pública y, en consecuencia, con el espacio público. Quiso decir que la opinión pública (diarios, suplementos o magazines literarios) va de la mano con los espacios públicos, es decir, con los parques, los cafés y las avenidas peatonales donde la gente se reúne, comenta y discute. El sustantivo «público» viene del verbo «publicar», de manera que entre más se lea y se critique más público uno es (no se confunda con la fama o lo popular). Naturalmente estas operaciones están sumamente controladas por las redes sociales. Una revista como Mito o Eco, que aparecieron en la Bogotá de mediados del siglo XX y en las que surgieron críticos como Rafael Gutiérrez Girardot, Marta Traba o el propio Carlos Rincón, parecen impensables en nuestros días. Conviene que las revistas literarias y los diarios nacionales den mayor espacio en sus páginas a una sección de reseñas. La reseña de un libro es la condición esencial de la crítica literaria.
¿Qué lectura haces del uso de las redes sociales en la literatura y la crítica, en particular, pero en general, del uso que las sociedades le están dando a esa herramienta?
Las redes sociales no son “redes” ni son “sociales”. No son sociales porque dependen de una tremenda infraestructura técnica (de los “monjes tecnológicos”, por usar la expresión de Orson Welles en “Ciudadano Kane” al referirse al magnate de los medios estadounidense de su época, William Randolph Hearts), y no son “redes”, sino más bien “canales” obedientes. El narcisismo de los “usuarios” impide usar estos canales digitales para la Crítica literaria, pues tales usuarios se vuelven adictos a ciertas palabras, sonidos, imágenes. Las redes sociales son un eufemismo de la guerra cibernética. Me explico. Los llamados “usuarios” en realidad somos lectores y más exactamente “soldados” envueltos en tácticas militares para una movilización permanente de cuerpos y palabras. Hay varios estudios que comparan la movilización de las “redes sociales” (la ciber-movilización) con los alzamientos de la masa parisina en la Revolución francesa para obligar a toda la población francesa a enrolarse en el ejército. Por parafrasear a Benjamin, el mundo se ha vuelto un suburbio parisiense de la época del terror de 1794: «nosotros contra ellos».
¿Se puede ser crítico con la crítica literaria?
Es inevitable, aunque criticar a la crítica parezca remitir a la imagen de una serpiente que muerde su propia cola. Acaso sea Nietzshe el crítico más crítico contra la crítica literaria. En una de sus famosas «Intempestivas», Sobre la utilidad y el perjuicio de la historia para la vida, Nietzsche sospechó del “desenfreno de efusividad crítica” que había traído consigo la filosofía de la Ilustración al observar que todo se podía criticar, salvo el Progreso y la Ciencia. Nietzsche criticó que el crítico literario de su tiempo se resignara a tratar la «cultura» como un «narcótico» (como algo condenado a la sección de «entretenimiento»), o bien que se resignara a trabajar burocráticamente para el sistema escolar produciendo “papers” pedagógicos que casi nadie lee.
¿La crítica literaria es también literatura?
Lo es en sumo grado. Borges o Bolaño parodian la figura del crítico literario y se desdoblan en eruditos o comentaristas de autores y obras inexistentes. El Quijote de Cervantes comienza con una crítica a las novelas de caballería.
¿Se usan los medios especializados en crítica literaria para encumbrar o anular la obra de X o Y escritor?
Se encumbra o se anulan las obras de X o Y escritor, en el mejor de los casos, por razones de marketing y, en el peor, por caprichos o habladurías de pasillo y hoy diríamos de comentarios en Facebook o «Hatebook» (el libro del odio). La crítica alcanza su cometido cuando asume un punto de vista, una visión de mundo (Weltschaung, según la famosa expresión alemana), una idea. Adorno, el filósofo de la famosa Escuela de Frankfurt, ya apuntaba desde 1969 lo difícil de distinguir al crítico del reseñista de sobrecubiertas promocionales. Para empezar, no se usan los medios especializados porque muchas veces no se sabe cuáles son. La jerga academicista nunca se ha puesto de acuerdo en definir conceptos básicos de teoría literaria, tales como el de «mímesis», «comparación», «expresión», «estética».
¿Por qué es importante que una sociedad tenga ciudadanos críticos?
Si el sustantivo «público» viene del verbo «publicar»,entre más se lea y se critique más conciencia pública y política se adquiere. Volvamos a la operación exquisita del profesor Carlos Rincón: de la práctica de la crítica literaria nace la opinión pública y, en consecuencia, los espacios públicos. La abundancia en una ciudad de diarios, suplementos y magazines literarios está directamente relacionada con la abundancia de parques y calles peatonales. Los puestos de periódico en una esquina generalmente se abren hacia un parque o un pasaje peatonal (los famosos «Pasajes» parisinos de Walter Benjamin). La mezquindad urbanística de nuestras ciudades es, en parte, consecuencia de una sociedad «acrítica» y «apolítica» y excesivamente privatizada. El miedo a lo público es el miedo a la crítica.
Apostarle al estudio de la literatura en un país con tan bajos niveles de lectura como Colombia ¿Cómo usted batalló contra todo aquello?
Yo batallé contra los bajos niveles de lectura en Colombia exigiéndome a mí mismo altos niveles de lectura. Cuando estudiaba el pregrado, después de salir de clases, me iba caminando a la Biblioteca Luis Ángel Arango, que es el mayor espacio público de Bogotá en términos intelectuales si se quiere. Después de sumergirme en la lectura (por ese entonces me documentaba para escribir una Historia de la literatura colombiana), encontraba más placentero caminar por la Séptima hasta el Parque Nacional o incluso detenerme en las librerías de la Avenida Jiménez o recorrer el Centro Comercial del Libro Usado. Ahí todavía tengo un par de libreros amigos.
En su discurso por el premio Juan Andrés de Ensayo que le fue otorgado recientemente usted señala: “Las facultades de literatura no son una garantía para la consolidación de la crítica literaria”. ¿Qué lo invita a pensar esto? ¿Qué tan cercana está la academia de la literatura que se hace y se sigue haciendo en tiempos de pandemia?
La pandemia, y más exactamente el confinamiento o el gran encierro cibernético, amenaza con quitarnos el campus y el cuerpo (o corpus). Cada estudiante debería tener una asignatura que consistiera en caminar su ciudad y en reconocerla de nuevo. En parte el Paro colombiano obedeció a la rudeza con la que se manejó el confinamiento por parte del actual gobierno. Ahora bien, las facultades de literatura no son una garantía para la consolidación de la crítica literaria porque, como reza el viejo adagio: «lo que Natura no da, Salamanca no lo presta». En este sentido, aun con todas las críticas que se le pueda hacer a la academia, esta resulta necesaria para la formación de un crítico literario. Ya en ninguna disciplina se puede ser autodidacta. Celebrar el autodidactismo es celebrar una condición paupérrima. Ese romanticismo de celebrar al «genio» individual ya ha pasado de moda. Todos tenemos maestros. Incluso un escritor aparentemente tan iconoclasta y original como Roberto Bolaño, que no cursó formalmente una carrera de literatura, buscó la guía del crítico colombiano Rafael Gutiérrez Girardot para adentrarse en la literatura alemana.
¿Cuáles son tus nociones sobre los autodidactas?
El gran crítico colombiano Baldomero Sanín Cano soñaba con bibliotecas públicas con pórticos siempre abiertos para los autodidactas. ¿Cómo no estar de acuerdo con él? Para ese sueño hace falta instituciones que apoyen a tales bibliotecas, y entonces ese aparente “autodidacta” encerrado en el silencio de las bibliotecas ha de salir a predicar y discutir lo leído en el ruido de la calle o del auditorio, y entonces ahí deja de ser autodidacta. Ya tendrá colegas y alumnos.
¿Desde la crítica literaria cómo se ejecutan los diálogos entre literatura y sociedad?
Se ejecutan a través de instituciones que van desde bibliotecas hasta librerías de libros nuevos y usados, pasando naturalmente por los salones de clase (o salas de zoom) de universidades y academias. Este es un diálogo ríspido, porque la sociedad no es un todo homogéneo y, contrario a las previsiones del neoliberalismo, mientras el Estado presenta una obesidad mórbida, la sociedad luce flaca y famélica. La sociedad se enriquece de lo público, es decir, de las publicaciones de libros, de las discusiones, de la crítica.
Sobre su ensayo “La crítica literaria hispanoamericana (una introducción histórica)”. ¿Cuál fue la génesis del mismo? ¿Para qué es útil clarificar la historia de la crítica literaria en Hispanoamérica?
Clasificar la crítica literaria en Hispanoamérica es crucial para un proceso de descolonialidad mental. Es útil para clasificar y comprender autores como Borges, Alfonso Reyes, Octavio Paz, Lezama Lima, Beatriz Sarlo. La génesis de mi libro fue desatada por la alarma de no ver, en los manuales al uso sobre teoría y crítica literarias, escuelas y autores de procedencia hispanoamericana y ni siquiera de lengua española. El formalismo, estructuralismo, postestructuralismo, poscolonialidad o crítica psicoanalítica son principalmente escuelas europeas y angloamericanas datadas en el siglo XX. Para empezar, he tenido que demostrar que la crítica literaria no necesariamente encaja en tales escuelas teóricas del siglo XX, sino que se remonta a la antigüedad clásica. La crítica literaria es una operación esencial de la Retórica, cuyo principal teórico es Aristóteles. La República de Platón, toda la teoría política, es un comentario in extenso de Homero.
Hablemos de su recorrido académico. ¿Dónde estudió en Colombia ¿Qué estudió? y ¿Cómo llega y/o por qué llega a México?
Estudié el pregrado en Literatura en la Universidad de los Andes entre 2000 y 2005, pero también me documenté por mi cuenta con otras lecturas y proyectos en la Biblioteca Luis Ángel Arango. Tuve la fortuna de ser contertulio del novelista Germán Espinosa. Espinosa no daba clases, porque no tenía título creo que ni de bachiller, pero daba unas tertulias magníficas en un café cerca de la Universidad de los Andes. Estoy por terminar un libro sobre él: una crítica literaria novelada, si cabe el término.
________________________________________________________________________________________________________
“La crítica edificante”. Discurso por el Premio Juan Andrés de Ensayo e Investigación por la obra La crítica literaria hispanoamericana (una introducción histórica)
Por: Sebastián Pineda Buitrago
“El hombre, ente moral y político, se manifiesta por la palabra, cuya suprema forma es el discurso. Edificar el discurso es, pues, edificar al hombre todo”. Alfonso Reyes, La crítica en la edad ateniense (1941).
Historiar la crítica literaria es historiar las ideas sobre la literatura. A tal punto que una literatura es más bien una creación de la crítica, es decir, una ordenación y un entramado de corrientes y tendencias articulada en la red discursiva de una sociedad política e históricamente dada. La crítica literaria es también literatura, sí, pero una «literatura de ideas», o más exactamente una «narrativa de ideas». El crítico literario es por lo general un ensayista en cuyas interpretaciones y análisis de la literatura de «los otros» se vislumbra o revela una Idea (una imagen del mundo) con ocasión de una obra ya creada. Pero no todos los ensayistas son críticos, y entre los críticos aún habría que resaltar a aquellos que, al articular el difícil diálogo entre literatura y sociedad, al revelar una Idea, revelan también una red de instituciones: un espacio público de publicaciones periódicas (revistas y colecciones editoriales) de cátedras universitarias, ateneos y centros de investigación. Tal es el crítico hispanoamericano que buscamos en nuestra introducción histórica.
Ya en el segundo de sus Seis ensayos en busca de nuestra expresión (1927), “Caminos de nuestra historia literaria”, el dominicano Pedro Henríquez Ureña sugirió seis autores como una síntesis axiológica (de valores) permanente para la literatura hispanoamericana del siglo XIX: Bello, Sarmiento, Montalvo, Martí, Darío y Rodó. Lo común entre estos seis autores reside en que todos son ensayistas y críticos (también Bello, Martí y Darío son poetas), capaces de articular la literatura en una red de publicaciones periódicas, ateneos, escuelas y, en el caso de Bello con la Universidad de Chile, hasta de centros de investigación y enseñanza. Pedro Henríquez Ureña y Alfonso Reyes, los dos principales críticos de la primera mitad del siglo XX, precisamente revelan una red instituciones académicas. De fundar en México el Ateneo de la juventud hacia 1907, ambos estrecharon lazos en la década de 1920 con la Sección de Filología del Centro de Estudios Históricos, en Madrid, una institución desde la que se consolidó una escuela estilística panhispánica, que tuvo muchas variantes y matices y que incluso se extendió a la academia angloamericana.
En 1927 Pedro Henríquez Ureña y Amado Alonso fundaron el Instituto de Filología de la Universidad de Buenos Aires en tensión con los proyectos nacionalistas de Ricardo Rojas. En dicho Instituto se formó María Rosa Lida, acaso una de las mejores críticas literarias hispanoamericanas. Ella y su hermano Raimundo Lida ayudaron a fundar en 1946 el Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios de El Colegio de México, una institución dirigida por Alfonso Reyes. Tal institucionalización de la filología hispanoamericana (perseguida por todos los extremismos políticos) dio cierto aire de independencia frente a la hispanística alemana, francesa y estadounidense, independencia que aún no está asegurada. Pues la llamada latinoamericanística (dividida a su vez en mexicanistas, peruanistas, colombianistas, etc.) suele ser una profesión apologética que elogia acríticamente lo producido en Latinoamérica. Más que las políticas institucionales de la filología o de la crítica, aquí nos interesa la praxis, la crítica aplicada.
La emergencia de la Facultad de Filosofía, Ciencias y Letras de Sao Pablo en 1934, permitió que la crítica literaria brasileña se abriera a la sociología preguntándose por redefinir la naturaleza del capitalismo en medio del nuevo orden poscolonial arrojado por el fin de la Segunda Guerra. El célebre ensayo de Antonio Candido, Formação da Literatura Brasileira. Momentos Decisivos (1957), no sólo abandonó el cerco de la crítica estilística centrada en la inmanencia del texto, sino que sirvió de ejemplo para sus colegas hispanoamericanos. Pues, en adelante, el crítico uruguayo Ángel Rama indagó sobre las circunstancias socioeconómicas del modernismo y del boom latinoamericanos, y en su célebre ensayo La ciudad letrada (1981), que no alcanzó a corregir lo suficiente por un accidente fatal, aplicó los postulados de Foucault y del estructuralismo para declarar la profunda ligazón entre escritura y poder desde los tiempos coloniales. En esta línea se inscribe también el ensayo del peruano Antonio Cornejo Polar, Sobre literatura y crítica latinoamericanas (1982).
No son pocos los intentos por construir una historia de la crítica literaria hispanoamericana. En 1979, en la reunión de la Asociación de Estudios Latinoamericanos (LASA por sus siglas en inglés), Saúl Sosnowski presentó un balance. Comenzó por lamentar que la crítica literaria practicada en los departamentos de letras hubiera llegado al extremo de considerarse autónoma, independiente de la historia y aun de la propia literatura con la que dialogaba. Sosnowski se refería al triunfo “comercial” del boom latinoamericano. Pues boom era un término aglutinante que apuntaba a la sinonimia de sus éxitos, es decir, resultaba ajeno a toda categoría estética y a la vez poco esclarecedor del motivo de sus logros. El éxito del coincidió con un tipo de crítica literaria cuya metodología consistía, ya no en la lectura hedonista, sino en la pretensión cientificista de analizar textos autónomos, exorcizados de Historia.
Puesto que se desprende necesariamente de las gramáticas, retóricas y poéticas del Renacimiento, aun cuando se admita un sello identitario marcadamente «liberal» o progresista a partir de la globalización ferrocarrilera y eléctrica de finales del siglo XIX, la crítica literaria no es exclusividad de una ideología ni mucho menos de un partido político. Con todo, en el influyente libro Desencuentros con la modernidad en América Latina (1989), del profesor emérito de Berkeley, Julio Ramos, se deduce que la crítica literaria, al no asumirse como disciplina en el aparato escolar ni en la organización académica, surgió del rompimiento con el Derecho. La institucionalización académica de la Literatura supuso entonces la creación de una especie de “antidisciplina”, capaz de abarcar todas las otras. Esta vocación antidisciplinaria, que se ha tratado de trocar en una transdisciplinariedad y en estudios culturales, es inconcebible sin un conocimiento al menos parcial del Derecho o del ordenamiento jurídico, es decir, sin la politización del crítico. De modo que el crítico literario no puede restringirse a su mera especialidad. Como el antiguo moralista, ha de proveerse de opiniones razonables sobre cómo se debería actuar o cómo se debería justificar una conducta, privilegiando la inteligencia creativa y vital
Los adversarios de la literatura (clásica o vanguardista) son aquellos que suponen que ésta es un pasatiempo inútil ya superado por los nuevos medios audiovisuales. El formalismo ruso, como correlato de las vanguardias históricas y de los aparatos fonográficos, concibió la literatura como una función especial del lenguaje bajo el concepto de «literariedad». Tan rico concepto (no exento hasta de cierta poesía) se vio reducido en tiempos de la posguerra a la dominante Lingüística. la Historia por cuanto el texto es un fenómeno meramente lingüístico. Despojar al análisis literario (la crítica literaria) de sus relaciones históricas y filosóficas es caer precisamente en la «trampa Jakobson», como ha dado en llamarla Pedro Aullón de Haro. En tal «trampa» cayeron la mayoría de los estudios literarios de la segunda mitad del siglo XX. En palabras de la crítica literaria argentina Graciela Reyes, la relación entre lingüística y literatura podría presentarse como un buen ejemplo de la relación amo y esclavo en que la lingüística (el amo9 no le interesa la literatura (el esclavo).
Ya desde las investigaciones fonéticas del siglo XIX, la lingüística positivista y cientificista consideró las obras literarias al mismo nivel que cualquier documento burocrático. La poesía se rebajó a mera fuente de almacenamiento que arrojaba material para investigar fenómenos de la lengua. Ni siquiera fue una excepción el famoso lingüista colombiano Rufino José Cuervo (1844–1911), en cuya obra filológica no hay una crítica de las obras literarias, sino que éstas meramente se conciben como un almacenamiento que arroja material para investigar fenómenos lingüísticos. ¿No hay una suerte de nihilismo en Cuervo que precisamente anuncia el de Fernando Vallejo, su apologista contemporáneo? No es gratuito el excesivo elogio decretado a Cuervo y a Caro por el oficialismo colombiano. Baldomero Sanín Cano ya observaba que tal elogio había apartado a los estudiantes colombianos del gusto por la literatura.
Nuestra manera de enfocar la crítica literaria hispanoamericana plantea que ésta es el ejercicio de una escritura altamente elaborada que no sólo presupone la medialidad técnica, sino también una corporeidad. El cuerpo es el sitio en el que se inscriben las diversas tecnologías de nuestra cultura. De hecho, el sistema nervioso es un aparato mediático, por decirlo así, con una elaborada tecnología que en parte constituye el avance de la inteligencia artificial. La domesticación del cuerpo, incluyendo la educación a distancia generalizada en 2020 por motivo de la pandemia, es el tema radical de la educación textual, y la crítica literaria hispanoamericana no debería ser ajena a semejante fenómeno. Si los adversarios de la literatura son aquellos que suponen que ésta es un pasatiempo inútil ya superado por los nuevos medios audiovisuales, no deberían olvidar que la literatura también compite y en ocasiones supera al cine y la radiodifusión. Las “jitanjáforas” –poemas sin semántica o contenido– constituyen la praxis del supuesto teórico de Reyes en El deslinde (1944), la primera teoría literaria hispanoamericana. Son un correlato del teléfono y de la comunicación sin cables, de la “Immaginazione senza fili” y de la “parole in libertà” del futurismo. La teoría de Reyes no le reconoce otro límite a la literatura que el de su capacidad para estimularnos a la transgresión.
La figura del crítico colombiano Rafael Gutiérrez Girardot, profesor emérito de la Universidad de Bonnn, es una las partes estructurales de una crítica literaria hispanoamericana de finales del siglo XX. Gutiérrez Girardot hizo suya una vieja expresión de Séneca, philosophia facta es quae philologia fuit [se ha convertido en filosofía lo que un día fue filología], y se acercó a la interpretación benjaminiana de la literatura que lo alejó del marxismo dogmático. No asumió la hispanística ni la latinoamericanística de manera acrítica, como ciencias apologéticas que simplemente elogian, sino que cuestionó sus presupuestos y obligó a la constante práctica de la comparatística. La «colección de Estudios alemanes», que Gutiérrez Girardot animó desde Bonn con colegas argentinos, permitió desde 1964 la introducción y traducción de varios críticos y teóricos alemanes, incluyendo los de la Escuela de Frankfurt.
Preguntémonos si una cátedra de crítica literaria hispanoamericana no generaría, cuando menos, una incomodidad en la organización del conocimiento académico o universitario. Pues un profesor de teoría literaria ya no podría pasar sus días ignorando a Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña o Rafael Gutiérrez Girardot sin que ello mermara su ascenso. Pero esto último también quiere decir que las escuelas y facultades de literatura no son una garantía para la consolidación de la crítica literaria. Esto es tan crucial que, a pesar de las facultades y escuelas de Literatura, el principal crítico mexicano de la segunda mitad del siglo XX es José Emilio Pacheco en cuyos artículos o reseñas acoge de Reyes todo el vocabulario crítico de «simpatías y diferencias», «marginalia». Por lo tanto, conviene distinguir la terminología entre los conceptos de Teoría literaria y Crítica literaria. El primero está históricamente circunscrito en la década de entreguerras y por lo menos hasta 1940, cuando el formalismo ruso comenzó a expandirse, fue casi exclusivamente una invención centroeuropea y rusa que se desarrolló en virtud de un cosmopolitismo cultural, capaz de trascender los entusiasmos nacionalistas y el monolingüismo1.
Bajo la opresión del neopositivismo universitario, las asignaturas de lengua e historia de la literatura dieron paso a las asignaturas de teoría de la literatura aun por encima del concepto de «historia» y de «crítica». Y la «teoría literaria» acusó los visos del imperialismo moderno y de la superproducción capitalista, sí, con “productores” (casi todos por lo general, angloamericanos o franceses) que fabricaron en medio siglo el triple de “teoría literaria” que en dos milenios.
De la generalidad de las historias de la crítica y teoría literaria «occidental» los nombres hispanoamericanos brillan por su ausencia. Lo referente a la crítica literaria hispanoamericana merece apenas un breve artículo en el último de los nueve volúmenes de The Cambridge History of Literary Criticism. El teórico checo-estadounidense René Wellek prescindió de cualquier crítico hispanoamericano y apenas enlistó a algunos españoles en el último de los ocho volúmenes de A History of Modern Criticism (1750-1950). Tal exclusión persiste en las recientes historias sobre la crítica literaria. ¿Por qué no ha habido una «historia de la crítica literaria hispanoamericana» en sentido estricto que llene este vacío? ¿Se trata acaso de un prejuicio a la lengua española (una lengua de alcance global, sí, pero de carácter «proletario»)? ¿Pretende la academia euro-angloamericana arrogarse el mote de «occidental»?
La lengua española se extiende y pertenece mayoritariamente a otro continente que ya no es Europa, y no por ello ha roto con una genealogía que la conecta permanentemente con la cultura clásica. Lo grecorromano no es un legado netamente europeo u “occidental”, sino precisamente una combinación de elementos asiáticos y africanos. El concepto de «transculturación», datado por Fernando Ortiz, o el de «heterogeneidad», datado por Cornejo Polar, o incluso el de «hibridación», datado por García Canclini, podrían incluso encontrar una genealogía desde la antigua Grecia. Por lo general, al tratar de Hispanoamérica o Latinoamericana, se pone en marcha una máquina pedagógica fabricadora de “particularidades”, de “cultura propia”, de “lenguaje propio” y de “visiones autóctonas”. Sin negar los procesos de conquista y colonialismo, pero sin casarnos con el drama de la «periferia», la «subalternidad» y lo rabiosamente “local”, nuestro libro se propone articular una introducción para una historia de la crítica hispanoamericana que a su vez pueda articularse con la “occidental” o global.
1 Cf. Galin Tihanov, The Birth and Death of Literary Theory. Regimes and Relevance in Russia and Beyond, Stanford, Stanford U. P., 2019, p. 12.