Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.

Un siglo con Ingmar Bergman

En la conmemoración de su natalicio El Espectador hizo una nota sobre su vida y obra. Hoy la recuperamos con ocasión del aniversario de su fallecimiento.

Ángela Martín Laiton

30 de julio de 2018 - 09:48 a. m.
“El séptimo sello” se estrenó en 1957 y es una de las películas más aclamadas de Bergman. / Cortesía
PUBLICIDAD

El cineasta sueco cumpliría 100 años el 14 de julio. Una obra prolífica lo constituyó como una catedral en el séptimo arte. Nórdica Libros acaba de publicar “Cuaderno de trabajo”, donde aparecen los primeros bosquejos de sus emblemáticas películas. 

Era 1955, Ingmar Bergman vivía en una ciudad sueca al sur del país. Trabajaba como director teatral en el Teatro Nacional de Malmö. Había abandonado a su esposa, Gun Grut, mudándose con Bibi Andersson a un departamento de la cooperativa HSB en el barrio de Slottstaden. Era julio de 1955 y Bergman escribía en su casa, son los únicos trazos que se encontraron de ese año: “La muerte es mi amiga y mi compañera. Cuando el sol calienta demasiado y me castiga los ojos, busco refugio al atardecer detrás de su sombra. Cuando la soledad me hiere me vuelvo y le tiendo la mano, y ella me lleva consigo y nuestra compenetración es perfecta y sin vacilación. Es un juego muy atractivo y es un gran consuelo, pero sé que algún día el juego dará paso a un final.” Estaba preparando Los acróbatas, en una mezcla de diario con cuaderno de trabajo, más adelante agregó: “Bibi tiene razón. Ya he hecho bastantes comedias. Ahora tiene que haber otra cosa. No puedo seguir dejándome asustar. Es mejor hacer esto que una mala comedia. El dinero me importa un rábano. Bibi tiene razón.” El teatro cierra en verano, pero Bergman no descansa. Estaba grabando Sonrisas de una noche de verano, la película que lo catapultaría a la fama en los Cannes de 1956; Bergman inocente de ello se mantuvo trabajando, entre sus papeles hay anotaciones de guiones futuros: El séptimo sello, El rostro y El manantial de la doncella son todavía formas inacabadas. En el próximo mes se estrenaría Sueños. Bergman, un monstruo creativo que nunca paraba.

Puede leer: El cineasta Ingmar Bergman, pintor de los tormentos humanos, habría cumplido 100 años

***

Hace 100 años en Upsala Karin Åkerblom paría el segundo de su estirpe. Junto a la parroquia en la que Erik Bergman predicaba, sin la gracia de ningún dios la mujer daba a luz de nuevo. Ese julio de 1918 un niño enfermo salió del vientre de una mujer con gripe. Ante la falta de esperanza para que el niño viviera, su abuela materna lo llevó con ella. Al cuidado de una niñera el chico fue recuperándose poco a poco. “Sufrí además toda una serie de enfermedades indefinibles; era como si no acabara de decidirme a vivir. Si me adentro en mi conciencia puedo evocar con exactitud lo que sentía: el hedor de las secreciones del cuerpo, las ropas húmedas y rasposas, la suave luz de la lamparilla de noche, la puerta entreabierta de la habitación contigua, la profunda respiración de la niñera, pasos sigilosos, susurro de voces, los reflejos del sol en la botella de agua. De todo esto me acuerdo, pero no recuerdo haber pasado miedo alguno. El miedo llegó más tarde”

Read more!

El niño sobrevivió. Una relación violenta con la educación rígida de su padre, un pastor luterano, marcó su infancia y la de sus hermanos. “Casi toda nuestra educación estuvo basada en conceptos como pecado, confesión, castigo, perdón y misericordia, factores concretos en las relaciones entre padres e hijos, y con Dios”. Poco a poco esa relación padre-hijo terminó convirtiéndose en una pesada sombra de indiferencia y silencio. En el invierno de 1965 Bergman recibió una llamada al teatro, era su mamá pidiéndole visitar a su padre en el hospital. Ingmar contestó que no tenía ganas ni tiempo. No tenía nada que decirse con ese hombre, quien le era completamente indiferente. Esa noche su mamá le visitó en el teatro, con el frío y la nieve afuera, la nariz enrojecida y sin aire después de haber sobrevivido a un infarto. Después de la ira y las lágrimas en la conversación, su hijo había aceptado ir a ver al padre. Madre e hijo se perdonaron, se abrazaron, bebieron té en medio del teatro y conversaron sin parar hasta las dos de la madrugada. El domingo siguiente su madre murió. Una relación de amor animal con su mamá y el profundo distanciamiento con el padre marcaron la obra del artista. Dios estaba en la mitad como entidad metafísica incomprensible. Lo vimos en El séptimo sello, en la conversación entre el caballero y una muerte ajedrecista:

Read more!

– “Quiero que Dios extienda su mano, muestre su rostro, me hable”. “Pero calla”.

– “Le lloro en la oscuridad, pero parece que no hay nadie allí”.

– “Quizá sea que no hay nadie allí”.

***

No ad for you

Y entonces llegó el cinematógrafo. En La Linterna Mágica, Bergman narra con el asombro de su niñez, la semana antes de Navidad en la que su tía Anna envió regalos para todos. Un paquete cuadrado, con el papel de envolver café y una cintita que decía “Forsners” (una tienda de fotografía) pusieron a soñar al niño. Todo lo que deseaba en el mundo era un cinematógrafo.

Hacía un año que aquel chico había asistido al cine por primera vez, ahí en primera fila, como él mismo afirma, empezó la fiebre. La maldición cayó en la repartición: el regalo era para su hermano mayor. Tuvo que negociar un precio alto por la caja; sus cien soldados de plomo pasarían a ser de Dag a cambio del estuche mágico de cine. Nunca olvidó el primer día que usó el aparato: “Yo movía la manivela y la joven se despertaba, se sentaba, se levantaba lentamente, estiraba los brazos, daba una vuelta y desaparecía por la derecha. Si seguía dando a la manivela, la chica volvía a estar en la pradera y luego repetía exactamente los mismos movimientos. Se movía”.

No ad for you

***

Todos sabemos lo que vino después de la escena del chico moviendo absorto la manivela de su primer cinematógrafo. El sueco hizo de sí mismo y de su trabajo una catedral en la historia del cine. Explorar su trabajo brinda varias rutas posibles: el erotismo y el amor, la pregunta por lo espiritual y lo metafísico, finalmente: la memoria. Gozaba de una gran admiración por Andrei Tarkovski, incluso el ritmo lento de sus películas y la centralidad de sus personajes les hacen concordar. De su colega afirmaba: “Cuando el filme no es un documento, es sueño. Y por eso Tarkovski es el más grande de todos”.

Puede leer: Entre los menos queridos

Un siglo después de su nacimiento Dorthe Nors prologa la publicación de Cuaderno de trabajo, escrita por Bergman entre 1955 y 1974. Se publicó en España con la editorial Nórdica Libros. Allí la escritora danesa narra un momento primigenio en su infancia: le habla a uno de sus compañeros de Fanny y Alexander, la película de Bergman que no le permitió quitar la cara de la pantalla. El niño fanfarrón contesta que no ve esas porquerías. Dorthe asiente y muchos años después agradece el encuentro con el cine del sueco, vio todas sus películas, se obsesionó con ellas. “Y no entendí nada, pero sí comprendí lo más importante, aprendí a conocer el nombre y el rostro de Bergman.” Entonces entendimos todo, cuánto debemos a las preguntas de Bergman, a su razonar; un siglo después la muerte sigue siendo un ajedrecista y nosotros continuamos sin respuestas.

No ad for you

Por Ángela Martín Laiton

Conoce más

Temas recomendados:

Ver todas las noticias
Read more!
Read more!
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.