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En mayo los lugareños disfrutan de las festividades, se gozan la tradición. Las señoras que no bailan el resto del año lo hacen en esa temporada. Brotan los sudores postergados. Los que están desenamorados sacan a bailar su dolor; los que celebran la alegría invitan un trago a los amigos y no dejan de aplaudir.
La fiesta tiene de todo un poco, es un vivo ejemplo de lo que escribió sin tapujos Charles Bukowski: “Si ocurre algo malo, bebes para olvidarlo; si ocurre algo bueno, bebes para celebrarlo; y si no pasa nada, bebes para que pase algo”.
Fui a la plaza. Me brindaron un trago de aguardiente: ¡sabroso! Y como a la garganta mía quedó amañada, pedí una botella y me la iba tomando mientras escuchaba los porros típicos que suelen bailarse: las mujeres que se cansaban de los tacones, los aseguraban en una casa cercana y danzaban descalzas; los hombres eran inherentes al sombrero vueltiao.
Después de un rato se sentó a mi lado Argelia Muñoz, oriunda de la población. Alta, esbelta, morena, sonriente, elocuente y fascinante conversadora. No la veía desde hace mucho tiempo, sin embargo, no olvidé lo jocosa que es. Si Argelia está cerca, habrá buen ambiente y chanzas genuinas. El malgenio se va lejos.

Ella es de esas mujeres que no revelan su edad, que prefieren vivir en concubinato y que el desamor las ha convertido en un libro abierto. Desde pequeña siempre trabajó. Así la criaron. Cuando ya era una jovencita se fue a aventurar a Barranquilla, luego de varios años volvió al terruño.
El amor y el desamor son de esos temas que le encienden la chispa para inventar frases cargadas de humor que hacen que la gente las quiera escuchar una y otra vez.
Le metí conversa. Le revelé que era un placer para mí volverla a ver y le pregunté cómo estaba.
—Estamos vivos —lo dijo como si fuese el preludio de un buen trago.
Empinó la cerveza. Esperé unos segundos y retomé:
—Estás contenta, mujer.
—No, mija. Cuando se acaba el amor, lo que queda es celebrar que vivimos.
—¿Terminó una relación?
—Sí. No he tenido suerte.
—¿Cómo fue ese amor?
—Una jaula resplandeciente, nada de frescura.
Hizo una pausa y se tomó otro trago. Le seguí picando la lengua.
—¿Qué significa hoy ese amor del pasado?
—Un verano sin fin.
La banda empezó a tocar el famoso porro La Lorenza. Los que ya estaban borrachos cogieron garbo y bailaron.
—¿Alguna vez ha amado a alguien?
—La muestra de que he amado son mis cuatro hijos. Amé a dos hombres: a José Gutiérrez, con quien tuve tres hijos; y a Andrés Mendoza, el papá de mi hija. José falleció hace ya muchos años. Andrés se casó.
—¿No quisiera volver a tener un nuevo nido de amor?
—He querido volver a empezar, pero me pagan mal, y ya los años se me están pasando. Ojalá hubiera vida para todo el tiempo que hay.
Un señor la invitó a bailar, pero Argelia prefirió continuar sentada y desahogándose.
—¿Se olvida de las penas en las fiestas de mayo o reviven todavía más?
—Sí me olvido de las penas y gozo bastante en los cuatro días de fiesta. También me fascina verme bonita. Una vez me corté el cabello, y después de verme al espejo me sentí rara y me dije: “Ay, Argelia, ahora pareces un machete sin cacha”.
—¿Se acostumbró a lucir el cabello corto?
—Me sentí extraña pero después me acostumbré.
—¿Le gusta bailar sola?
—Bailo con hombres del pueblo y con forasteros. No bailo con cualquiera: yo zapateo con tipos olorosos y bien presentados. Cuando estoy bien emocionada y casi chapeta (borracha) sí bailo sola.

Me olvidé de la botella de aguardiente y empecé a embriagarme del buen humor y de la fortaleza de esta mujer. Poco a poco fui entendiendo la fórmula para burlar al desamor o, bueno, al “verano”, como ella le llama.
—¿Se ha enamorado en las fiestas?
—He visto a hombres que desde lejos parecen primorosos pero cuando me acerco, me decepciono; terminan siendo espejismos. De lejos parecen ser de cuero pero de cerca son pura cuerina.
—¿Qué diferencia hay entre los hombre de cuero y los de cuerina?
—Los de cuero son los románticos y entregados; esos sí valen la pena, aguantan. En cambio, los de cuerina son mentirosos, mujeriegos y desmoralizados; no valen la pena, no duran nada.
—¿Qué canción acompaña mejor al verano?
—Vida pasajera, de Pachito Rada. Me gusta ese vallenato.
Me contó que desde muy joven le apasiona alegrar a quienes la rodean y que sus paisanos —desde el más joven hasta el más viejo— cuando se refieren a ella no omiten su jocosidad; les gusta escucharla.
—Se olvidan de los problemas al oírme —me comentó al tiempo que dejaba la botella de la cerveza vacía a un lado.
En el momento en que la banda dejó de tocar para dar paso a un picó —los bailadores pedían la tanda de vallenatos—, me reveló que no tenía pelos en la lengua para enfrentar a sus exparejas en las discusiones. No les decía vulgaridades, prefería resaltar sus defectos físicos y compararlos con cosas y animales.
—Les decía cintura de mico amarrao por la mitad, si tenían la cintura muy angosta; cuerpo de escaparate, si eran muy cuadrados; sombrilla sin tela, si eran muy flacos.
—¿Qué pasaba por su mente cuando alguno de ellos decidía irse de la casa?
—Ese hombre acabó conmigo, con mi cédula y hasta con la fotocopia. Me acabó de cabo a rabo.
Liberó una carcajada y se fue a bailar la canción que le encanta: Vida pasajera, que dice así:
Yo debo aprovechar esta oportunidad
En este mundo libre que Dios me ha dejado
La vida no es eterna lo sabemos ya
Y si no gozo ahora entonces cuándo diablos
Cuando la vi bailar, volví al aguardiente y me acordé de una bella y sabia frase de Isadora Duncán: “Danzar es sentir, sentir es sufrir, sufrir es amar; usted ama, sufre y siente. ¡Usted danza!”.
Argelia ya estaba chapeta. ¡Ah!, y a mí se me olvidó brindarle un trago, ¡es que me olvidé de la botella por estar concentrada en sus relatos! En las fiestas venideras no fallaré: brindaremos por el verano.