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Una flor que nunca se marchita

Presentamos una reseña del libro “Flor del fango” del autor José María Vargas Vila.

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Jefferson Echeverría
08 de octubre de 2022 - 02:58 p. m.
El libro "Flor del fango" fue escrito en 1897 y publicado en 1898.
El libro "Flor del fango" fue escrito en 1897 y publicado en 1898.
Foto: Archivo particular
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Con el paso del tiempo, el gran José María Vargas Vila conserva una vigencia influyente no solamente por su calidad y vehemencia narrativas, sino también por exponer, a partir de diversos eventos morales, la hipocresía social con que muchas mujeres como Luisa García, la heroína de su novela Flor del fango (Panamericana Editorial, 2022), suelen enfrentar en medio de tantos desprecios e injurias.

Cuando hablamos de una novela escrita en el siglo XIX, donde se expone a las altas élites en una sociedad que suele justificar cualquier infamia bajo un título distinguido y, en cambio, sí ostentar con orgullo los bienes materiales; quizás nos hace creer que será una historia trillada y sin argumento novedoso, repleto de metáforas inconclusas. Sin embargo, con esta novela ocurre todo lo contrario. Al emprender la lucha cotidiana frente a una serie de prejuicios acérrimos, inmersos en un orden provisto de ideales, en su mayoría, absurdos; la rebelión es el único impulso que le queda a una mujer como Luisa para soportar todos y cada uno de los vejámenes a los que su joven virtud se encuentra expuesta.

Introducirnos en la intimidad de una mujer incorruptible es un claro indicio de encontrar sufrimientos constantes. Pues el ideal de Luisa es el mismo de muchos soñadores que no esperan recibir nada del mundo; más bien se aferran a un vigor único y natural con el que han sido dotados para sobreponerse a las adversidades. En Luisa se cierne un coraje único capaz de confrontar las penurias en su condición de mujer abnegada, así como los constantes señalamientos por parte de sus detractores. Lleva a cuestas el precio de una belleza tanto física como intelectual que despierta la envidia en su círculo (sobre todo en las damas de alcurnia) y alerta los instintos libidinosos en los mal llamados defensores de la moral y las buenas costumbres (sobre todo en los latifundistas y sacerdotes).

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Todo parece negársele por la simple razón de ser una humilde institutriz; huérfana de padre e hija de una vulgar planchadora; pero dotada de cualidades asombrosas que ninguna mujer ilustre, con sus millones de títulos y linaje privilegiado, jamás lucirían. Lectora voraz, amante de la naturaleza, conocedora de la música y el arte, provista de un carácter sensible y cautivador, escritora silenciosa, excelsa pianista que, acompañada por una extraordinaria voz, logra desprender las melodías más bellas; trata de construir un porvenir aceptable que le permita hacer frente a la miseria. Ante tales características inigualables, uno como lector podría asumir que todas las oportunidades del mundo se abrirían a sus anchas y sin peligro de ser destruidas por el mal ajeno. Pero en un entorno, donde la envidia corroe en todos los sentidos, el odio es el alimento diario entre muchas familias que están plagadas de una doble moral oportunista e inhumana, se crea un terrible estigma en su imagen que poco a poco la va condenando a una ruina espiritual, y empañan por completo aquellos dones ejemplares.

Cuando ella emprende un destino prometedor, siempre los viejos fantasmas de un ayer injusto acuden a su presente para atormentarla. Por eso, aquello que para las demás mujeres se considera un privilegio indispensable, para alguien como Luisa significa un anhelo que está lejos de sus posibilidades. Ni siquiera el amor la favorece; por más que su ingenio trate de recrear un encuentro soñado y puro con su cobarde enamorado, y su carácter pretenda contrarrestar las insinuaciones de los hombres honorables que quieren, a toda costa, despojar su virtud; hay ocasiones en las que le resulta imposible superar todas esas adversidades siendo una mujer tan joven.

Pero para tratar de introducirnos a dichas penurias, primero es necesario situar los momentos más trascendentales que le ocurren a Luisa; y la mejor manera de hacerlo es explorar su intimidad. Las memorias que conserva con celo inalterable, son un ejemplo magnífico; pues nos permite asemejar su coraje impoluto al de una flor inmarcesible: el desamor, esa continua lucha por alcanzar el paraíso de caricias, encuentros y eterna fidelidad, siempre pisotea su honor ante la frivolidad de los prejuicios. La cordura, esa amiga cotidiana que la fortalece en la soledad, va nutriendo su alma en los momentos de flaqueza, cuando su cuerpo trata de cargar el peso de la miseria y la tragedia. Las flores, esa compañía silenciosa que, junto con el fervor poético, conforman un consuelo secreto para superar los enigmas del horror.

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Descubrir el universo de Luisa es también vincularlo a la lucha eterna de muchas mujeres que, a lo largo de varias generaciones, han soportado con osadía los flagelos de una sociedad mojigata y cruel. Parece que el tiempo no hubiera cambiado cuando reconocemos, hoy por hoy, el abandono de jóvenes prominentes y talentosas que deben postergar o, peor aún, renunciar a sus convicciones, por el simple hecho de sobrevivir a la pobreza, tal como le ocurre a la heroína de esta historia. Tantas flores en nuestro círculo cotidiano que renuncian a marchitarse pese a los prejuicios radicales de una sociedad incoherente e inhumana que no deja de imponerles un montón de reglas a través de ideales perversos, y, aun así, ellas, firmes e impasibles, desean salir adelante ante un contexto implacable y antipático. Tantos gritos reprimidos por culpa de las atrocidades que han llevado a mujeres guerreras al más abrupto de los anonimatos y actualmente su recuerdo no se escapa del olvido. Tantas plegarias inconclusas que han sido calladas por causa de la violencia, el desprecio y el desamparo. En suma, Luisa es la representación viva de esas mujeres que han sobrellevado el martirio del mundo; tal vez por esta razón Flor del fango se considere una novela que cumple con todos los matices necesarios para engrandecerla en el legado de nuestra literatura.

En estas páginas crece un sinfín de sentimientos que los lectores podrán vislumbrar y, a la vez, padecer. Desde la impotencia al aceptar que nadie correrá al auxilio de una Luisa menesterosa, hasta reconocer el vínculo perfecto con las mujeres de nuestro tiempo. Por tanto, la invitación a transitar como testigos silenciosos por un ambiente hostil e impregnado de metáforas fervorosas es, a su vez, ser partícipes de una de las mayores injusticias expuestas en una obra literaria. Créanme que se encontrarán ante una novela bastante humana y delirante para el deleite de su angustia, donde terminarán amando a Luisa García y aborreciendo a la moral que la rodea.

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Por Jefferson Echeverría

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