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Una lucha paralela por la libertad de expresión

La publicación de los Papeles del Pentágono terminó siendo una lucha paralela: mientras el New York Times y el Washington Post se enfrentaban al Estado en nombre de la libertad de prensa, Katharine Graham logró hacer respetar su opinión como periodista, editora y dueña del Washington Post. The Post narra el desarrollo de estas batallas paralelas.

María José Noriega Ramírez

04 de septiembre de 2020 - 04:48 p. m.
Tom Hanks y Meryl Streep representaron a Ben Bradlee y a Katharine Graham en la película "The Post".
Foto: Archivo Particular
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Mientras el New York Times y el Washington Post luchaban por la defensa de la libertad de prensa ante la Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos, por cuenta de la publicación de los Papeles del Pentágono, Katharine Graham, editora del segundo diario, enfrentaba su propia lucha: la de ser escuchada. The Post, dirigida por Steven Spielberg, narra el desarrollo de estas batallas paralelas.

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Era 1971, la guerra en Vietnam estaba a cuatro años de terminar y los periódicos estadounidenses estaban por enfrentarse al Estado en nombre de la libertad de prensa. La razón: la publicación de los Papeles del Pentágono, un informe en el que se demostraba que los gobiernos de Estados Unidos, desde Dwight Eisenhower hasta Richard Nixon, pasando por John Kennedy y Lyndon Johnson, habían engañado a la población estadounidense. La guerra en Vietnam era un fracaso, estaba acabando con miles de vidas y Estados Unidos la estaba vendiendo como un éxito dentro de su territorio, a pesar de las múltiples protestas de la sociedad civil por acabar con dicho conflicto.

La filtración del informe, que contenía 47 volúmenes clasificados bajo confidencialidad, llegó a manos de periodistas en The New York Times. Esta publicación demostró la tensión intrínseca que hay entre el periodismo y el poder político, pues mientras que el diario publicó la historia, amparado en el derecho a la libertad de prensa, el gobierno Nixon acusó al medio de violar la ley de Espionaje. El periódico apeló y como resultado el medio fue citado ante las autoridades judiciales estadounidenses. El caso se conoció como The New York Times Co. vs EE.UU.

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El gobierno estaba tratando de callar la voz crítica del periodismo y, como tal, la acción legal no fue emprendida en contra de un único medio de comunicación. Si las autoridades lograban callar a uno, callaban a todos. Así fue como el Washington Post, luego de la notificación judicial hecha al New York Times, y tras conseguir más copias del estudio oficial, decidió publicar el resto del informe. De la mano, los dos periódicos se enfrentaron al Estado por la defensa de la libertad de prensa. A esta lucha se sumaron medios locales como St Louis Post, The Christian Science Monitor, The Boston Globe, The Philadelphia Inquirer, entre otros. Así, lo que empezó siendo una batalla entre dos periódicos y el Estado, terminó siendo una lucha de la prensa estadounidense, pues, en palabras de Ben Bradlee: la única forma de hacer valer el derecho de publicar es publicando.

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Tras la victoria de los periódicos, y específicamente para el caso del Washington Post, la lucha silenciosa de Katharine Graham fue fundamental. Su victoria, además de la que obtuvo el periódico ante la justicia, fue hacer escuchar su voz, así como hacer respetar su posición como editora.

“Una mujer predicando es como un perro caminando sobre sus patas traseras. No está bien hecho y te sorprende ver que tan siquiera lo haga: Samuel Johnson. Es lo que todos pensábamos. Se suponía que nunca debía estar en este trabajo. Cuando mi padre eligió a tu papá para dirigir la empresa, pensé que era lo más natural del mundo, que así era como debía ser. Todo el mundo pensaba así”, se escucha en un diálogo de Katharine Graham en The Post. Ella no fue criada para dirigir un periódico, mucho menos para ser la cabeza a la que le debían consultar las decisiones editoriales del medio. Su papá, Eugene Meyer, dejó a cargo del periódico a Phil Graham, su esposo. Tras su suicidio, Katharine Graham asumió las riendas del Washington Post.

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“Nuestros lectores son líderes, son educados, exigen más. Por eso invertimos en buenos reporteros, porque calidad y rentabilidad van de la mano”, esta era la convicción con la que Graham trataba de convencer a los banqueros para dejar las acciones del periódico en la Bolsa. Mantener el control editorial, pero dejar en las personas, en los lectores, el sostenimiento económico del medio, era la estrategia con la que la editora planeaba mantener a flote el periódico. Esto solo se podía hacer si el Washington Post se ceñía a principios bases del periodismo: calidad, credibilidad e independencia.

Pero en un mundo económico en el que predominaban los hombres, ¿cómo hacerse escuchar? The Post muestra los nervios con los que Graham asistió a la reunión en la que iba a ser pública su propuesta a los banqueros. Siendo la única mujer en la sala y teniendo claro los cálculos económicos, incluso antes de que ellos los hicieran, así como su discurso sobre la calidad periodística, Graham no pudo hablar. Saliendo de la reunión se le ve caminando detrás de los hombres. Uno de ellos dice: “A los compradores les asusta una mujer a cargo. Kay ofrece buenas fiestas, pero su padre le dio el periódico a su esposo. Ella solo maneja las cosas porque Phil murió”.

Graham fue prejuzgada. Su capacidad como periodista y editora fue puesta en duda por el simple hecho de ser mujer. Curiosamente, la publicación de los Papeles del Pentágono, el mismo caso por el que su periódico y el New York Times se enfrentaron al Estado por defender la libertad de prensa, le permitió hacer frente a los comentarios sexistas y a hacer escuchar su voz, su opinión. “Vamos a publicar”, dijo Graham.

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Rodeada de los hombres miembros del Consejo Directivo del periódico, y recibiendo todo tipo de comentarios para hacerla cambiar de opinión, Graham afirma que la publicación de los Papeles del Pentágono no solo pone en riesgo la viabilidad económica del medio, porque enfrentarse al poder judicial podía causar el retiro de los inversionistas, sino también la misión con la que se fundó el periódico: una destacada colección de noticias y reportajes, así como el trabajo por la defensa del bienestar de la nación y por los principios de una prensa libre. “Esto es un caso excepcional” o “ella no puede tomar esta decisión, el legado de la empresa está en riesgo”, decían algunos. “¿Excepcional para un periódico? Esta empresa ha estado en mi vida más tiempo que los que trabajan ahí, así que no necesito el sermón sobre el legado. Y esta ya no es la empresa de mi padre, ya no es la empresa de mi esposo, es mi empresa”. Así, Graham dio luz verde para publicar la historia relacionada con los Papeles del Pentágono.

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A las afueras de la Corte Suprema de Justicia, jóvenes, músicos y personas del común gritaban a una misma voz: liberen a la prensa. “¿Debemos decir algo?”, preguntaron a Graham. “Ya dijimos todo lo que teníamos por decir”. Mientras bajaba las escaleras del lugar, y se acercaba a la calle, un grupo de mujeres se quedó mirándola en silencio. Las palabras no eran necesarias, Graham se había hecho escuchar y las mujeres a su alrededor la admiraban por eso. Así, lo que terminó siendo una victoria para la prensa estadounidense, con una votación 6-3, terminó por ser también la oportunidad para que una mujer se expresara e hiciera respetar su posición como periodista, editora y dueña del Washington Post.

Por María José Noriega Ramírez

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