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Una noche en “El hostal”

Crónica de la función del sábado 20 de mayo de la obra de teatro por recorridos, bajo el formato de improvisación, que se presenta hasta el 1 de julio en la Tribu Art Club. Ese día el elenco estuvo compuesto por Tiberio Cruz, Chichila Navia, Marisol Correa, Santiago Cottone, Eliana Diosa y Juan Camilo Robles.

Danelys Vega Cardozo

23 de mayo de 2023 - 05:00 p. m.
A la izquierda, Marisol Correa en el spa, uno de los escenarios de “El hostal”.
Foto: Alejandro Cabuya Ángel
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Son las 7:30 p.m. y hay diez mesas en el primero piso de una casa ubicada en el barrio Pasadena en Bogotá; sus asientos están ocupados. Hay uno libre, pero en la barra, que en realidad queda justo en frente de un horno de pizza. “Pizza artesanal 1498″, anuncian unas letras que se encuentran dentro de un círculo amarillo. En un mesón de madera los pedidos se acumulan sin cesar en hojas blancas con rayas azules. Al frente hay un televisor que en ese momento proyecta lo que le dicta un computador: una hoja de Excel con celdas azules, rojas y amarillas. Arriba de ellas aparecen seis personajes: Tiberio Cruz, Juan Camilo Robles, Marisol Correa, Eliana Diosa, Chichila Navia y Santiago Cottone. Todos ellos están presentes esta noche, no han ido a comer pizza, sino a actuar. Porque en aquella vivienda no solo queda una pizzería, sino también un espacio cultural: la Tribu Art Club, que los fines de semana se convierte en hostal.

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El hostal está dividido en cuatro espacios: un salón de juegos, un spa, una habitación y un patio. Falta media hora para que los asistentes puedan recorrer cada uno de ellos. Mientras tanto, hay gente haciendo fila cerca del salón de juegos. Una joven con un computador pregunta el nombre de aquellas personas y confirma el número de boletas, mientras que otra se encarga de entregar las manillas; a veces son amarillas y en otras oportunidades rojas o azules. “Escribe una frase que diría tu mamá”, dice al suministrar un papel blanco. Afuera, en donde están las mesas, la música compite con el ruido de quienes conversan. Batalla pérdida para Tu cárcel y los Enanitos Verdes, que en ese momento suena.

— ¿Preparado? —pregunta un señor con canas, chaqueta de cuero, camisa con botones marrones y pantalón camuflado.

— Hoy vine a mirar solamente —responde un hombre alto.

Minutos más tarde, al único pizzero del lugar le surge una pregunta similar, pero esta vez se la formula a alguien más. Víctor Tarazona mueve la cabeza de derecha a izquierda, dando a entender que esta noche no actuará. Es el director de El hostal, la obra que se desarrollará en ese lugar, como lo ha hecho cada fin de semana desde el 28 de abril, pero a veces también es uno de sus huéspedes.

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Una joven con vestido blanco y floreado, quien porta una pañoleta azul alrededor de su cuello, se acerca a la barra y a las mesas para recoger los papeles blancos. Los clasifica en tres recipientes de plástico, cada uno de ellos tienen un color distinto: amarillo, azul y rojo, como la bandera de Colombia. Mientras aquella mujer sigue concentrada en su tarea, llega a la barra una señora con una pizza. Hay tres personas sentadas.

— Aquí están sus platos, chicos. Entrega tres platos llanos y blancos.

— Solo somos dos —dice un hombre que está en medio de dos mujeres.

— ¿Tú no vienes con ellos? —le pregunta la mesera a la joven que está a la izquierda del hombre.

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— No.

— Yo te miraba cada vez que ellos estaban hablando. Todos se ríen y la mesera quita un plato.

La mesera está preocupada porque no ha salido del horno una pizza personal de pollo y la función está a punto de empezar. “Ya en un minuto va a estar”, trata de calmarla el pizzero. No ha pasado ni un minuto cuando la saca del horno. Se acaba la pizza personal. A la mesera la angustia algo más: hay gente que se quedó sin silla; hay aproximadamente 30 personas sentadas. “Bienvenidos y bienvenidas al hostal”, dice una mujer vestida de blanco. La luz ha llegado.

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— Buenas noches. Yo soy Luz y ustedes también, pero ese es mi nombre. Soy la dueña del hostal —anuncia la mujer de blanco.

Recorre algunas mesas y pregunta a sus ocupantes cómo llegaron al hostal. Unas chicas cerca a la entrada aseguran que han venido a ver a Chichila Navia. Los seis actores hacen su aparición, visten como si estuvieran en tierra caliente. Luz agarra un recipiente de vidrio con tres pelotas en su interior. Les pide a dos voluntarios que las saquen para poder organizar al azar el hostal. La suerte ha decidido. Tiberio Cruz estará con Juan Camilo Robles en la sala de juegos, Marisol Correa con Eliana Diosa en la habitación y Chichila Navia con Santiago Cottone en el spa. Antes de que cada uno se vaya para su espacio, Luz anuncia tres reglas: “Primero, lo que pase en el hostal se queda en el hostal. Segundo, en el hostal pueden ser lo que quieran ser. Tercero, tener la mente abierta”.

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Tener la mente abierta no es solo un requisito para los asistentes, sino también para sus huéspedes: los actores. Allí no hay un guion. Allí todo es improvisación. Entonces, en la sala de juegos, Cruz y Robles escuchan la historia que relata un hombre, quien trabajó en un hostal. Cuenta de las rumbas que se hacían en aquel lugar, que al final terminó quebrando y cerrando sus puertas. Alguien más se anima a relatar su propia experiencia, pero acontecida en Estados Unidos. Nadie más quiere participar. Llega el momento de que sean Tiberio Cruz y Juan Camilo Robles quien construyan su propia historia; una inventada. Ahora ambos trabajan en un hostal. Robles es el empleado más antiguo, mientras que Cruz solo lleva 20 días laborando en aquel sitio y ya quiere renunciar. “Yo pensaba que este trabajo era más sencillo”, dice.

Sala de juegos, uno de los tres escenarios principales de “El hostal”.
Foto: Alejandro Cabuya Ángel

Robles le recuerda su pasado universitario y sus cuatro semestres de Medicina en la San Marino. Por aquella época, Carlos (Tiberio Cruz) ejercía la prostitución, así que su amigo le recomienda que intente hacer lo mismo en el hostal. Le da otro consejo: que mejor le cuente la verdad a su papá y se dedique al negocio familiar. Carlos teme que a su viejo le dé un infarto si se entera de lo que ha callado por tantos años. Se escucha ruido en el spa. Un argentino (Santiago Cottone) necesita ayuda. Le han aplicado un producto que contiene leche; él es alérgico a la lactosa. Carlos pone a prueba sus escasos conocimientos en Medicina y le aplica una inyección. Aquello es el inicio de algo más.

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El argentino descubre su verdadera orientación sexual en el hostal gracias a Carlos. Su novia, Chichila Navia, no sabe nada. De hecho, desde hace un tiempo no se siente querida. Dice que lleva varios años esperando que su novio le proponga matrimonio. Se supone que eso haría en aquel lugar de $7.000 pesos la noche, pero a él se le ha olvidado el anillo. Lo que desconoce es que no ha sido un olvido, sino algo intencional.

Antes que su novia, el argentino prefiere confesarse con Marisol Correa en el spa. Mientras conversan, van sacando unos papeles blancos de un recipiente de plástico; deben añadir a sus diálogos lo que han escrito los asistentes. Al argentino le toca agregar una frase relacionada con la enfermedad de Parkinson. Pide que le den un minuto mientras se le ocurre algo. No necesita todo ese tiempo para pensar. Suena Ambivalencia, de Mr. Kilombo: “Hace tiempo que te busco/ Quiero que se levante el telón/ Pero te acercas y me asusto/ Me quedo a las puertas corazón/ Hace tiempo que me huyes/ y luego me escribes a traición/ se abre una ventana y fluye/ Agua y fuego hasta el siguiente apagón/ Podría vivir media vida en esta ambivalencia nuestra/ Pero ya que probé la muestra/ quiero tirarme a la piscina. Los dos personajes salen de escena.

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Entran al spa Tiberio Cruz y Juan Camilo Robles. Mientras tanto, en el salón de juegos y en la habitación otras historias también están llegando a su final, pero con otros observadores. El personaje de Robles le confiesa al de Cruz que le escribió una carta a su papá, en donde le contó todo su pasado. Carlos, Tiberio Cruz, le lanza agua que proviene de una botella de plástico y lo llama “sapo”. Su amigo insiste en que lo hizo por su bienestar, pero Carlos no le cree nada. Con una amistad fracturada termina esa escena.

Una habitación es uno de los espacios en donde se desarrolla la obra “El hostal”
Foto: Alejandro Cabuya Ángel

Ahora todos los asistentes y actores se reúnen en el patio. Hay una ceremonia de fuego que es liderada por Luz. El personaje que interpreta Marisol Correa asegura haber encontrado el amor en el hostal: Eliana Diosa. Y eso que Correa había ido a ese lugar solo para despejar su mente tras el fallecimiento de su hermana. Juan Camilo Robles manifiesta que descubrió en ese sitio su verdadera vocación. Tiberio Cruz sigue parado en el dolor de una traición. No es el único. Chichila Navia reniega del hostal, luego de la confesión de su novio. Para algunos hay finales felices, pero para otros no, como pasa todos los días en la vida real.

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A las 9:30 p.m. aquel lugar no es el de antes. Solo unas cuantas personas están sentadas en la mesa. Un hombre y una mujer siguen bebiendo vino, como lo hicieron durante todo el recorrido. El pizzero tiene tiempo para descansar. Enanitos Verdes ahora sí ganaría la batalla, pero es muy tarde porque han sido reemplazados por otra agrupación. Las luces pronto se apagarán. Nada de lo acontecido esta noche se repetirá la próxima semana. No importa lo aquí relatado, la improvisación se tomará El hostal.

Por Danelys Vega Cardozo

Comunicadora social y periodista de la Universidad de La Sabana con énfasis en periodismo internacional y comunicación política, y un diplomado en comunicación y periodismo de moda. Perteneció al semillero de investigación Acción social y Comunidades, bajo el proyecto Educaré.danelys_vegadvega@elespectador.com
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