Durante el proceso de edición de este libro su autor se planteó la consideración de subtitularlo “Arte, medicina y lenguaje para equilibrar el mundo”. Aunque la precisión es exacta, me gusta que haya quedado un sucinto título como Reforestar la imaginación, que no por sucinto deja de trazarnos una imagen tan metafórica como literal, tan palpable: que para recuperar la naturaleza devastada por nuestra prepotente e insensible acción hay que suscitar que la imaginación vuelva a hundir profundo sus raíces vitales, que le crezca el tronco, las ramas y el follaje, que vuelva a hacer simbiosis y se reemparente con la naturaleza, lo que Miguel Rocha llama “continuos humano-naturaleza, natura-cultura, árboles-personas”.
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En esta obra “verde” que Miguel Rocha nos entrega vislumbra la posibilidad de revertir la deforestación de los bosques, la desertificación de las tierras, la contaminación de ríos y océanos con un pacto entre arte-cultura, medicina-ciencia-saberes tradicionales y lenguaje-poesía. Sentipensar la naturaleza, dice Miguel Rocha, un concepto éste el de sentipensar que utiliza a lo largo de toda su reflexión y que se define como el “actuar con el corazón usando la cabeza”, es decir, actuar primordialmente desde el corazón, ese corazón que ha perdido su pálpito en relación con la naturaleza.
La proposición de Miguel Rocha me remite a la del científico italiano, neurobiólogo vegetal, Stefano Mancuso, quien imagina una Nación de Plantas en la que “se reconoce y garantiza la práctica de la ayuda recíproca y el apoyo mutuo entre las comunidades naturales de seres vivos”. Así como Mancuso, desde la ciencia, presagia un “futuro vegetal”, “una revolución de las plantas” y alienta a los seres humanos a tener una actitud de respeto y humildad hacia ellas; así Miguel Rocha, desde lo literario, imagina que podemos “reforestar nuestra imaginación” y recuperar el vínculo roto con nuestro planeta.
Según Juan Duchesne, especialista en literatura y estudios hispánicos, con quien Miguel Rocha mantuvo un diálogo fructífero y enriquecedor durante el proceso de creación de esta obra, la perspectiva de Miguel Rocha “trasciende los terrores apocalípticos para brindarnos una reflexión alerta, responsable y serena”. Y esperanzadora, diría yo, alentando a sentipensar los bosques, los océanos, las montañas; los peces y las abejas; la Tierra y el planeta.
Dice el autor: “El planeta ha perdido aproximadamente una tercera parte de sus bosques. Según los investigadores Patricia Shanley y Alan Pierce, y de acuerdo con datos de la fao: los bosques cubren 4 000 millones de hectáreas del planeta, es decir, 30% de la superficie terrestre; son hogar de más de tres cuartas partes de la biodiversidad en la tierra; tres cuartas partes del agua potable de la tierra está contenida en los bosques. Del agua total de la tierra, aproximadamente 3% o menos es agua dulce, mientras que 97% o más es agua salada. En ese sentido, los bosques no sólo se redimensionan como una de nuestras mayores fuentes planetarias de oxígeno y asimilación de dióxido de carbono; también son protectores ante la erosión de la tierra y receptores y dadores dinámicos del agua dulce... Cuando los árboles son derribados, o remplazados por pastos para ganado o por monocultivos a gran escala, no sólo nos secan raíces, fluidos y cuerpos: también nos talan la imaginación”.
Estos datos consignados por Miguel Rocha me traen a la mente una vieja imagen de la literatura, cuando el pequeño barón de Rondò, en un acto de rebeldía insumisa, se trepa a los árboles de su comarca italiana para nunca más descender de ellos, en la obra fantástica El barón rampante de Italo Calvino, y allí, entre las copas de los árboles, encuentra el medio donde mejor desenvolverse. Ya en 1957, que la escribió Calvino, y, si queremos, desde las postrimerías del siglo xviii en que se desarrolla esta historia el humano tenía ese ímpetu talador que pian piano nos ha ido llevando a una devastación ya casi irreversible. Allí en esa obra, en algún punto dice el narrador:
“Yo no sé si será cierto eso que se lee en los libros, que en tiempos pasados un mono que hubiera partido de Roma saltando de un árbol a otro podía llegar a España sin tocar el suelo... Ahora ya no hay quien reconozca estas comarcas. Se empezó, cuando vinieron los franceses, a talar bosques como si fueran prados que se siegan todos los años y vuelven a crecer. No han vuelto a crecer... [Pero] entonces, se fuera a donde se fuera, siempre teníamos ramas y frondas entre nosotros y el cielo... Éste era el universo de savia dentro del que vivíamos los habitantes de Ombrosa...”
Qué lejos estamos hoy de ese saludable “universo de savia”, inmersos como estamos en un universo de concreto, en esos “antroposistemas”, como los llama Miguel Rocha, y cuya máxima expresión son las ciudades. Ahora sólo podríamos soñar un mundo tan verde, cubierto de tantos follajes de árboles por los que pudiéramos viajar hasta donde la vista no alcanza a ver.
Pero ¿cómo nos reforestamos? Dice Miguel Rocha: “La reforestación de la imaginación es camino, práctica y disposición para arraigar y conectar recuperando las continuidades humanidad-cultura-naturaleza. La restauración y el descubrimiento del sentido comienza por la sensación del agua y la tierra, el viento y el sol y el fuego, en su equilibrada, imaginada, real y justa proporción”.
Para el autor, cuando el hombre perdió el vínculo con la naturaleza, de la que es parte, y estableció más bien una relación jerárquica, de sometimiento; cuando convirtió en “recursos” las fuentes de vida; cuando abusó de éstas, cual los extractivismos y los procesos de colonización que acaparan los territorios que los pueblos indígenas guardan y resguardan; cuando cultivó un apetito y un consumo voraz; cuando taló los bosques para hacer lugar a enormes extensiones de monocultivos o para dar pasto al ganado; cuando pasó por encima de la Tierra, en fin, entonces se deshumanizó, se deforestó, se secó. Dice Miguel Rocha: “El problema no es la cultura, ni siquiera la ciencia y la tecnología, sino imponer la realidad creada sobre la dada, invirtiendo así el orden cósmico”.
Partiendo de una imagen onírica en un bosque de Norteamérica, el autor realiza un vuelo de pájaro por los territorios y las culturas de las Américas, del norte al sur; visita a los wiwa colombianos, a los wayuu y guajiros colombo-venezolanos, a los fang de la Guinea Ecuatorial, a los mayas, los mapuches, los quechuas, al pueblo kuna, a los maorís neozelandeses; escala los Andes y el Himalaya, el Popocatépetl, el Kilimanjaro y la Amazonia; recorre las viejas filosofías y sabidurías chinas, los antiguos textos religioso-filosóficos del hinduismo, los mitos africanos. Por sus cosmovisiones, sus cosmogonías, por su poesía, por sus tradiciones, por sus prácticas, por sus saberes, por su mirada aguda, mágica y sensible, encontramos que muchas, muchísimas de esas culturas nos podrían enseñar a caminar al lado de natura. De esas culturas Miguel Rocha sabe mucho, porque las ha observado, porque las ha vivido, porque ha caminado con ellas... Tal vez esas vivencias lo han hecho tan sensible a nuestro acontecer y gracias a ellas él ha curado su “ceguera vegetal”.
La lectura de Reforestar la imaginación resultó muy grata sorpresa. Su contenido es a la vez una provocación a la reflexión y un goce estético. Aquí, Miguel Rocha nos entrega una serie de reflexiones, visiones y sueños sobre naturaleza, humanidad y cultura que quizá intuimos pero nunca fueron mejor dichos. Porque antes que nada, y aunque entreveremos en estas páginas cierto rigor científico y una profundidad filosófica, Miguel Rocha es escritor, un escritor inteligente y sensible. Y aunque nos hable de paisajes áridos y destruidos, sus palabras crean imágenes ricas y frondosas, imágenes que sólo los poetas logran proyectar.
Según la biografía del autor en la cuarta de forros del libro, “Miguel Rocha es escritor de naturaleza, ensayista, fotógrafo y narrador; crea e investiga en los campos de las geofilosofías, las oralituras, las escrituras indígenas, los lenguajes holísticos y las relaciones entre naturaleza y cultura, así como entre tierra, cuerpo, psique y espiritualidad”. Y con este bagaje forma este coro de ideas, imágenes y reflexiones, y construye esta obra que huye de las rígidas clasificaciones, que es, según sus palabras, “una ofrenda, un análisis, un pacto y un conjuro para revertir aquello que nos deshumaniza cuando nos separamos de la naturaleza”.
Comparto unos párrafos extraídos de las páginas de Reforestar la imaginación; para abrir boca, como dicen:
“Aquí, ahora, en el bosque. Todo salió de la naturaleza. Ésta es la realidad matriz. El agua es el origen, pero casi todo maduró en el bosque. Todo lo demás es invención humana. Cultura que sigue a natura.”
“Los que se quedaron en el bosque necesitaron inventarse poco, o nada… Ningún laberinto de Borges. Ninguna torre de Babel. Ninguna cruz, ni templo, ni ciudad, ni escritura que remplace la voz.”
“Casi todo salió de aquí, del bosque; del antiguo mar que aún se escucha en sus hojas al ritmo cotidiano del viento. Olas de hojas. Gran parte de nuestros antepasados salieron del bosque. Nuestra mente, con la que inventamos casi todo, casi tanto, también maduró en el bosque.”
“Cada bosque es un universo interconectado por hongos, rizomas, esporas, virus y bacterias, entre otras tantas formas de vida. El bosque también es el hábitat donde la vida gira en torno a los árboles y por tanto al agua dulce y al oxígeno. Los árboles son unos de los seres vivos más originales y característicos del planeta. Los árboles son los ancestros de nuestros ancestros. Junto a ellos nacimos; de sus frutas y semillas comimos; con sus hojas nos vestimos; con sus troncos construimos nuestros hogares; con su leña descubrimos y prolongamos el fuego; de sus relaciones aprendimos lo que es la comunidad, y de sus ciclos lo que es el tiempo. Con sus materias diseñamos nuestras lanzas, arcos, flechas y bates. Con sus maderas tallamos el bastón de los guardianes y las ancianas y los ancianos y los jóvenes iluminados, así como las formas de las primeras diosas, dioses y máscaras. Sobre sus cortezas comenzamos a escribir. De su físico extrajimos el lápiz y el papel. Desde sus ramas y raíces comenzamos a hablar, tras perfeccionar los sonidos de alertas, llamados, dolores y regocijos. El tambor nació en un árbol florecido con aves. Emergimos del oscuro y cálido vientre del bosque hacia el luminoso planeta en que nos hemos expandido.
¡Oh bosque
arcaica matriz
sagrada familia!”
Lectura obligada esta obra de Miguel Rocha Vivas para no quedar sólo contempladores de una realidad inexorablemente talada; para quienes, en cambio, quieran tal vez encontrar la semilla de la reforestación, la del propio ser y la del planeta global. Y si la lectura de este libro no nos da la solución, al menos nos dará poesía.