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Una patología social

Si alguien decidiera estudiar el mundo con un nuevo método de observación, concluiría que está lleno de hombres de piedra, de gárgolas o de réplicas de Atlas con un peso enorme sobre los hombros. También diría que todos estamos enfermos, enfermos de una enfermedad consentida, una patología social que nos enloquece y al mismo nos vuelve leves, leves con el fin de luchar contra la pesadez del mundo.

Juliana Vargas

25 de marzo de 2023 - 11:15 a. m.
"Solo en la creación podemos volar y sentirnos leves, en lugar de gárgolas empotradas por siempre jamás".
Foto: Pixabay
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La pesadez del mundo es su condena. Está hecho de fuego petrificado, piedra eterna y tiempo inexorable. En una palabra, es pesado. Es como si no pudiera escapar de la mirada de la Medusa, como alguna vez dijo Italo Calvino. Es por eso que cuando las personas cruzan las calles debajo de sus paraguas grises, cuando se arremolinan en los buses sin distinguirse entre ellos, cuando se sientan ocho horas al día y cuarenta a la semana, parecen estatuas. Pareciera que no tuvieran piel sino grietas que se entretejen para crear una existencia que más bien parece un vacío, porque solo vacíos pueden surgir de las grietas. Así andan esas personas que en realidad son gárgolas.

Las penas de amor son la peor forma de pesadez. Constriñen el corazón de tal manera, que lo que nace es una estatua de latón envuelta en nudos cada vez más apretados. Por esa razón es que por el mundo caminan humanos de hojalata, brillantes por fuera para disfrazar la aflicción y vacíos por dentro, tan vacíos como llenos de grietas.

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La pesadez del mundo es su condena, así que las personas no tienen más remedio que volar como Perseo. Pero no con el fin de escapar. Si Perseo fue un héroe que pudo derrotar a Medusa, los demás no pueden quedarse atrás. No, huir no es una opción. La solución está en mirar el mundo con otra óptica y otra lógica. Y esa otra óptica y esa otra lógica se encuentra en una patología social y común. Refugiarse en la ópera de Don Juan, con las notas jocosas de Mozart como telón de fondo; escribir versos e historias que nunca podrían materializarse en este pesado mundo; acostarse sobre la noche estrellada de Van Gogh. Eso no puede ser otra cosa que estar enfermo. Ya lo había dicho Navokov de Franz Kafka. El que se rinde ante la magia de la literatura es un bicho monstruoso y viscoso.

Y sin embargo, ¿qué más podemos hacer? Solo en la creación podemos aferrarnos a otras realidades. Solo en la creación podemos desatar las constricciones de esta pesadez. Solo en la creación podemos explorar los dolores y los demonios y los sueños y los miedos del otro para poder, al fin, entenderlo. Solo en la creación podemos volar y sentirnos leves, en lugar de gárgolas empotradas por siempre jamás. Solo en la creación podemos vencer la inmutabilidad de esta pesadez que amenaza con vaciar nuestra existencia.

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Para eso, para eso es que sirve la creación.

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Por Juliana Vargas

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