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Una semblanza alrededor de la obra de la poeta mexicana Silvia Castillero

Un texto que nos ofrece una aproximación a la poesía de Silvia Castillero, autora de libros como “En esa delgada separación”, “Zooliloquios”, entre otros.

Jaime Londoño

29 de agosto de 2022 - 04:59 p. m.
En la foto, a la derecha, Silvia Eugenia Castillero, autora mexicana de libros de ensayos y poesía.
Foto: Cortesía
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Espacios vacíos son instancias ubicadas entre dos silencios que suscitan comprensiones discontinuas de realidades ocultas tras la materia observable. Los espacios vacíos no son silencios, pero posibilitan que la imagen poética permanezca presente en la mente de cada lector. La poesía de Silvia Eugenia Castillero perdura en la mente, porque, además de los espacios vacíos, existen esencias que rodean sus poemas para protegerlos contra la movilidad, contra el cambio que conduce al desvanecimiento, permiten que el lector se abra paso a otro universo y se asombre y se vuelva habitante permanente de estas realidades nuevas.

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Por ejemplo, en el libro En esa delgada separación, de 2019, como en un paneo horizontal de cine, la cámara enfoca a los migrantes que suben desde Guatemala hasta la frontera con Estados Unidos, entre el silencio del deseo por alcanzar el Norte y el silencio de la muerte, la estructura de los espacios vacíos, obliga al lector a preguntarse: ¿Quién va dentro del tren? ¿Cómo son sus gestos al observar los racimos humanos que pronto rodarán por los rieles? El ritmo de los poemas permite presentir el viaje, el trasunto de los que van allí codeándose con desespero y rabia. Libro compuesto por siete moradas y un balbuceo: Moradas del viaje, Moradas del peregrinaje, Moradas del escondite, Moradas de la esperanza, Moradas del desengaño, Moradas del lazo y Moradas del balbuceo. Ahora el lector puede morar otros ámbitos y crear nuevos espacios para generar las suyas.

En Zooliloquios, hallo oraciones, conjuros, llaves para abrir la puerta de la magia, singulares poemas de inquietante voz que reúne elementos disímiles que entablan un diálogo con substancias ocultas. No solo en “Alebrije y Arpías”, en todo el volumen permanece la voz de quien sabe los secretos de los que habla Robert Graves en La Diosa Blanca. La voz de la alquimia se instala y nos habla del Golem, homúnculo servidor de los magos y hechiceros. Ya casi percibo los vapores del mercurio formando la pasta primordial de todas las substancias, la pasta trasmutadora que equilibra saber, intuición y pensamiento. El libro no solo es un bestiario, sino un manual para despertar la función oculta del espíritu. Al afirmar que el tiempo no existe, nos acercamos a los desplazamientos del espacio que permite desarrollar el don de la ubicuidad, y quienes pueden leer tras el espejo la otra realidad en el poemario, pueden alcanzar a prever hacia el futuro las secuencias que se desarman o se autocomponen.

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En un laúd −la catedral, profundo y bello volumen ganador del Certamen Internacional Letras del Bicentenario Sor Juana Inés de la Cruz 2011, Silvia Eugenia ha construido instantes que invitan al lector a reformular las categorías de asombro, cuando se adentra en ese templo de la poesía. En dichos espacios se cruzan universos y tiempos, tomemos como ejemplo el poema “Silueta”: así mismo, por esas cartografías es posible establecer vasos comunicantes para comprender la mirada, la doble mirada que la poeta hace de la realidad. Por un lado, va la mirada que nos enseñaron mediante la lógica; por otro lado, va la mirada esencial que aflora desde lo oculto y que solo se desvela ante la poeta que la observa y nos la ofrece.

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Esos espacios vacíos son contundentes, a través de ellos se anuncian materialidades ocultas que no se ven de ordinario. Así el lector comprende la forma señalada, pero intuitivamente. A partir de la nueva fundación de la palabra, nos asombra con lo que no es explícito, con lo que ha dejado para regocijo de la mente. Ya lo he dicho en otro escrito: a esos intersticios por donde se cuela la matriz de la sapiencia original que linda con el conocimiento de la totalidad, con el conocimiento que escritores como Ouspensky y Gurdieff han denominado espacios de saber, yo los denomino espacios vacíos. En los poemas de Silvia Eugenia Castillero, es posible entrever dichas rendijas desde donde se cuelan fragmentos de esa otra realidad rescatada por la mirada astuta de nuestra querida poeta. Pienso en el poema “Cirios”, detrás del sirio hay una entidad que nos observa y que no ha sido nombrada, ni siquiera insinuada, pero ahí está señalándonos.

Bien lo expresa Michel Manoll: “La poesía entendida en su más alta ambición inmuniza al hombre contra la empresa insana de la realidad, integrando esta realidad, con su peso de aportación, a la ola de lo desconocido y de la belleza que brota del espíritu”. Para que esta sentencia del poeta francés opere, es menester prescindir de reglas rígidas, pues la poesía es un ave esquiva a las rejas, a las jaulas, y así se expresa en la poesía de Silvia Eugenia.

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Sin jaulas aparece la luz, substancia vital que se ubica en medio de las realidades para hacernos sentir esos espacios vacíos que se manifiestan cuando la mirada de quien escribe se halla alerta frente a todos los fenómenos, la luz en mayúsculas, porque la otra luz, la del medio día cuando el sol está en el cénit, vela, disipa, genera discontinuidades. La luz en mayúsculas es la que hallamos en los poemas de Silvia Eugenia. Destello sabio expresaría un monje zen, destello que produce conocimiento en mayúsculas.

Bailo con la luz en los poemas de Silvia Eugenia Castillero y descubro esencias y presencias que antes se me escabullían por hallarme inmerso en lo cotidiano, ordinario y habitual de la vida del hombre. Estos destellos son el pasadizo secreto a la verdadera vida, la resaltan. Bien lo expresa en el poema “Hendidura”: Se rasga una superficie, pero nadie sabe, / la cima está en la textura misma y no hay quien lo advierta.

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Por Jaime Londoño

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