Una tarde en Sachsenhausen
El campo de concentración de Sachsenhausen, ubicado en Oranienburg, a unos 40 minutos de Berlín, tiene una historia que trasciende el fin del holocausto. Años después de la Segunda Guerra Mundial, los soviéticos lo convirtieron en una prisión donde la tortura continuó.
Andrés Osorio Guillott
Mientras recorríamos Berlín en un día que podía ser atípico por un sol que no nos abandonó, el guía nos decía que la capital alemana era un museo a cielo abierto del siglo XX, de sus guerras y sus revoluciones. Recorrer las calles es seguir los rastros del Muro de Berlín por medio de un camino de piedra que tarde o temprano nos llevará a las paredes que siguen en pie y que desde hace unas cuantas décadas dejaron de ser grises como el mismo firmamento que se posa a diario para ser testigos de mensajes, pinturas y demás expresiones artísticas que resguardan la memoria de lo ocurrido y que también son manifiestos contra los líderes que han sentenciado al mundo a la violencia y la ignominia.
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Mientras recorríamos Berlín en un día que podía ser atípico por un sol que no nos abandonó, el guía nos decía que la capital alemana era un museo a cielo abierto del siglo XX, de sus guerras y sus revoluciones. Recorrer las calles es seguir los rastros del Muro de Berlín por medio de un camino de piedra que tarde o temprano nos llevará a las paredes que siguen en pie y que desde hace unas cuantas décadas dejaron de ser grises como el mismo firmamento que se posa a diario para ser testigos de mensajes, pinturas y demás expresiones artísticas que resguardan la memoria de lo ocurrido y que también son manifiestos contra los líderes que han sentenciado al mundo a la violencia y la ignominia.
Había que alejarse de Berlín. A unos 40 minutos de la capital en auto, específicamente en la población de Oranienburg, está uno de los campos de concentración que construyeron los nazis para encerrar a judíos, presos políticos, homosexuales y demás seres humanos que no ase ajustaran a la raza aria y a la supremacía que enarbolaba el nacional socialismo.
En total son 37 puntos marcados distribuidos en 400 hectáreas que conforman el campo de concentración de Sachsenhausen. En cada uno de ellos encontramos monumentos, archivos, museos y edificaciones de la Segunda Guerra Mundial y otras que fueron restauradas años después tras la presencia del Ejército Soviético, y posteriormente por el gobierno alemán para establecer uno de los Lugares Conmemorativos de Brandenburgo.
Para conocer en su totalidad el campo de concentración se necesitan dos días. Parece mucho, pero a la vez es poco si tenemos en cuenta que su historia va desde 1936 hasta 1993. En medio del frío habitual del territorio alemán, visitar los lugares donde reinó el oprobio y la tortura es sentir constantemente corrientes de aire que susurran gritos de auxilio, que cuentan las almas en pena que murieron siendo testigos del rompimiento de los límites del mal en la humanidad.
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Jornadas laborales de más de 12 horas, el agua de los baños se cambiaba cada 102 semanas y los barracones destinados para 100 personas terminaban siendo utilizados por 500. Era dormir en el hacinamiento. Una cama cercana a las heces de todos y unas sábanas manchadas por el sudor de las extensas jornadas de trabajo podían ser vistas como un pequeño paraíso curtido que todos anhelaban en medio de una vida indigna, en la que la esperanza se había extinguido en medio de los tiros de gracia y las humillaciones constantes por parte del ejército nazi y de las SS, que tenían su lugar de entretenimiento del otro lado de la entrada al campo.
Sachsenhausen es un lugar que impide creer que el mundo fue bello alguna vez. Cualquier intento de libertad se veía reducido a una respuesta que no necesita adjetivos: “La única manera de salir de aquí es por la chimenea”. El triángulo es el área central del lugar, desde allí es posible visualizar los barracones, las cocinas y los laboratorios antiguos (algunos transformados en pequeños museos) y el monumento comunista que deja un homenaje a los soviéticos que ocuparon el campo en 1945, y que sería levantado en 1961 simbolizando la victoria antifascista. A lo largo del sector se encuentran caminos en piedra donde algunos prisioneros eran obligados a caminar por horas para ablandar las botas que serían utilizadas posteriormente por las tropas de las SS.
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El engaño no solo resultaría un elemento importante para facilitar la tarea de exterminio en los campos de concentración, también sería indispensable para mentirle al mundo exterior y ocultar la barbarie. Por medio de fotografías aparentemente normales del campo, -que escondían los laboratorios, los alambres de púas y los paredones de tiro- y de fotografías a personas en aparente estado de enfermedad o con una apariencia benigna, hacían creer a los ciudadanos que su trabajo dentro de los campos era por el bien de la sociedad, limpiando las calles de enfermos, ladrones y demás sujetos que carecieran de la entonces llamada raza aria. Una estrategia proveniente de Joseph Goebbels, ministro de propaganda del nazismo.
Recorrer la Estación Z (zona de exterminio de Sachsenhausen) hace que cada paso pese más. Un campo de fusilamiento y una zona vacía donde antes quedaban los hornos crematorios y las cámaras de gas nos hacen cerrar los ojos por un momento. Pensamos que aquello que veíamos en la Lista de Schindler o en El niño de la pijama de rayas jamás lo íbamos a percibir. Recordamos las palabras de Primo Levi o el poema de Tonino Guerra que decía: Contento, lo que se dice contento, / he estado muchas veces en la vida/ pero más que ninguna cuando/ me liberaron en Alemania/ que me quedé mirando una mariposa/ sin ganas de comérmela.
El recorrido de aquella tarde finalizó en el lugar donde estaban ubicados los hornos crematorios. A su alrededor hay un monumento de piedras en homenaje a los judíos, que a diferencia de la tradición occidental, las piedras son puestas en las tumbas o lugares donde reposan los muertos, ya que ellas, al no marchitarse como las rosas, representan la eternidad.
El fin del campo de concentración de Sachsenhausen llegaría entre el 22 y 23 de abril de 1945 cuando las tropas soviéticas y polacas llegaron al campo y liberaron los 3000 enfermos y médicos que aún quedaban allí. Días antes habrían de marcharse la mayoría de prisioneros y soldados nazis hacia el Mar Báltico. En ese trayecto murieron entre 8000 y 16000 personas. Esta pequeña parte de la historia quedaría denominada como Las marchas de la muerte.
En agosto de ese mismo año, el servicio secreto de la Unión Soviética convertiría el campo de concentración en el campo especial número siete. Allí se seguirían cumpliendo labores similares a las de la Segunda Guerra Mundial, excepto acciones de exterminio, pues la zona de crematorios y fusilamientos quedó destruida. Así, durante cinco años este campo de ocupación soviética encarceló y esclavizó a todos aquellos que tuvieran un pasado relacionado con el nazismo.
Se calcula que entre 1945 y 1950 estuvieron unos 60.000 prisioneros, de los cuales murieron alrededor de unos 12.000 por causas asociadas a la desnutrición y el debilitamiento provocado por el trabajo forzado.
Once años después se construiría el Monumento Nacional del Recuerdo y Conmemoración de Sachsenhausen, esto con el fin de exaltar la victoria del comunismo sobre el fascismo y así mantener viva la memoria de quienes fueron capaces de abolir la tragedia de la Segunda Guerra en manos del nazismo.
De 1961 saltamos a 1993, año en el que se construye el Museo y Complejo Conmemorativo de Sachsenhausen. Luego de la reunificación de Alemania y de tiempos de reconstrucción y tejido de memorias e identidades, el gobierno alemán, en compañía de la Fundación de los Lugares Conmemorativos de Brandenburgo, levantaría este espacio y otros más que buscan dejar un rastro de esa experiencia que cuesta recordar pero que debe ser un compromiso de la humanidad mantenerlo para que el tiempo no nos arrastre a su olvido.