Los grandes artistas siempre han sido testigos reflexivos de su tiempo que descubren facetas de la realidad, muchas veces invisibles en las tradicionales fuentes escritas.
Mauricio Nieto Olarte (El Espectador. Junio 19 del 2025)
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Desde hace décadas, con juicio y atención, le he seguido la pista a la obra plástica de Juan Manuel Echavarría y, habiendo visitado esta retrospectiva, quise titular este escrito: “Juan Manuel Echavarría en el edificio de posgrados de la Universidad Nacional”. Sin embargo, rápidamente me di cuenta de que en este lugar no están solo él y su más cercano colaborador, Fernando Grisález. Los protagonistas de la exposición son Bojayá (en el Medio Atrato), los Montes de María, Puerto Berrío y los esplendorosos paisajes del Caquetá, con sus lugares, testimonios, cánticos, dibujos y creaciones en mausoleos ajenos.
Esto para mí es de gran relevancia por cuanto muestra la honestidad, solidaridad y lazos de cercanía que tuvieron Grisalez y Echavarría con quienes vivieron lo expuesto. Los artistas convirtieron estas vivencias en el principal canal de interpretación de su obra. Se expresaron en el lenguaje libre de quienes han vivido lo que narran, y con ello contribuyeron no solo a la historia del arte, sino también a la construcción de una sociedad más consciente. Miles, cientos de miles de nuestros compatriotas cayeron en nuestros campos durante el siglo XX y lo que va del XXI, sin que jamás conociéramos sus vidas como se muestran en esta exposición, con la cara al frente y nombre propio, o cuando este se desconoce, como en el caso de Puerto Berrio, con el de una persona querida de quien adoptó el N. N. en la composición de cada uno de los sarcófagos de su cementerio.
En medio de paisajes de ensueño, como lo muestran las fotografías aéreas que se exponen y seducirían a cualquier agencia de viajes del mundo, durante siete años, Echavarría, Grisalez y su equipo visitaron el Caquetá con la misma dedicación con la que recorrieron los demás sitios que integran esta exposición. En conjunto, han invertido 25 años explorando estos territorios. Miles de compatriotas de estos tres ejércitos (guerrilla, paramilitares y Ejército Nacional), cuyos miembros lo tuvieron todo en común: hombres y mujeres jóvenes, vestidos con los mismos camuflados, nativos de los lugares más apartados, pobres y abandonados por el Estado, con muy poca formación académica, convencidos todos de que con su guerra construirán un país más justo. Miembros de las mismas etnias e incluso familias, al punto de que se pudiera dar el caso de que en una misma tres de sus hijos militaran cada uno en un bando diferente, situaciones que concluyeron con el testimonio de uno de los 200 excombatientes y militares que hicieron parte de los talleres de pintura que durante dos años organizó la Fundación Puntos de Encuentro: "Era estar, queriendo o sin querer, donde no pertenecíamos, sino en donde nos tocó estar...“.
Dice el maestro Echavarría: “¿Por qué ellos, niños y niñas jóvenes, hombres y mujeres normales se convierten en asesinos? Tratar de entender estas cosas le ha dado a mi vida mucho sentido y profundidad”. Nos cuenta también Echavarría que en estos talleres de pintura los excombatientes sintieron la necesidad emocional de hablar de las víctimas. “Pudimos desahogarnos; pudimos contar algo que nunca antes habíamos podido contar”, se lee en su libro La guerra que no hemos visto, frase que da cuenta de otro gran aporte de esta obra: el alivio o proceso de catarsis de quienes la vivieron.
Me sirvo del caso del cementerio de Puerto Berrío para destacar el esfuerzo enorme del artista y su grupo. Se exponen 172 sarcófagos —de más de 400 fotografiados a lo largo de siete años—, cada uno presentado con una imagen del antes y el después: cuando la tumba fue escogida y luego de ser intervenida. Ambas imágenes se integran en una sola mediante la técnica lenticular, lo que da un total de 344 fotografías expuestas.
Mucho dolor expresado sin el más mínimo viso de sensacionalismo y sí de empatía y enorme respeto, invitando al espectador a la reflexión. Así lo expresa el maestro Echavarría: “Lo que quiero es visibilizar lo invisible”.
En la obra Silencios, el artista y su equipo recorrieron durante 13 años una de las zonas del país más afectadas por la violencia paramilitar: los Montes de María. Fotografiaron un centenar de escuelas —si se le puede llamar escuela a cuatro paredes pintadas de humedad cubiertas con láminas de zinc, un lugar que pareciera pensado para recibir y acumular calor— abandonadas, construidas en los lugares más recónditos y de difícil acceso de la geografía nacional. Lo hicieron para señalarnos qué tanto daño hizo la guerra a estas comunidades. Ni la educación se salvó. Y, con todo, bien quedaban ánimos para rayar un tablero con la frase de despedida del lugar: “Lo bonito es estar vivo”.
Por otro lado están los cánticos, esta patrimonial forma de expresión de las comunidades afrodescendientes, de los sobrevivientes de la masacre en la iglesia de Bojayá, que Juan Manuel Echavarría llamó: Bocas de ceniza. A través de cantos, lamentos, alabanzas y ritmos se transmiten saberes, se honra la memoria y se resiste al olvido.
Son miles de páginas de estudios de todo tipo que se han escrito sobre nuestra violencia, tal vez las más relevantes son las que ha publicado el Centro Nacional de Memoria Histórica desde su creación, en 2011, más de un centenar de libros con cuidadosas investigaciones, de las cuales su precursor tal vez fue: La Violencia en Colombia, escrito en 1962 por Monseñor Germán Guzmán, Eduardo Umaña Luna y Orlando Fals Borda. Hechos que definitivamente tenían y tienen que ser registrados por escrito; no obstante, nada que cale más en la memoria que obras de arte como la que hoy nos ocupa.
Un detalle no menor en la carrera del maestro Echavarría es que ha tomado la decisión de mostrar su obra prioritariamente en universidades, las dos más completas son la que se hizo en mayo del 2024 en la Universidad de Antioquia y la que hoy vemos en el edificio de posgrados de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional, diseñado por el arquitecto Rogelio Salmona, uno de los más destacados de nuestra arquitectura. Igual, algunas de sus obras han sido expuestas en la Universidad de los Andes, la Universidad de Nariño y la Universidad de Caldas, entre otras. Aspira J. M. Echavarría a que los jóvenes y las nuevas generaciones debatan, hablen, y sacudan a esta sociedad adormecida.
A pesar de la importancia y calidad de estas obras, tengo la percepción de que el trabajo de Juan Manuel Echavarría no ha sido tan conocido en Colombia. Me atrevería incluso a afirmar que ningún otro compatriota ha sido invitado a formar parte de tantas exposiciones colectivas e individuales en los más prestigiosos museos y salas de arte del mundo en los últimos 25 años. Han sido más de cien las participaciones de la obra de Echavarría fuera de Colombia. De estas destaco las realizadas en el Museo Etnológico Quai Branly, la Fundación Cartier, en Paris; la Bienal de Venecia, la Bienal de Sídney, en Australia; la Universidad de Lovaina, en Bélgica) y la Tate Modern, en Londres, museo que adquirió una de sus obras.