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Y entonces encontré aquel disco en una venta de música revolucionaria que habían puesto en una mesita a la salida de una película igual de revolucionaria, Missing, de Costa Gabras. Estaba al lado de otro de Pablo Milanés, y de algunos de Silvio Rodríguez, que por esas cosas de la vida yo ya tenía en la casa. Deduje que si estaba ahí era parecido, y que si era parecido, me iba a rasgar. Que de una u otra manera, aquel tipo de patillas largas sentado en una especia de mecedora era uno más de aquellos cubanos que le cantaban a los disparos de nieve, a los fusiles contra los fusiles, a las calles de Santiago ensangrentadas, a la carne y el deseo también, al tiempo que pasaba y nos iba volviendo viejos, al amor del día a día y de los sudores, y a las balas que se encontraban sobre un campo de guerra.
Y sí. Aquel tipo, Vicente Feliú, le cantaba canciones necesarias al Che Guevara, Coloquio en Che mayor, “¿Cuál asesino es peor: quien disparó contra tu cuerpo herido o quien tu pensamiento engavetó, el miserable guardia emborrachado o el cobarde en su impúdico buró? ¿Quién te mató, Guevara, en tu estatura o, mejor dicho aún, quién lo intentó?”, y le hablaba al héroe de algunos campesinos de América Latina para confesarle, como en un verso de Vicente Huidobro, que su deber, en adelante, sería salvarlo de ser Dios. Le cantaba a Esther, quien siempre lo apoyó y apoyó la causa, y le suplicaba a quien lo escuchara que le creyera, “Créeme, cuando te diga que el amor me espanta, que me derrumbo ante un te quiero dulce, que soy feliz abriendo una trinchera, Créeme”.