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Viernes de teatro: El show debe continuar

Los artistas que han hecho de su vida el arte de contar historias sobre un escenario tienen la posibilidad de convertirse en uno o cien personajes. Junto a estos personajes han vivido un sinfín de experiencia que van más allá de la función.  

Carolina Guatava R Teatroenbogota@gmail.com

28 de diciembre de 2018 - 10:15 a. m.
Imagen de una de las escenas de la obra Kilele, del teatro Varasanta. / Cortesía
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Uno de los retos que tienen los grupos teatrales es el de trasladar sus montajes a espacios diferente para los que fueron creados. Cambia el entorno, hay eventos no predecibles y las circunstancias los obligan a improvisar y adaptarse a lo que suceda en el momento.  Hace algunos años, el grupo Varasanta, dirigido por Fernando Montes, se encontraba de gira por el Chocó con Kilele. Durante el desarrollo de la función se usaban velas y vasijas donde se prendía fuego, como en un ritual. Los cambios de personajes y vestuario se hacían dentro del mismo espacio escénico.

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En una de las funciones, una de estas vasijas quedó muy cerca, cuando el equipo se percató, el vestuario estaba envuelto en llamas. La actriz Liliana Montaña nos cuenta que “uno de los actores para ‘salvar’ la situación tiró una camiseta acrílica y el fuego se puso aún más fuerte, entonces otro de los actores, quien es italiano, empezó a gritar con su notorio acento en medio de la función, la cual seguía como si nada: la agua por favor, la agua”. Aunque el incendio accidental pudo ser controlado, en ningún momento la obra se detuvo, incluso el público consideró el pintoresco incendio como parte del montaje.

Como en todas las anécdotas, existen diferentes finales que a veces no terminan en risa o en un susto que valdrá la pena contar después. Tras años de la masacre de Bojayá, ocurrida el 2 de mayo de 2002, hecho en el cual está inspirada esta pieza, el grupo Varasanta se presentaba en la misma iglesia de Bellavista que había sufrido la explosión. La obra tenía un tinte sarcástico. “Aparecían unos personajes que supuestamente traían ayuda humanitaria inútil, decían que además habían ido a abrazar a los sobrevivientes; este texto de tono irónico lograba su objetivo con público de Bogotá, pero allá en la iglesia en ese momento el contexto era otro, los sobrevivientes que veían la obra aplaudieron y se pusieron de pie; un acto que nos dejó sobrecogidos porque ellos realmente esperaban que les diéramos un abrazo”, concluye Montaña.

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El reconocido director y actor, Cesar “Coco” Badillo compartió una experiencia que incluso escribió hace un tiempo. El grupo del Teatro La Candelaria, dirigido por Santiago García, se encontraba en el Vichada, en el pueblo donde se había desarrollado parte de la vida del guerrillero liberal Guadalupe Salcedo, personaje en que está inspirada la obra que iba a ser presentada: Guadalupe Años Sin Cuenta.

Ante la expectativa de presentarse ante un público que había sido protagonista en vida de la historia del guerrillero, los actores sentían la presión y se encontraban muy emocionados. Sin embargo, una vez terminada la obra el lugar quedó en silencio, no hubo aplausos. “Luego de unos minutos, los actores detrás del telón esperaban y nada, silencio. De manera forzada y a riesgo de hacer el ridículo, los actores hicieron algo parecido a una venia y tampoco hubo respuesta. Ante la actitud de los espectadores, una de las actrices del elenco dijo: "si tienen alguna cosa que opinar sobre la obra nos complacería”, recierda Badillo, entre risas y la sorpresa que puede generar el silencio de un aplauso que nunca llegó.   

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Si el silencio al final de una obra puede dejar a un grupo sin palabras, qué tal contar con actores naturales que nunca fueron invitados. “Estábamos en un alejado pueblo entre Huila y Caquetá presentando El Pasó, otro clásico del Teatro La Candelaria. El lugar de presentación era una especie de parqueadero y amarradero de bestias, burros, yeguas, caballos, todos estacionados alrededor de la cancha de baloncesto, ese era el escenario. El público, todos campesinos del lugar, estaban en la mitad de la cancha, mientras actuábamos algunos se metían al escenario y se paraban a nuestro lado y nos miraban descontrolándonos y haciéndonos reír; lo mismo a los espectadores que hacían jolgorio de lo que pasaba. A pesar de su presencia dentro del escenario, la obra nunca paró y bueno, la gente aplaudía y participaba de toda la historia con los campesinos reales metidos en ese teatro enmarcado por caballos” concluye Badillo.  

Como un presagio de ese conocido adagio para desear suerte en el teatro. Liliana Montaña recuerda que, en una función de la Diestra de Dios Padre, en un teatro de Bogotá, que es mejor no recordar, en plena función se rompió el tubo de aguas negras. “Aunque los actores continuamos, los personajes empezaron a decir Don Peraltica se está pudriendo esto, afortunadamente estábamos por terminar la obra, pero fue un muy oloroso final”.

 

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Por Carolina Guatava R Teatroenbogota@gmail.com

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