Violeta Serrano (León, España, 1988) es escritora, periodista y docente; vive entre Buenos Aires y Madrid desde 2013, y actualmente codirige el posgrado Escrituras: Creatividad y Comunicación de la Flacso Argentina. También es profesora de la Universidad Internacional de Valencia y fundadora de la revista continuidaddeloslibros.com. En su más reciente libro, Poder migrante (Ariel, 2020), entrelaza historias de migración a España con su propia experiencia.
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¿Cómo alguien que nunca ha salido del país, que lo ve como algo lejano, imposible por sus condiciones económicas, puede entender que, como dice en su libro, “migrantes somos todos”?
Estamos transitando un período bisagra en el que todo lo que pensábamos que era sólido —al menos la mayoría de los ciudadanos europeos— empieza a resquebrajarse sin que podamos ponerle demasiado maquillaje. En esta circunstancia, nos sentimos perdidos, vulnerables y obligados a empezar a construir un nuevo camino en el que vamos a tener que adaptarnos y aprender a ser creativos para salir a flote. Esto es precisamente lo que siente una persona que deja atrás su hogar, su mundo conocido, por muy incómodo que sea, para abrirse paso lejos de casa. Este es un momento propicio para la empatía y, por tanto, constituye una oportunidad, pues la humanidad ha sabido entenderse muy bien tras vivir traumas comunes. Así se creó la Unión Europea, por ejemplo.
Dice en uno de sus textos, en “Cuéntame un cuento y verás qué contento”, que la literatura es la prescriptora de la vida de los hombres, que la escritura es la forma más antigua y eficaz de instalar una creencia. ¿Cómo pasar de lo leído a la acción? ¿Por dónde comenzar a construir un futuro que incluya al otro, al extraño?
Vivimos, más que nunca antes en la historia, en un mundo textual. Continuamente nos comunicamos a través de redes sociales y a partir de esas comunicaciones globales construimos una nueva identidad migrante en la que ya no es tan relevante en qué lugar del mundo naciste sino cuáles son tus afinidades electivas. Es decir, hoy puedo sentirme más cercana a una mujer en América que use Twitter con el hashtag #MeToo o #NiUnaMenos que a mi vecina, que tal vez no tenga interés en la defensa de los derechos de las mujeres. También hoy es posible generar un sentimiento de solidaridad global tras un hecho condenable, como ocurrió con el asesinato de George Floyd y el consiguiente movimiento #BlackLivesMatter, y que esto tenga una incidencia en la política real que gobierna nuestra vida social: no es casual que Joe Biden ganara las elecciones con una vicepresidenta negra. Las redes sociales son una gran herramienta para generar adhesión, una vez que sepamos cómo gestionarlas de manera responsable, claro, porque también pueden producir amenazas masivas, como ocurrió en el intento de toma del Capitolio, hace apenas unas semanas, en Washington.
En Colombia la palabra “inmigrante” se refiere en forma casi exclusiva a los venezolanos que han tenido que salir de su país por el régimen de Maduro; hoy son alrededor de dos millones. Por otra parte, dentro de Colombia tenemos nuestros propios “migrantes”, que realmente son los desplazados en forma forzada de sus tierras (ocho millones, según Human Rights Watch) por la guerra que duró más de cincuenta años, pero que aún existe, se reinventa.
Los seres humanos estamos hechos para temer a lo desconocido, es nuestra naturaleza. Somos prejuiciosos para sobrevivir: aquello que nos resulta diferente nos genera una alarma automática, tal como lo explico en el libro a través del testimonio con el neurocientífico Fernando Giraldez. Teniendo en cuenta esta realidad, las narrativas políticas pueden usar el miedo al otro para generar adhesión a sus ideas a través del odio o mediante sentimientos de solidaridad y cooperación. Veamos dos casos muy claros: el populismo de Trump se construyó en contra del migrante, ese era el enemigo a temer contra el que se debía construir un muro imposible. Es una manera muy eficaz de generar adhesión, porque pocas cosas unen más que un enemigo común y fácilmente identificable. Ahora bien, también hay ejemplos de narrativas políticas que usan estas estrategias para crear comunidad y eliminar el odio de sus sociedades. En el libro pongo el ejemplo de Jacinda Ardern, de Nueva Zelanda, y su actuación tras el atentado supremacista de Christchurch. Ella no dividió a su población, sino que habló el idioma de las víctimas y se puso un hiyab para ir a abrazarlas diciendo que nadie les podría dividir porque todos conviven en su territorio: musulmanes y cristianos. Por esa actuación no ha perdido votos, al contrario. Por lo tanto, esas narrativas de unión que van de los gobernantes hacia el pueblo son igualmente eficaces que las que tratan de crear odio al diferente. La cuestión está en qué tipo de representantes políticos votamos como ciudadanos en democracia: ¿a los responsables o a los generadores de odio? A nadie le conviene vivir en una sociedad dividida, porque los peligros se multiplican.
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“Estamos protagonizando el desarrollo de una época oscura en la que nuestros propios instintos nos juegan malas pasadas. Somos personajes traídos en medio de una historia sin recursos para afrontar los desafíos que nos imponen”. ¿No es esta la historia de la humanidad? ¿Cómo ser optimista ante esta realidad?
Todos los momentos de la historia han tenido desafíos: la vida en la tierra que llevamos los humanos no es un camino de rosas, desde luego, pero hay períodos más convulsos que otros. Este que estamos atravesando ahora es uno de ellos, principalmente porque varios procesos que estaban desequilibrando la armonía global hace años se han catapultado por la situación sanitaria actual. Como dije al principio, de los traumas globales se puede salir con grandes capacidades de entendimiento: cuando los humanos tenemos fresca en la memoria una catástrofe, estamos mucho más dispuestos a cooperar para evitar otra mayor. Esa es la esperanza en este contexto infame. Además, la pandemia constituye en sí misma una metáfora estupenda que solo un ciego podría no ver: si no salimos todos a la vez, no saldremos. Las vacunas deben estar presentes en todo el mundo: si vivimos en un mundo global, es imposible dejar a la parte más pobre sin atender, porque la rica sufrirá igualmente las consecuencias.
Por último, ¿cómo cree que su libro pueda hacernos entender que el inmigrante no es el enemigo? Como dice parte del título, ¿”por qué necesitas aliarte con lo que temes”?
Los migrantes son los mejores aliados posibles en un contexto de incertidumbre como el actual: ellos nos llevan ventaja porque ya han tenido la experiencia de dejar atrás su mundo conocido y buscarse la vida allá donde vayan; es decir, conocen como nadie la incertidumbre. Eso es justamente lo que necesitamos aprender todos lo más rápido posible: no son enemigos sino maestros. Creo que al leer este libro uno termina con una sensación de esperanza y comprensión profunda muy importante. Y necesitamos esa reflexión para entender qué sentimos, qué está pasando y cuáles son nuestras posibilidades de acción desde el presente, para construir el mejor futuro posible dentro de este mundo global del que ya no podemos escapar.