Sonríe cuando algún cariño la abraza y cierra los ojos mientras la esencia del afecto abriga la curva de sus labios. La cámara da fe de ello. En varias fotografías en las que está actúa poses de fraternidad con sus allegados: es el reflejo de su vocación, la de Vivian Vásquez, una mujer de apenas 26 años.
El nombre Vivian viene del latín vivus y significa ‘vivo’, ‘viviente’, que es devoto del presente y lo entrega a vivir algo.
En un primer momento podría decirse que Vásquez vive tomando fotografías, inmortalizando cada foco de atención de sus ojos, complaciendo las poses de los otros o tan sólo haciéndoles campaña a los intereses de uno o dos clientes.
En un segundo momento se refutaría la presunción anterior. Vásquez no vive tomando fotografías: ella dedica su presente a estar detrás del lente; no inmortaliza cada foco de atención de sus ojos: inmortaliza, pacientemente, el instante preciso; no complace las poses de los otros: complace sus sentimientos cuando se percata de la conmoción de alguien; no les hace campaña a los intereses de uno o dos clientes: así apruebe la fotografía publicitaria, Vásquez también encarna la fotografía de la calle, la artística, los retratos y el fotorreportaje.
Por el camino de la nada, a su reiterado amanecer agregó una cámara. Había empezado a estudiar comunicación social. Alcanzó a cursar cuatro semestres hasta que una peripecia económica la forzó a abandonar la carrera y, por ende, abandonar, supuestamente, el camino de la vocación. Vásquez creyó que había quedado en la nada, en un “¿y ahora qué?”, en una desenfrenada, antipática y única opción: la de trabajar a tiempo completo en algo que no fuera su sueño mientras miraba cómo regresar a la carrera.
Pero estando en ese corto período de quietud, mientras divagaba sobre qué ponerse a hacer, se centró en un detalle que le había llamado la atención.
Cuando Vásquez hacía una entrevista por motivo de alguna materia de la carrera, no disfrutaba la conversación tanto como su posición tras la cámara, lo que, a fin de cuentas, era consecuente respecto a su utópico sueño de ser directora de cine, inspirado por Giuseppe Tornatore, Stanley Kubrick, entre otros.
En este caso la palabra utópico no cuenta con una intención de poca fe en Vásquez. La palabra refiere, con límites, que la idea de ser directora de cine, hasta ahora, se quedó en su pensamiento como el recuerdo de una utopía, pues por esos días de incertidumbre, al evocar aquella sensación de sus entrevistas, consiguió una cámara propia y desde entonces respira por ella.
Empezó a tomar fotos, siempre concentrada en lo que el lente le permitía ver para justo captar el instante que pudiera revelar cierta realidad para siempre. Y foto tras foto aprendió a pulir sus técnicas y a pulirse a sí misma, mejor dicho, a pulir el ojo.
Ha pasado año y medio y Vásquez ya se prepara para su primera exposición; será en septiembre. A lo largo de este año y medio ha trabajado en distintos espacios, como matrimonios y encuentros en torno a la música; inclusive participó en la Fotomaratón del 8 de marzo que se realizó en Chapinero y en la que quiso dignificar a través de su trabajo el trabajo de nueve mujeres, incluida una transgénero, de quienes mencionó con emotividad a una vendedora de obleas muy orgullosa de su trabajo porque así pudo brindarles educación superior a sus hijos.
Además se fue a vivir a La Candelaria. Allí ha conocido otras personas con quienes ha pactado trueques con fines profesionales. Un caso de esos trueques fue el de una amiga que actúa en teatro: la fotografió para que ella completara su box profesional a cambio de que le tenga mucha paciencia en cada técnica que a Vásquez se le ocurra.
Desde seis meses antes de empezar a dedicarse a la fotografía, ella frecuentaba el bar del centro Bolón de Verde, reconocido por sus presentaciones de jazz. Un día la dueña del bar le pidió que fotografiara a los artistas: una linda y discreta coincidencia con el estadounidense Herman Leonard (1923-2010), denominado como el más grande fotógrafo de jazz.
Al sol de hoy, fotografiar a los artistas que se presentan en ese bar es algo que no ha dejado de hacer. Precisamente, su primera exposición será sobre ese trabajo, del cual tiene una importante cifra de fotografías y algunas son a blanco y negro: “Aunque la fotografía ha evolucionado con el color, me parece que el blanco y negro mantiene cierta magia, un encanto, tal vez porque las primeras fotos que vi de mis abuelas eran a blanco y negro y me fascinaban… Creo que la misma foto me pide que sea así… Subjetivamente, así percibo el mundo, y le doy espacio a la foto para que coja su misma identidad”.
De cara al futuro, Vásquez se imagina contando otras historias a través de la imagen, pues considera que es la fusión perfecta entre el hecho de aprender del acercamiento a la situación del otro desde los propios zapatos y poder contar todo tipo de situaciones que son inadmisibles para ella, puesto que ahora no quiere hacer política desde las instituciones estatales (como alguna vez lo consideró), ni desde los medios de comunicación: quiere hacerla viviendo tras el lente.