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Voy a hablar del dolor

Presentamos un artículo que explora el significado del sufrimiento en las humanidades. Los versos de César Vallejo, la filosofía de Nietzsche o Schopenhauer nos acercan a esta noción existencial.

Jaír Villano / @VillanoJair

03 de noviembre de 2019 - 07:14 p. m.
El poeta peruano César Vallejo, que habla del dolor y el sufrimiento en su poesía.
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El dolor es inherente a la existencia como la muerte a la vida. Se llega a él por conciencia o inconsciencia. No tiene un camino porque el dolor hace parte del camino. Vivir duele. Existir duele. El mundo duele. El dolor es un fantasma que rodea y acecha los días.

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No es que el dolor esté en los peores o regulares momentos. Es que está siempre, constante, impetuoso; existimos porque sentimos dolor. O como dice Ernst Jünger: “el dolor es una de esas llaves con que abrimos las puertas no solo de lo más íntimo, sino a la vez del mundo”.

Hay individuos que le huyen, que lo evitan, que le temen. Y por eso es clave lo que dice el filósofo alemán: “¡Dime cuál es tu relación con el dolor y te diré quién eres!”.

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La relación con el dolor de César Vallejo es intensa y trascendente: “Me duelo ahora sin explicaciones. Mi dolor es tan hondo, que no tuvo ya causa ni carece de causa. ¿Qué sería su causa? ¿Dónde está aquello tan importante, que dejase de ser su causa? Nada es su causa; nada ha podido dejar de ser su causa. ¿A qué ha nacido este dolor, por sí mismo? Mi dolor es del viento del norte y del viento del sur, como esos huevos neutros que algunas aves raras ponen del viento. Si hubiera muerto mi novia, mi dolor sería igual. Si la vida fuese, en fin, de otro modo, mi dolor sería igual. Hoy sufro desde más arriba. Hoy sufro solamente”.

Es complejo e ininteligible porque no tiene causa ni carece de causa. Simplemente se desplaza incesante, salpicando los días de tristeza, saboteando la mente, flagelando esos rincones que superan lo físico, lo tangible, lo palpable. “El dolor es lo más yo”, creía Cioran con hondo acierto.

¿Cómo explicar este dolor? ¿Cómo ponerlo en lenguaje? ¿Cómo entenderlo? Nietzsche creía que el dolor es un juicio —“el juicio me causa daño”— acumulado por una larga experiencia. “No es la herida la que me hace daño; más bien es la experiencia de las graves consecuencias que pueden afectar la totalidad del organismo, la cual se expresa bajo la figura de aquella profunda conmoción que llamamos displacer”.

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Es posible que el displacer de que hablaba el autor de La genealogía de la moral sea una causal de su origen. Pero el poema del bardo lo refuta: “Yo no sufro este dolor como César Vallejo. Yo no me duelo ahora como artista, como hombre ni como simple ser vivo siquiera. Yo no sufro este dolor como católico, como mahometano ni como ateo. Hoy sufro solamente. Si no me llamase César Vallejo, también sufriría este mismo dolor. Si no fuese artista, también lo sufriría. Si no fuese hombre ni ser vivo siquiera, también lo sufriría. Si no fuese católico, ateo ni mahometano, también lo sufriría. Hoy sufro desde más abajo. Hoy sufro solamente”.

No es displacer. Es el laberinto esencial de toda vida: el sufrimiento, como creía Schopenhauer.

Quizá en eso estribe el misterio que representa el dolor: en no saber a qué o por qué nace; en vivir como duda. La vida como interrogante, como un porqué, como un qué constante, como un intenso misterio que no depara en nada distinto a la reproducción de incógnitas.

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“Nuestra sensibilidad para el dolor es casi infinita, la que se refiere al placer tiene estrechos límites. Cada desgracia aislada aparece como una excepción; pero la desgracia en general es la regla”, creía el autor de El mundo como voluntad y representación.

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Y como es la regla: el dolor impregna la existencia. Sufro, luego existo. Buscar sus orígenes, buscar la verdad, es una empresa condicionada por el sufrimiento. Buscar la sabiduría también lo es, así lo dice el Eclesiastés: “porque en la abundancia de sabiduría hay abundancia de irritación, de modo que el que aumenta el conocimiento aumenta el dolor”.

Saber, conocer, ser consciente también es un motivo, por eso Schopenhauer creía que entre más clara sea la medida del conocimiento y de la conciencia, mayor es el tormento: “aquel en que vive el genio es el que más sufre”.

El poeta Vallejo es consciente de su inconsciencia y por eso el tormento es irremediable: “Yo creía hasta ahora que todas las cosas del universo eran, inevitablemente, padres o hijos. Pero he aquí que mi dolor de hoy no es padre ni es hijo. Le falta espalda para anochecer, tanto como le sobra pecho para amanecer y si lo pusiesen en la estancia oscura, no daría luz y si lo pusiesen en una estancia luminosa, no echaría sombra. Hoy sufro suceda lo que suceda. Hoy sufro solamente”.

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No es que haya una búsqueda; hay una incógnita, pero se es consciente de ella y por eso el dolor se apodera. Es decir, no se sabe por qué, ni de dónde, ni cómo, pero existe. Se sabe que existe porque se experimenta, porque se siente, porque duele.

Vuelvo a Jünger: “No hay ninguna situación humana que tenga un seguro contra el dolor”. Lo cual sirve para explicar el siguiente verso: “Miro el dolor del hambriento y veo que su hambre anda tan lejos de mi sufrimiento, que de quedarme ayuno hasta morir, saldría siempre de mi tumba una brizna de yerba al menos. Lo mismo el enamorado. ¡Qué sangre la suya más engendrada, para la mía sin fuente ni consumo!”.

No hay seguro: el dolor del bardo no se anula ni se mesura por contraposición a sus semejantes. Ni siquiera la circunstancia que parece más desafortunada iguala las cargas, porque es una sensación individual en el más puro y genuino aspecto.

Cuando Vallejo escribe “Me duelo ahora sin explicaciones. Mi dolor es tan hondo, que no tuvo ya causa ni carece de causa”, queda claro que no se comprende. Y no es posible determinar qué es peor: si comprenderlo o no, porque en este caso el dolor es una actitud frente a la vida, frente al mundo, una manera de asumirse. En otras palabras: ser esclavo de una mirada.

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Esa esclavitud, esa incomprensibilidad, justifican el sufrimiento. En un ensayo que aborda diversas nociones del dolor, el filósofo Enrique Ocaña dice: “Tan real es el dolor que parece tornar irreal cualquier bien presente o pasado. Puede suspender nuestro juicio casi hasta el límite del desquiciamiento”.

Se suspende el juicio, la racionalidad, pero no la capacidad de sentir, de asir, de padecer. El dolor es un misterio.

Su misma representación verbal es inquietante. En un poema en el que Margaret Atwood interroga el amor (love) dice: “La palabra es demasiado corta / solo tiene cuatro letras / es demasiado austera para llenar esos vacíos profundos y desnudos entre las estrellas (…) esta palabra no es suficiente / pero tendrá que bastarnos. / Es una sola vocal en este silencio metálico”.

Lo mismo ocurre con el dolor (pain). Es una palabra que se frustra en su propia representación. Es una expresión que no alcanza, que ignora su estrechez, que no comprime las tempestades que devastan todo lo que ocurre allá dentro. Es por eso que hablar del dolor es una pretensión que deviene quimérica. No se puede comprender. No se entiende, se vive: “Hoy sufro suceda lo que suceda. Hoy sufro solamente”.

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Hoy: no ayer, ni mañana. Hoy: “Hoy sufro solamente”. Es equivalente al dolor concebido por Schopenhauer cuando decía: “La felicidad se nos aparece colocada en lo por venir o en lo pasado, y lo presente es como una nubecilla sombría que el viento empuja por encima de la llanura iluminada por el sol; delante y detrás todo resplandece de luz; solo el presente permanece envuelto en la sombra. Por lo tanto, el presente es una decepción; pero lo porvenir es incierto y lo pasado irreparable”.

Uno convendrá estar de acuerdo o no con el padre del pesimismo; pero lo cierto es que el dolor de Vallejo está penetrado por el ardor del presente, del ser, del estar, del ahora.

“Solo curamos de un sufrimiento a condición de sentirlo plenamente”, escribió el desesperado Marcel por Albertine (En busca del tiempo perdido). Se escucha razonable, y sin embargo la pregunta a resolver es: ¿qué es sentir un sufrimiento plenamente?

¿No es acaso el dolor de que escribe César Vallejo el paroxismo de un insustituible ya mismo? ¿Cómo medir el tamaño del sufrimiento? ¿Se puede llegar a decir este dolor de hoy es menor que el de ayer pero mayor que el de mañana? Es decir, ¿se le puede comparar? ¿Se le puede cuantificar? ¿Se le puede avizorar?

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Un aporte: “Si hubiera muerto mi novia, mi dolor sería igual. Si la vida fuese, en fin, de otro modo, mi dolor sería igual. Hoy sufro desde más arriba. Hoy sufro solamente”.

Este dolor tiene la cordura de la certeza, pero al mismo tiempo la embriaguez de la perplejidad. Y quizá por eso resulta tan arcano, porque cuando uno cree que lo logra entender, lo desentiende; cuando uno cree que va por los pasos que lo persiguen, se desanda el camino; cuando uno cree contenerlo, se esparce. Pero está. Siempre está. Y por eso el poema de Vallejo es tan elocuente, porque es diáfana su pretensión: “Hoy sufro suceda lo que suceda. Hoy sufro solamente”.

Y ni hablar de la naturaleza verbal con la que el poeta captura su estado: esa lozanía con la que aborda un padecimiento tan fuerte; esa serenidad expresiva que adoba la composición poética; esa transparencia invencible.

Algo más: no hay quejas. Es un poema que se conforma con describir un estado emocional. Eso permite entrever que el dolor del autor de Los heraldos negros no solo es asumido como sufrimiento, también como placer, como resurgimiento, como ese trance del que hablaba Zaratustra cuando decía: “El dolor es también placer, la maldición es también bendición, idos o aprenderéis: un sabio es también un necio”.

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Valdría la pena detenerse en ello. En destacar las virtudes del dolor, las oportunidades que surgen del sufrimiento, las salidas que ofrece lo que parece el estancamiento. El mismo Nietzsche en Más allá del bien y del mal lo destaca: “¡parece cabalmente que nosotros preferimos que el sufrimiento sea más grande y peor de lo que ha sido nunca…! ¡La disciplina del gran sufrimiento! — ¿No sabéis que únicamente esa disciplina es la que ha creado hasta ahora todas las elevaciones del hombre? Aquella tensión del alma en la infelicidad, que es la que le inculca su fortaleza, los estremecimientos del alma ante el espectáculo de la gran ruina, su inventiva y valentía el soportar perseverar, interpretar y aprovechar la desgracia, así como toda la profundidad, misterio, máscara, espíritu, argucia, grandeza que le han sido donados bajo sufrimiento — ¿no le han sido donados bajo sufrimiento, bajo la disciplina del gran sufrimiento?”.

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El sufrimiento de Voy a hablar de la esperanza es un pretexto para abordar algunas nociones que filósofos y escritores han elaborado. Y, sobre todo, para reconciliar un estado del que las sociedades modernas han tratado de huir y estigmatizarlo a fuerza de negativas. El dolor como experiencia, como consuelo, como búsqueda que permite desconocerse y superarse. Se hacen convenientes las palabras de Kant: “El dolor es el aguijón de la actividad, y en esta sentimos ante todo nuestro vivir; sin él se produciría la ausencia de vida”.

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Idolatrar el dolor es una alternativa; en su cuento Deutsches Requiem, Borges —muy influenciado por el rey del pesimismo alemán— nos regala esta patente: “No hay consuelo más hábil que el pensamiento de que hemos elegido nuestras desdichas”.

En pocas palabras: arrostrar el dolor como estética de la existencia.

Por Jaír Villano / @VillanoJair

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