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No te voy a decir mentiras... Preguntas tú para qué escribir, y yo me quedo sin aliento. Y me imagino detrás de la pantalla, la taza de café al lado, el cenicero todavía vacío. El día que llega a su final, el silencio de la madrugada golpea en la puerta, pero las palabras siguen esquivas. ¿Será para ser, será para no ser? ¿Será para encontrarse y perderse, desnudarse y ocultarse, interrogar y arrojar teorías? ¿Para qué? ¿Será para explicar y seguir dudando? ¿Para hacer de la soledad una compañía? ¿Para contradecir pontificando, para ganar perdiendo, para reír llorando, para ser todo siendo nada? Y tú sigues ahí, en alguna parte, en una escena de la novela, en palabras y en sueño. Y yo sigo aquí, porque no puedo estar en otra parte, detrás de la pantalla, pensando en que a ellos les parecerá inverosímil lo que pueden hacer tus ojos, que atan y desatan, que te arrojan a la tormenta y hacen de la muerte algo sublime.
Domingo en la noche y tú preguntas para qué escribir. Y yo me quedo sin aliento. Y aunque mate yo sigo evocando el instante, el cruce de manos, el acercamiento de labios, la mirada perdida, las palabras no emanadas. Un taxidermista de momentos cuya misión es recuperar y darle perpetua vida a un movimiento no calculado, a un beso que pudo cambiar el rumbo, a un abrazo que pudo derretir el hielo. Por eso estoy aquí, detrás de la pantalla. Intentando con las palabras, explorando su efecto, deteniéndome en ellas. Y tú preguntas para qué escribir, para qué esa novela, para qué perder el tiempo. Pero ya es tarde y no vale la pena detenerse. Entiendo que no existe la inspiración, ni los fantasmas y que el miedo de volver a mirarte no se soluciona con ficciones. Entiendo que te confundas, que te ofusques, que te parezca poco valiente de mi parte. ¿Y qué más puedo hacer? Seguir cabalgando en este sendero de fuego, seguir enloqueciendo en honor tuyo, y seguir aquí, detrás de la pantalla, cavilando la expresión exacta, sin comas ni tildes, sin minúsculas ni mayúsculas, sin pretensiones ni estética, buscando la forma de llegar hasta lo más hondo de tu pensamiento. Y quedarme ahí, quieto, intacto, eterno y entender qué pasa cuando ves tu nombre en otra de las tantas y tantas y tantas páginas donde se repite, se recrea, se miente, se calumnia, se ensucia, se siente, se padece.
Qué pensaste ese día, tu cumpleaños, mientras desde la portería te decían que llegó un rústico paquete y lo abriste y encontraste un montonón de páginas, una ilusión, un trabajo laborioso, asfixiante, extremo, de largo aliento. Más de un año sin vernos. Y, aunque me consuma, necesito seguir sin saber de ti. Y es que ya lo dijo un poeta: “Es mi manera de alterar el orden”. Ya lo dijo un poeta: “¿De qué me servirán mis talismanes? Ya lo dijo un poeta: “Dentro de los escombros de mi alma búscame”. Y ahora me toca a mí. Y aquí estoy, detrás de la pantalla, y aquí está: el enamorado, el cobarde, el pusilánime. Domingo en la noche y tú preguntas para qué escribir, y yo me quedo sin aliento. Y entonces vuelvo al teclado y me digo que quiero perder el tiempo. Quiero escribir ficciones. Quiero hacer de esta experiencia algo memorable. Y no descansaré hasta ello, porque no se puede descansar de las pasiones. No. No te voy a decir mentiras, aunque mi mayor empresa es que te apasiones, como yo, con ellas. No te voy a decir mentiras... Preguntas tú para qué escribir, y yo me quedo sin aliento. Y me imagino detrás de la pantalla, la taza de café al lado, el cenicero todavía vacío. El día que llega a su final, el silencio de la madrugada golpea en la puerta, pero las palabras siguen esquivas. ¿Será para ser, será para no ser? ¿Será para encontrarse y perderse, desnudarse y ocultarse, interrogar y arrojar teorías? ¿Para qué? ¿Será para explicar y seguir dudando? ¿Para hacer de la soledad una compañía? ¿Para contradecir pontificando, para ganar perdiendo, para reír llorando, para ser todo siendo nada? Y tú sigues ahí, en alguna parte, en una escena de la novela, en palabras y en sueño. Y yo sigo aquí, porque no puedo estar en otra parte, detrás de la pantalla, pensando en que a ellos les parecerá inverosímil lo que pueden hacer tus ojos, que atan y desatan, que te arrojan a la tormenta y hacen de la muerte algo sublime.
Domingo en la noche y tú preguntas para qué escribir. Y yo me quedo sin aliento. Y aunque mate yo sigo evocando el instante, el cruce de manos, el acercamiento de labios, la mirada perdida, las palabras no emanadas. Un taxidermista de momentos cuya misión es recuperar y darle perpetua vida a un movimiento no calculado, a un beso que pudo cambiar el rumbo, a un abrazo que pudo derretir el hielo. Por eso estoy aquí, detrás de la pantalla. Intentando con las palabras, explorando su efecto, deteniéndome en ellas. Y tú preguntas para qué escribir, para qué esa novela, para qué perder el tiempo. Pero ya es tarde y no vale la pena detenerse. Entiendo que no existe la inspiración, ni los fantasmas y que el miedo de volver a mirarte no se soluciona con ficciones. Entiendo que te confundas, que te ofusques, que te parezca poco valiente de mi parte. ¿Y qué más puedo hacer? Seguir cabalgando en este sendero de fuego, seguir enloqueciendo en honor tuyo, y seguir aquí, detrás de la pantalla, cavilando la expresión exacta, sin comas ni tildes, sin minúsculas ni mayúsculas, sin pretensiones ni estética, buscando la forma de llegar hasta lo más hondo de tu pensamiento. Y quedarme ahí, quieto, intacto, eterno y entender qué pasa cuando ves tu nombre en otra de las tantas y tantas y tantas páginas donde se repite, se recrea, se miente, se calumnia, se ensucia, se siente, se padece.
Qué pensaste ese día, tu cumpleaños, mientras desde la portería te decían que llegó un rústico paquete y lo abriste y encontraste un montonón de páginas, una ilusión, un trabajo laborioso, asfixiante, extremo, de largo aliento. Más de un año sin vernos. Y, aunque me consuma, necesito seguir sin saber de ti. Y es que ya lo dijo un poeta: “Es mi manera de alterar el orden”. Ya lo dijo un poeta: “¿De qué me servirán mis talismanes? Ya lo dijo un poeta: “Dentro de los escombros de mi alma búscame”. Y ahora me toca a mí. Y aquí estoy, detrás de la pantalla, y aquí está: el enamorado, el cobarde, el pusilánime.
Domingo en la noche y tú preguntas para qué escribir, y yo me quedo sin aliento. Y entonces vuelvo al teclado y me digo que quiero perder el tiempo. Quiero escribir ficciones. Quiero hacer de esta experiencia algo memorable. Y no descansaré hasta ello, porque no se puede descansar de las pasiones.