El fracaso de la política en Colombia

Hoy está a la sombra de los intereses de unos pocos, mientras la democracia se convirtió en el soporte que mantiene viva la corrupción, donde todo se oculta y el país tiene que ver cómo sigue en pie.

Santiago José Castro Agudelo*
04 de septiembre de 2019 - 05:43 p. m.
El 27 de octubre serán las elecciones de autoridades locales y regionales.  / Archivo El Espectador
El 27 de octubre serán las elecciones de autoridades locales y regionales. / Archivo El Espectador

Estamos a menos de dos meses de las elecciones regionales y veo a muchos activos en las campañas. En las calles se ven jóvenes repartiendo volantes y candidatos tratando de encontrar las palabras adecuadas para que cualquiera que los escuche pueda votar por ellos. Muchos y muchas hacen de tripas corazón para “tragarse uno que otro sapo” y sugerir que esta vez sí van a cumplir los compromisos, independientemente de que en campaña sean los más diversos y contradictorios. A unos prometen menos impuestos y a otros mucha más “inversión” y “política social”. En últimas “lo que importa son los votos, lo demás se revisa después del primero de enero”, como me dijo hace poco una candidata al Concejo de una importante ciudad.

Pues bien, de acuerdo con la Encuesta de Cultura Política del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE), que por cierto debería definir mejor lo que entiende por “cultura política”; más del 60 % de los colombianos considera que Colombia es un país medianamente democrático o no democrático. De igual modo, cerca de un 50 % de las personas encuestadas informa estar muy insatisfecho con “la forma en que la democracia funciona en Colombia”. Caso gravísimo Bogotá, donde lo que podríamos llamar “el malestar con la democracia” es el más alto. Hay, sin duda, muchos estudios adicionales que pueden complementar este conjunto de percepciones, pero invito al lector a consultar el que aquí se ha mencionado.

Alegar entonces que en Colombia la democracia está en crisis es lo que algunos exclaman, olvidando que, para poder hacer dicha afirmación, es menester hacer un breve e incluso artesanal ejercicio de comparación y revisar cómo están otros países. ¿Creen ustedes que en Estados Unidos o en Gran Bretaña las cosas están mucho mejor después del voto por el Brexit o la elección de Trump? Revisen. La democracia es, en últimas, un camino para que una mayoría de quienes van a las urnas elijan a sus representantes y a través de estos, o directamente, a sus gobernantes en todos los niveles que correspondan. En ninguna parte se sugiere que estos serán buenos, pues el asunto de definir qué es lo bueno y qué sería lo malo aún desvela a muchos pensadores. De manera que la mayoría de votos para ser elegida no puede garantizar que los gobernantes sean los mejores, solamente que se dé un ejercicio de difusión de ideas, propuestas e imágenes que, de alguna manera, motiven un conjunto de votos y punto.

Ahora bien, “democracia” y “política” van de la mano y algunos incluso han sugerido que no puede existir la segunda sin la primera. Eso del “bien común” en últimas es contrario a la democracia porque no puede ser universal y todos sentimos y pensamos diferente. De manera que mejor olviden esa aproximación a aquello que se pretendía bueno para todos. Ahora se trata de lo que beneficie a quienes van a votar y no más. Alguna vez un senador se molestó cuando le pregunté qué sentía al saber que en Colombia muy pocos lo consideraban una persona honorable. Su respuesta no la podré olvidar: “Siento que esos muy pocos votan por mí y aquí sigo, haga lo que haga”.

A lo mejor por eso los ‘ñoños’, los ‘musas’, los ‘nules’ y otros tantos que hicieron y mantienen fortuna gracias a su ejercicio de la “política” pueden estar incluso en la cárcel y siguen moviendo maquinarias electorales a siniestra. A fin de cuentas a quién le importa, cada quien que mire a ver, “bobo el que no aprovecha”, “hay que aprovechar el cuarto de hora” y “hoy por ti, mañana por mí”.

La política en Colombia fracasó, si alguna vez avanzó en algo hoy parece estar a la sombra de los intereses de unos pocos, sin importar su posición en el espectro político. El “régimen”, ese que denunció Álvaro Gómez como “un sistema de compromisos y complicidades que está dominando la totalidad de la vida civil” es hoy más fuerte que nunca. La democracia no está en crisis, se asumió de otra manera y hoy es el soporte que mantiene ese espantoso conjunto de corruptelas donde todo se oculta y el país que mire a ver cómo sigue en pie.

La invitación que hago es a rechazar a quienes han hecho fortuna gracias a la democracia y acabando con la política. Se apropiaron de nuestros recursos, no merecen un solo voto y sí todo nuestro rechazo. 

* Rector de la Universidad La Gran Colombia

Por Santiago José Castro Agudelo*

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